Por KARLHEINZ DESCHNER
Pocas semanas después de la elección de Pacelli como Papa la Gran Alemania celebraba, el 20 de abril, el aniversario de Hitler. De todas las torres de las iglesias pudieron oírse repiques festivos de campanas; todos los templos fueron adornados con las banderas de la cruz gamada. A los fieles se les exhortó a que rezasen en los «lugares sagrados» por el Führer, por el «acrecentador y protector del Reich, como lo ensalzaba el arzobispo de Maguncia, (que después sería destruida en un 80%). Y el cardenal de Colonia Schulte, de quien se supone era mucho más escéptico que sus colegas de cargo respecto al nazismo, encareció la «fidelidad» de los obispos «para con el Reich Alemán y su Führer». «Esa fidelidad es inquebrantable, pase lo que pase, pues está basada en los principios inconmovibles de nuestra santa fe». (La ciudad de la que él era obispo quedó destruida en un 72% y la fidelidad obispal, como es sabido, en un 100%).
Pero también el Papa homenajeó de nuevo a Hitler con un mensaje —muy bien acogido— escrito de su puño y letra. Es más, pocos días después, el 25 de abril, Pío XII, según testimonian quienes lo oyeron, dijo ante unos 160 peregrinos alemanes a quienes recibió en audiencia «con especial cordialidad»: «Nos hemos amado siempre a Alemania, donde nos fue dado vivir por varios años, y ahora (!) la amamos todavía mucho más. Nos alegramos por la grandeza, el auge y la prosperidad de Alemania y sería falso afirmar que Nos no deseamos una Alemania floreciente, grande y fuerte».
Su expansión hacia el Este debía ser especialmente muy del agrado del Papa pues ya antes que Hitler el Vaticano había trabajado cabalmente por el desmembramiento de Checoslovaquia, tachada de husita o, aún peor, de socialista. Apoyaba para ello al Partido Popular Eslovaco, de tendencia separatista, partido católico y conservador, impregnado de antisemitismo; dirigido en un principio por el prelado Hlinka y desde 1938 por Jozef Tiso, profesor de Teología. Apenas ocupó su cargo como primer ministro de Eslovaquia, éste exigió una autonomía total aunque poco antes hubiera jurado fidelidad al presidente de la República. Depuesto de su cargo, Tiso huyó a Berlín el 13 de marzo de 1939, llamado por Hitler y al día siguiente vinculó tan estrechamente Eslovaquia, en el plano militar y en la política exterior a Alemania que aquélla sólo mantenía la apariencia exterior de un estado independiente.
El 18 de marzo se concluyó un acuerdo de protección que no sólo estipulaba una intensa cooperación financiera y económica, sino que obligaba a Eslovaquia a practicar una política exterior y a configurar sus ejércitos de «común acuerdo» con el Reich. A la Wehrmacht se le permitió ocupar una «zona de protección» y en la guerra de Hitler contra Polonia, el Estado de Tiso le sirvió a aquél de zona de despliegue para el 14 Ejército alemán, obteniendo como contrapartida ciertas ganancias territoriales, unos 722 km2. en total. El 31 de julio de 1939 el parlamento eslovaco promulgó una Constitución que afirmaba en su Preámbulo la estrecha unión del pueblo y el Estado con la providencia divina. El 26 de octubre de 1939 Tiso se convirtió en presidente del Estado con el asentimiento, como es obvio, de su superior espiritual, el arzobispo K. Kmetko, y la anuencia del Papa.
Pío XII fue uno de los primeros en reconocer al nuevo estado. Envió bien pronto su representante diplomático, G. Burzio, a Bratislava y recibió a Tiso en el Vaticano, otorgándole el rango de gentilhombre papal y el título de monseñor, a raíz de lo cual los obispos católicos bendijeron en una declaración conjunta al régimen clerofascista y casi todos los sacerdotes comenzaron a elevar sus preces por Hitler. Y al igual que habían hecho los teólogos más prominentes de Alemania en 1933, Tiso proclamó ahora: «El catolicismo y el nacionalsocialismo tienen mucho en común y trabajan mano a mano por la mejora del mundo». Ahora, tomando como ejemplo la juventud hitleriana, se constituyó una «Guardia de Hlinka», se introdujo el servicio laboral a imitación alemana y, al igual que en España, se suprimió inmediatamente la libertad de opinión, de prensa y de expresión, se prohibieron los partidos políticos y se atribuló a ortodoxos, protestantes y judíos.
