Este texto, con más de dos décadas a «sus espaldas» de antigüedad, lo he extraído de la sección «El Ojo Escéptico» de la revista de divulgación científica ALGO de junio de 1987, nos comenta sobre las investigaciones paranormales de la CIA y el KGB, y su ineficacia como técnicas de espionaje.
Cuando Moscú propuso en marzo pasado la mutua supresión de los euromisiles (Pershing 2 y Crucero norteamericanos y SS-20 soviéticos), Washington aceptó, con la salvedad de la inspección in situ de las instalaciones, a lo que accedieron los soviéticos. Aunque se interpretó la exigencia como una forma de presionar al Kremlin, es indudable que la comprobación sobre el terreno constituye la mejor garantía de cumplimiento de un pacto de este tipo. Como esto casi nunca es posible, para vigilar los movimientos del adversario se recurre al espionaje tradicional, sumado a la amplia y sofisticada red de satélites espías capaces de detectar alteraciones de calor, camuflajes, desplazamientos inhabituales de vehículos, etc.
Pero los mayores avances tecnológicos no alcanzan, por ejemplo, a penetrar en los archivos secretos, ni pueden adelantarse siempre a una posible simulación. Preocupados, el Pentágono y la CIA coincidieron en la solución: aprovechar las facultades extrasensoriales, como la telepatía y la psicoquinesis, que al parecer poseen ciertos sujetos.
Puede que la experiencia comenzara hace tres décadas, como asegura en un informe Ronald McRae, que trabajó en colaboración con el célebre periodista Jack Anderson. En todo caso, fue en 1981 cuando Anderson reveló los esotéricos manejos del Pentágono. Partidas millonarias del presupuesto se dedicaban ya a proyectar defensas contra armas psíquicas soviéticas: el temible «modulador de barrera fotónica», por ejemplo, capaz de producir enfermedades o muertes a distancia mediante telepatía. El interés de la Unión Soviética por los fenómenos paranormales, en su aplicación a la defensa, pudo surgir en 1960 —según sostiene Martin Ebon en Guerra psíquica—, cuando se difundieron informes falsos (?) sobre experiencias telepáticas norteamericanas para establecer comunicación con el Nautilus, primer submarino atómico, en su trayectoria bajo el casquete polar.
El falso experimento telepático del Nautilus
fue invención para un artículo de una publicación francesa
fue invención para un artículo de una publicación francesa
La Agencia de Inteligencia para la Defensa, por su parte, alertó en 1972 sobre el interés del KGB y sectores militares soviéticos en fenómenos de telequinesia y telepatía. Era natural que el Pentágono se inquietara por semejante amenaza. Se asegura que el presidente Carter, precavido, encomendó a la CIA que investigara sobre el trabajo de los rusos en parapsicología.
Fue en época de Carter cuando se proyectó el emplazamiento móvil y subterráneo de los misiles MX, más tarde desechado por el gobierno Reagan. McRae afirma que el Pentágono realizó experimentos con sujetos supuestamente dotados de poderes paranormales, y el resultado fue —dice el autor— que los blancos podían detectarse mentalmente. No dice que el abandono del proyecto se debiera a esa razón. Lo cierto es que en 1984, ya en plena Era Reagan, la CIA aún se entregaba con fruición a la parapsicología.
Informe de la DIA de 1972 sobre
los posibles experimentos paranormales del KGB
los posibles experimentos paranormales del KGB
Hasta el escéptico Anderson explicaba cómo un vidente había descrito con detalle una base soviética secreta, posteriormente detectada por satélites espías. Otro había localizado en África un bombardero soviético accidentado. El último proyecto de la CIA en visión a distancia, continuaba Anderson, era el llamado en código Grill Flame. Se habían comprobado ya sus resultados: individuos dotados de visión remota describieron el contenido de archivos cerrados a cal y canto. Era posible violar mentalmente los secretos militares. Y para que nadie se llamase a engaño, a cargo de los experimentos se encontraban dos reputados académicos: Harold Puthoff y Rusell Targ.
Lo que Anderson olvidó mencionar es que Puthoff y Targ, con independencia de su probable honestidad, eran extrañamente proclives a una credulidad impensable en un científico. Fueron precisamente ellos quienes sometieron a prueba al «psíquico» israelí Uri Geller, cuyo poder mental le permitía doblar cucharas, detener relojes, hacer que levitaran objetos, leer los pensamientos y predecir acontecimientos. Luego se comprobó que Geller, mago de variedades en Israel, se había valido de simples trucos de su oficio.
Así las cosas, ¿quién puede asegurar que la parapsicología no es una ciencia, cuando para obtener sus conclusiones se basa en el método experimental? Es éste el punto que hace vacilar a algunos científicos, indecisos sobre la apropiada definición de ciencia. Pero es innecesario profundizar. Estadísticos, psicólogos y hasta magos —subraya el epistemólogo Mario Bunge— coinciden precisamente en las carencias del método en parapsicología: insuficiencia de controles e inadecuado uso de la estadística, además de los fraudes —abundantes— y la involuntaria contribución del sujeto a que el experimento logre el resultado apetecido.
Para no ser injustos hay que reconocer, sin embargo, un mérito cierto de la guerra psíquica: su maravillosa inocuidad.
Juan Merino
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