Revista online de ciencia, tecnología, historia, salud y medio ambiente
Serrano Rojas,
30/mayo/2011
La agricultura ecológica es aquella que utiliza productos fitosanitarios compatibles con una práctica agrícola respetuosa con el medio ambiente. Grosso modo, quiere decir que no usa productos químicos «clásicos» tales como nitratos, fosfatos ni herbicidas agresivos y que se han empleado y se emplean actualmente para abonar o evitar el crecimiento (según sea abono o herbicida) de especies vegetales deseadas o no deseadas.
Existen prácticas biológicas que implican el uso de muy pocos o ningún producto químico, incluso los autorizados para este tipo de cultivo; en lugar de ellos, utilizan otras especies (tanto vegetales como animales, sobre todo, insectos) que favorecen el crecimiento sano de las plantas deseadas. Lo más habitual, sobre todo cuando hablamos de agricultura biológica intensiva o comercial, es el uso de productos autorizados que no llevan en su composición ninguna sustancia química que pueda producir riesgos para las demás especies vegetales o animales.
Existen organismos (tanto dependientes del MARM como de algunas autonomías) que se encargan de autorizar o no productos para el tratamiento de las plantaciones. Además se puede usar todo tipo de abonos «naturales» como sustancias de desecho de otras industrias (como tierras de filtración de bodegas), restos vegetales de la misma plantación o desechos de industrias ganaderas como excrementos de vacas, ovejas, etc.
En principio los productos de la agricultura ecológica no tienen mayor problema que su alto precio en el mercado, razón por la cual son más consumidos en países con una mayor cultura «biológica» o mayor aprecio por las frutas y verduras libres de residuos, como Francia, Alemania, Holanda, etc.
El brote de la bacteria Gram-negativa Escherichia coli O157:H7 que está teniendo lugar en Alemania estos días debería servir para hacer examen de conciencia en cada casa sobre los hábitos de consumo de frutas y verduras que se comen crudas. Esta bacteria está presente naturalmente en los intestinos de mamíferos como los humanos o las vacas. Sin embargo, en los rumiantes no causa enfermedad, pues carecen de receptor de la toxina producida por la bacteria.
Es precisamente la carne de ternera una de las fuentes por las que las personas ingerimos la bacteria. Las heces contaminadas de vaca pueden propagar esta bacteria, y ya hemos comentado que los residuos de las ganaderías pueden ser utilizados como abonos naturales de las plantaciones de agricultura ecológica. Por tanto, resumiendo, la transmisión fecal-oral es la más común, junto a la adquisición de la bacteria por consumo de carne de ternera cruda o poco cocinada que ha sido infectada a través de las heces de la vaca, y junto a esta vía encontramos la de la transmisión de la bacteria por contaminación de cultivos abonados con residuos de ganaderías. No es descartable la transmisión por otras vías, pues aún no se han obtenido resultados concluyentes en cuanto a los análisis realizados en los productos consumidos por los afectados de los países europeos.
La E. coli tiene una dosis infectiva muy baja, lo que aumenta su peligrosidad; tan sólo 10 a 100 bacterias pueden causar la enfermedad en los humanos, y el serotipo O157:H7, denominado entero-hemorrágico es muy tóxico, pudiendo causar diarrea hemorrágica grave y llegar a producir fallo renal en ancianos y niños pequeños.
La costumbre que estamos adquiriendo en los países occidentales de comprar alimentos de la denominada cuarta gama (listos para el consumo o que necesitan una mínima preparación) actúa en nuestra contra cuando nos enfrentamos a alimentos que pueden estar contaminados con bacterias o parásitos que son susceptibles de alterar nuestra salud.
Hasta hace poco para preparar una ensalada se lavaba la lechuga varias veces y se añadía unas gotas de lejía al agua de lavado. Esta saludable costumbre no debería caer en el olvido, pues puede salvarnos de más de una toxiinfección alimentaria. La lejía a usar en estos casos es aquella que en su envase tiene escrita la leyenda «Apta para desinfección del agua de bebida», además de aparecer su dosificación para lavado de verduras y frutas.
Realizar la desinfección de estos productos es básico, sobre todo para las mujeres embarazadas, pues no sólo puede evitar la infección por bacterias, sino que también elimina parásitos y protozoos que pueden ser peligrosos para la madre y el feto. Sin embargo, debemos recordar que el cloro activo (la lejía) no es un desinfectante milagroso, y si la carga bacteriana de la verdura o de la fruta es elevada, sólo reducirá el número de bacterias, no las eliminará por completo, así que debemos desechar las hojas o productos que veamos sucios a simple vista, y aquellos que aparezcan mustios o en malas condiciones de conservación.