Ya el 18 de abril de 1939 se había decretado una ley restrictiva contra los aproximadamente 90.000 judíos eslovacos, que no afectaba en todo caso a los convertidos al catolicismo. Le siguió un «Estatuto para judíos» más duro, el 10 de noviembre de 1941. Un año más tarde y pese a la intervención de la sede papal fueron deportados unos 70.000 judíos. Es bien probable que intervenciones como ésa no fuesen muy en serio sino destinadas más bien a salvar el prestigio de la antedicha sede: como, verbigracia, los obligados clamores por la paz, como otras manifestaciones humanitarias que no cuestan nada, fluyen fácilmente de los labios y calman a la grey. En todo caso el prelado Tiso, un subordinado pues de aquella sede, dijo en su momento, el 28 de agosto de 1942, que «por lo que concierne a la cuestión judía, algunos se preguntan si lo que estamos haciendo es cristiano y humanitario. Mi pregunta es ésta: ¿Es cristiano el que los eslovacos quieran liberarse de sus eternos enemigos, los judíos? El amor a nuestro prójimo es mandamiento de Dios. El amor a éste me obliga a eliminar todo cuanto quiera causar daño a mi prójimo». Ante esta tergiversación del curángano huelga todo comentario.
El 7 de febrero de 1943 el ministro del interior de aquel gentilhombre de Cámara del Papa anunció que todavía serían deportados las restantes 18.000 personas no arias: pese a saber que eso equivalía a su exterminio. El obispo Jan Vojtasac, conspicuo representante de la jerarquía eslovaca, que según parece percibía unos ingresos anuales de tres a cuatro millones de coronas, se apoderó de las propiedades judías en Betlanovice y Baldovice y el 25 de marzo de 1942 se jactaba así en una sesión del consejo de estado presidida por él: «Hemos proseguido con la expulsión de los judíos. Hemos remontado nuestro balance». Después de la guerra fue el primer obispo eslovaco en ser encarcelado.
En política exterior, el nuevo estado prohitleriano constituía un importante eslabón del cordón sanitaire en torno a la Unión Soviética, un puente entre Hungría y Polonia, las cuales obtuvieron transitoriamente, después de que los húngaros ocuparan la Ucrania Carpática, la anhelada frontera común. Aquel decurso de las cosas en el Este no transcurría sin cierto guión ni sin la decisiva colaboración de la Iglesia. El mismo día en que el teólogo Tiso, aliado a la Alemania nazi, imponía la independencia de Eslovaquia, el 14 de marzo de 1939, otro sacerdote, monseñor A. Voloshin, declaraba la independencia de la Ucrania Carpática y solicitaba la protección del Reich alemán. Hitler, en todo caso, había dado ya dos días antes vía libre al gobierno húngaro para su anexión llevada a efecto el 15 de marzo. «En Eslovaquia y en la Ucrania Carpática había sendos sacerdotes católicos, Tiso y Voloshin, al frente de gobiernos fascistas bajo la protección de la cruz gamada» (Winter).
El primer aniversario de la declaración de la independencia eslovaca L'Osservatore Romano ensalzaba el «carácter cristiano» del régimen de Tiso: «Eslovaquia se ha dado a sí misma una constitución adecuada a la época actual, constitución que encarna plenamente principios cristianos básicos y establece un orden social acorde con las grandes encíclicas sociales de los últimos papas. Es misión de Eslovaquia permanecer fiel en la Europa Central a aquel espíritu de su historia milenaria que los santos Cirilo y Metodio fueron los primeros en configurar mediante su predicación». Realmente Eslovaquia se tornó ahora más y más cristiana. Su gobierno mandó poner crucifijos en todas las escuelas y la religión se convirtió en asignatura obligatoria. Los militares, y también la Guardia de Hlinka, tenían que acudir los domingos a misa en formación cerrada.
Simultáneamente el país se tornó más y más nazi. El prelado Tiso, que se reunió el 18 de julio de 1940 con Ribbentrop en Salzburgo y al día siguiente con Hitler en Berghof, aumentó considerablemente el número de sus asesores alemanes y reforzó su ideología de estado, trasunto de la nazi. Después de la invasión de Rusia el prelado rompió sus relaciones con la URSS y puso a disposición de Hitler —algo que se suele olvidar hoy en Occidente— tres divisiones con un total de casi 50.000 hombres. Todo ello para una guerra a la que el pueblo, de orientación más bien paneslava, se resistía acerbadamente. La «división rápida» de Tiso, completamente motorizada, participó en 1942 en la ofensiva del Cáucaso mientras la «división de seguridad», más reducida, se dedicaba a la lucha antipartisana.
El gentilhombre papal visitó y alentó en repetidas ocasiones a sus legionarios del frente Este, exhortó hasta el último momento en pro de la prosecución de la guerra y todavía el 27 de septiembre de 1944 aseguró que «Eslovaquia resistirá al lado de las potencias del eje hasta la victoria final». Cuando de ahí a poco el gran levantamiento nacional eslovaco del 28 de agosto fue aplastado por el fuego de las armas alemanas justo dos meses después, Tiso participó el 30 de octubre en una misa de acción de gracias y en un desfile triunfal. Y es que unos días antes, el 20 del mismo mes, había llamado a los alemanes salvadores de Europa afirman-do que: «Sólo Alemania, como portaestandarte de las ideas sociales más progresistas, es capaz de satisfacer las aspiraciones sociales de todas las naciones».
«La situación eclesiástica», informa todavía el Manual de Historia de la Iglesia en su edición de 1970, «era normal en la República de Eslovaquia, presidida por el sacerdote católico J. Tiso».
El gentilhombre de Cámara del Papa, que huyó con su gobierno a Kremsmünster (Austria) ante el avance del Ejército Rojo, fue entregado por los EE UU a Checoslovaquia y el 18 de abril de 1947 fue ahorcado pese a todas las intervenciones hechas en su favor. Para el Vaticano, sin embargo, la Eslovaquia clerofascista de Tiso fue un «niño mimado», incluso después de la guerra, y su presidente «un sacerdote ejemplar de vida intachable». Así escribe la Enciclopedia Católica, publicada por la Curia con la total aprobación de Pío XII, obra que ensalza a sí mismo «los grandes progresos» de la Eslovaquia de Tiso, su «independencia nacional» y que acaba citando al mismo Tiso: «Muero como mártir... Muero además como defensor de la civilización cristiana».
Pocas semanas después de la elección de Pacelli como Papa la Gran Alemania celebraba, el 20 de abril, el aniversario de Hitler. De todas las torres de las iglesias pudieron oírse repiques festivos de campanas; todos los templos fueron adornados con las banderas de la cruz gamada. A los fieles se les exhortó a que rezasen en los «lugares sagrados» por el Führer, por el «acrecentador y protector del Reich, como lo ensalzaba el arzobispo de Maguncia, (que después sería destruida en un 80%). Y el cardenal de Colonia Schulte, de quien se supone era mucho más escéptico que sus colegas de cargo respecto al nazismo, encareció la «fidelidad» de los obispos «para con el Reich Alemán y su Führer». «Esa fidelidad es inquebrantable, pase lo que pase, pues está basada en los principios inconmovibles de nuestra santa fe». (La ciudad de la que él era obispo quedó destruida en un 72% y la fidelidad obispal, como es sabido, en un 100%).
Pero también el Papa homenajeó de nuevo a Hitler con un mensaje —muy bien acogido— escrito de su puño y letra. Es más, pocos días después, el 25 de abril, Pío XII, según testimonian quienes lo oyeron, dijo ante unos 160 peregrinos alemanes a quienes recibió en audiencia «con especial cordialidad»: «Nos hemos amado siempre a Alemania, donde nos fue dado vivir por varios años, y ahora (!) la amamos todavía mucho más. Nos alegramos por la grandeza, el auge y la prosperidad de Alemania y sería falso afirmar que Nos no deseamos una Alemania floreciente, grande y fuerte».
Su expansión hacia el Este debía ser especialmente muy del agrado del Papa pues ya antes que Hitler el Vaticano había trabajado cabalmente por el desmembramiento de Checoslovaquia, tachada de husita o, aún peor, de socialista. Apoyaba para ello al Partido Popular Eslovaco, de tendencia separatista, partido católico y conservador, impregnado de antisemitismo; dirigido en un principio por el prelado Hlinka y desde 1938 por Jozef Tiso, profesor de Teología. Apenas ocupó su cargo como primer ministro de Eslovaquia, éste exigió una autonomía total aunque poco antes hubiera jurado fidelidad al presidente de la República. Depuesto de su cargo, Tiso huyó a Berlín el 13 de marzo de 1939, llamado por Hitler y al día siguiente vinculó tan estrechamente Eslovaquia, en el plano militar y en la política exterior a Alemania que aquélla sólo mantenía la apariencia exterior de un estado independiente.