Existen prácticas biológicas que implican el uso de muy pocos o ningún producto químico, incluso los autorizados para este tipo de cultivo; en lugar de ellos, utilizan otras especies (tanto vegetales como animales, sobre todo, insectos) que favorecen el crecimiento sano de las plantas deseadas. Lo más habitual, sobre todo cuando hablamos de agricultura biológica intensiva o comercial, es el uso de productos autorizados que no llevan en su composición ninguna sustancia química que pueda producir riesgos para las demás especies vegetales o animales.
Existen organismos (tanto dependientes del MARM como de algunas autonomías) que se encargan de autorizar o no productos para el tratamiento de las plantaciones. Además se puede usar todo tipo de abonos «naturales» como sustancias de desecho de otras industrias (como tierras de filtración de bodegas), restos vegetales de la misma plantación o desechos de industrias ganaderas como excrementos de vacas, ovejas, etc.
En principio los productos de la agricultura ecológica no tienen mayor problema que su alto precio en el mercado, razón por la cual son más consumidos en países con una mayor cultura «biológica» o mayor aprecio por las frutas y verduras libres de residuos, como Francia, Alemania, Holanda, etc.
El brote de la bacteria Gram-negativa Escherichia coli O157:H7 que está teniendo lugar en Alemania estos días debería servir para hacer examen de conciencia en cada casa sobre los hábitos de consumo de frutas y verduras que se comen crudas. Esta bacteria está presente naturalmente en los intestinos de mamíferos como los humanos o las vacas. Sin embargo, en los rumiantes no causa enfermedad, pues carecen de receptor de la toxina producida por la bacteria.
Es precisamente la carne de ternera una de las fuentes por las que las personas ingerimos la bacteria. Las heces contaminadas de vaca pueden propagar esta bacteria, y ya hemos comentado que los residuos de las ganaderías pueden ser utilizados como abonos naturales de las plantaciones de agricultura ecológica. Por tanto, resumiendo, la transmisión fecal-oral es la más común, junto a la adquisición de la bacteria por consumo de carne de ternera cruda o poco cocinada que ha sido infectada a través de las heces de la vaca, y junto a esta vía encontramos la de la transmisión de la bacteria por contaminación de cultivos abonados con residuos de ganaderías. No es descartable la transmisión por otras vías, pues aún no se han obtenido resultados concluyentes en cuanto a los análisis realizados en los productos consumidos por los afectados de los países europeos.
La E. coli tiene una dosis infectiva muy baja, lo que aumenta su peligrosidad; tan sólo 10 a 100 bacterias pueden causar la enfermedad en los humanos, y el serotipo O157:H7, denominado entero-hemorrágico es muy tóxico, pudiendo causar diarrea hemorrágica grave y llegar a producir fallo renal en ancianos y niños pequeños.
La costumbre que estamos adquiriendo en los países occidentales de comprar alimentos de la denominada cuarta gama (listos para el consumo o que necesitan una mínima preparación) actúa en nuestra contra cuando nos enfrentamos a alimentos que pueden estar contaminados con bacterias o parásitos que son susceptibles de alterar nuestra salud.
Hasta hace poco para preparar una ensalada se lavaba la lechuga varias veces y se añadía unas gotas de lejía al agua de lavado. Esta saludable costumbre no debería caer en el olvido, pues puede salvarnos de más de una toxiinfección alimentaria. La lejía a usar en estos casos es aquella que en su envase tiene escrita la leyenda «Apta para desinfección del agua de bebida», además de aparecer su dosificación para lavado de verduras y frutas.
Realizar la desinfección de estos productos es básico, sobre todo para las mujeres embarazadas, pues no sólo puede evitar la infección por bacterias, sino que también elimina parásitos y protozoos que pueden ser peligrosos para la madre y el feto. Sin embargo, debemos recordar que el cloro activo (la lejía) no es un desinfectante milagroso, y si la carga bacteriana de la verdura o de la fruta es elevada, sólo reducirá el número de bacterias, no las eliminará por completo, así que debemos desechar las hojas o productos que veamos sucios a simple vista, y aquellos que aparezcan mustios o en malas condiciones de conservación.
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