El 18 de marzo se concluyó un acuerdo de protección que no sólo estipulaba una intensa cooperación financiera y económica, sino que obligaba a Eslovaquia a practicar una política exterior y a configurar sus ejércitos de «común acuerdo» con el Reich. A la Wehrmacht se le permitió ocupar una «zona de protección» y en la guerra de Hitler contra Polonia, el Estado de Tiso le sirvió a aquél de zona de despliegue para el 14 Ejército alemán, obteniendo como contrapartida ciertas ganancias territoriales, unos 722 km2. en total. El 31 de julio de 1939 el parlamento eslovaco promulgó una Constitución que afirmaba en su Preámbulo la estrecha unión del pueblo y el Estado con la providencia divina. El 26 de octubre de 1939 Tiso se convirtió en presidente del Estado con el asentimiento, como es obvio, de su superior espiritual, el arzobispo K. Kmetko, y la anuencia del Papa.
Pío XII fue uno de los primeros en reconocer al nuevo estado. Envió bien pronto su representante diplomático, G. Burzio, a Bratislava y recibió a Tiso en el Vaticano, otorgándole el rango de gentilhombre papal y el título de monseñor, a raíz de lo cual los obispos católicos bendijeron en una declaración conjunta al régimen clerofascista y casi todos los sacerdotes comenzaron a elevar sus preces por Hitler. Y al igual que habían hecho los teólogos más prominentes de Alemania en 1933, Tiso proclamó ahora: «El catolicismo y el nacionalsocialismo tienen mucho en común y trabajan mano a mano por la mejora del mundo». Ahora, tomando como ejemplo la juventud hitleriana, se constituyó una «Guardia de Hlinka», se introdujo el servicio laboral a imitación alemana y, al igual que en España, se suprimió inmediatamente la libertad de opinión, de prensa y de expresión, se prohibieron los partidos políticos y se atribuló a ortodoxos, protestantes y judíos.
Ya el 18 de abril de 1939 se había decretado una ley restrictiva contra los aproximadamente 90.000 judíos eslovacos, que no afectaba en todo caso a los convertidos al catolicismo. Le siguió un «Estatuto para judíos» más duro, el 10 de noviembre de 1941. Un año más tarde y pese a la intervención de la sede papal fueron deportados unos 70.000 judíos. Es bien probable que intervenciones como ésa no fuesen muy en serio sino destinadas más bien a salvar el prestigio de la antedicha sede: como, verbigracia, los obligados clamores por la paz, como otras manifestaciones humanitarias que no cuestan nada, fluyen fácilmente de los labios y calman a la grey. En todo caso el prelado Tiso, un subordinado pues de aquella sede, dijo en su momento, el 28 de agosto de 1942, que «por lo que concierne a la cuestión judía, algunos se preguntan si lo que estamos haciendo es cristiano y humanitario. Mi pregunta es ésta: ¿Es cristiano el que los eslovacos quieran liberarse de sus eternos enemigos, los judíos? El amor a nuestro prójimo es mandamiento de Dios. El amor a éste me obliga a eliminar todo cuanto quiera causar daño a mi prójimo». Ante esta tergiversación del curángano huelga todo comentario.
El 7 de febrero de 1943 el ministro del interior de aquel gentilhombre de Cámara del Papa anunció que todavía serían deportados las restantes 18.000 personas no arias: pese a saber que eso equivalía a su exterminio. El obispo Jan Vojtasac, conspicuo representante de la jerarquía eslovaca, que según parece percibía unos ingresos anuales de tres a cuatro millones de coronas, se apoderó de las propiedades judías en Betlanovice y Baldovice y el 25 de marzo de 1942 se jactaba así en una sesión del consejo de estado presidida por él: «Hemos proseguido con la expulsión de los judíos. Hemos remontado nuestro balance». Después de la guerra fue el primer obispo eslovaco en ser encarcelado.
En política exterior, el nuevo estado prohitleriano constituía un importante eslabón del cordón sanitaire en torno a la Unión Soviética, un puente entre Hungría y Polonia, las cuales obtuvieron transitoriamente, después de que los húngaros ocuparan la Ucrania Carpática, la anhelada frontera común. Aquel decurso de las cosas en el Este no transcurría sin cierto guión ni sin la decisiva colaboración de la Iglesia. El mismo día en que el teólogo Tiso, aliado a la Alemania nazi, imponía la independencia de Eslovaquia, el 14 de marzo de 1939, otro sacerdote, monseñor A. Voloshin, declaraba la independencia de la Ucrania Carpática y solicitaba la protección del Reich alemán. Hitler, en todo caso, había dado ya dos días antes vía libre al gobierno húngaro para su anexión llevada a efecto el 15 de marzo. «En Eslovaquia y en la Ucrania Carpática había sendos sacerdotes católicos, Tiso y Voloshin, al frente de gobiernos fascistas bajo la protección de la cruz gamada» (Winter).
El primer aniversario de la declaración de la independencia eslovaca L'Osservatore Romano ensalzaba el «carácter cristiano» del régimen de Tiso: «Eslovaquia se ha dado a sí misma una constitución adecuada a la época actual, constitución que encarna plenamente principios cristianos básicos y establece un orden social acorde con las grandes encíclicas sociales de los últimos papas. Es misión de Eslovaquia permanecer fiel en la Europa Central a aquel espíritu de su historia milenaria que los santos Cirilo y Metodio fueron los primeros en configurar mediante su predicación». Realmente Eslovaquia se tornó ahora más y más cristiana. Su gobierno mandó poner crucifijos en todas las escuelas y la religión se convirtió en asignatura obligatoria. Los militares, y también la Guardia de Hlinka, tenían que acudir los domingos a misa en formación cerrada.
Simultáneamente el país se tornó más y más nazi. El prelado Tiso, que se reunió el 18 de julio de 1940 con Ribbentrop en Salzburgo y al día siguiente con Hitler en Berghof, aumentó considerablemente el número de sus asesores alemanes y reforzó su ideología de estado, trasunto de la nazi. Después de la invasión de Rusia el prelado rompió sus relaciones con la URSS y puso a disposición de Hitler —algo que se suele olvidar hoy en Occidente— tres divisiones con un total de casi 50.000 hombres. Todo ello para una guerra a la que el pueblo, de orientación más bien paneslava, se resistía acerbadamente. La «división rápida» de Tiso, completamente motorizada, participó en 1942 en la ofensiva del Cáucaso mientras la «división de seguridad», más reducida, se dedicaba a la lucha antipartisana.
El gentilhombre papal visitó y alentó en repetidas ocasiones a sus legionarios del frente Este, exhortó hasta el último momento en pro de la prosecución de la guerra y todavía el 27 de septiembre de 1944 aseguró que «Eslovaquia resistirá al lado de las potencias del eje hasta la victoria final». Cuando de ahí a poco el gran levantamiento nacional eslovaco del 28 de agosto fue aplastado por el fuego de las armas alemanas justo dos meses después, Tiso participó el 30 de octubre en una misa de acción de gracias y en un desfile triunfal. Y es que unos días antes, el 20 del mismo mes, había llamado a los alemanes salvadores de Europa afirman-do que: «Sólo Alemania, como portaestandarte de las ideas sociales más progresistas, es capaz de satisfacer las aspiraciones sociales de todas las naciones».
«La situación eclesiástica», informa todavía el Manual de Historia de la Iglesia en su edición de 1970, «era normal en la República de Eslovaquia, presidida por el sacerdote católico J. Tiso».
El gentilhombre de Cámara del Papa, que huyó con su gobierno a Kremsmünster (Austria) ante el avance del Ejército Rojo, fue entregado por los EE UU a Checoslovaquia y el 18 de abril de 1947 fue ahorcado pese a todas las intervenciones hechas en su favor. Para el Vaticano, sin embargo, la Eslovaquia clerofascista de Tiso fue un «niño mimado», incluso después de la guerra, y su presidente «un sacerdote ejemplar de vida intachable». Así escribe la Enciclopedia Católica, publicada por la Curia con la total aprobación de Pío XII, obra que ensalza a sí mismo «los grandes progresos» de la Eslovaquia de Tiso, su «independencia nacional» y que acaba citando al mismo Tiso: «Muero como mártir... Muero además como defensor de la civilización cristiana».
La política de los Papas en el siglo XX, Vol. II.
Con Dios y con los fascistas (1939-1995)
Cap. 1: «La destrucción de Checoslovaquia».
Con Dios y con los fascistas (1939-1995)
Cap. 1: «La destrucción de Checoslovaquia».
No hay comentarios:
Publicar un comentario