martes, 6 de marzo de 2012

Sobre la dialéctica cripto-reaccionaria (y II)


Crítica al artículo «De la Intervención Política»

Por JULIO REYERO GONZÁLEZ
Maquinista ferroviario, escritor ocasional y azote ultramontano.

Estudios. Revista de Pensamiento Libertario, nº 1, (2012)



RESPECTO A LA CNT

En lo que atañe al sindicalismo revolucionario, y más concretamente a la CNT, se aprecia en el artículo una contradicción bastante evidente. No se puede ensalzar la fundación de una organización como esta y a continuación criticar lo que el autor da en llamar «economicismo». La CNT tiene una vocación revolucionaria, pero que no se haya desentendido de sus fines no quiere decir que no haya peleado desde el primer día (y antes como Solidaridad Obrera, FTRE y FRE) por conquistas parciales sociales y económicas. Esas conquistas parciales son parte inseparable de su esencia como organización sindical, y a ello se aplicó reivindicando 8 horas de jornada laboral en 1919 o firmando 30 horas semanales en el ramo de la construcción sevillana en 1936. Según lo que se deduce de la exposición de Mora esto debió ser fatal socialmente hablando, pues a los trabajadores les quedaban ahora más horas libres para consumir y volverse hedonistas (con su particular interpretación de lo que significa hedonismo). La visión supuestamente estoica y el elogio de la pobreza se dan de tortas con quienes establecieron ese mecanismo llamado CNT para poder vivir mejor y no pasar necesidades.

Y aprovechando la referencia a la Confederación, apuntaremos algo que podría haberse expuesto también en la crítica a la debilidad histórica. No podemos dejar de señalar que el crecimiento vertiginoso de la CNT durante los primeros meses de la II República, de 535.000 a cerca de 800.000 afiliados tras su Congreso de junio de 1931, contradice la tesis del artículo que gira en torno a la inevitable adhesión al Estado provocada por el fin de la Monarquía como operación política de gran calado. Sobre todo se advierte más el error si se tiene en cuenta que el efecto de estas «intervenciones políticas» de carácter espectacular lógicamente debe ser inversamente proporcional al tiempo transcurrido tras ellas. Solamente la ola represiva entre los años 1932 y 1934 logró un descenso en la adhesión a las posturas organizadas en torno al sindicalismo revolucionario.

MISOGINIA Y MELANOFOBIA

Podríamos hablar de machismo y racismo, pero habría que matizarlo. Utilizar la expresión «Estado feminista actual» es mucho más que una broma de mal gusto incluso aceptando que se han hecho malabarismos con determinadas leyes que se aplican dependiendo del género, por encima del «todos iguales ante la ley». El número de asesinatos y agresiones machistas, la mayor incidencia del paro en las mujeres, la existencia de colectivos semiesclavizados como son las «empleadas del hogar», la desregulación/marginación/explotación de las prostitutas en las calles y clubs de carretera, son ejemplos de realidades a tener en cuenta y que no tienen parangón con ninguna situación en que se encuentren los hombres en nuestra sociedad. Tachar cualquier iniciativa que trate de corregir lo más mínimo esta situación de «operación de ingeniería social» supone enfrentarse a cualquier acercamiento a la consecución de una igualdad social entre todas las personas, independientemente del género que tengan, únicamente por el hecho de no ser un movimiento revolucionario el autor de la medida. ¿Todo lo que se haga desde el poder es rechazable siempre? Más vale no pensar así. Ya hemos visto demasiadas veces al «pueblo» gritando vivan las cadenas. ¿Esto legitima el poder? No hay ningún motivo para pensar de este modo. Nunca ha sido vanguardista en un sentido de progreso social nada que haya surgido de las instituciones del Estado. Siempre han ido e irán a remolque de la contestación ciudadana, y los mecanismos de adhesión al Estado no se desarrollan por estas acciones. Ni siquiera de forma significativa hacen crecer las simpatías de la población a un elemento del sistema de partidos (PP, PSOE, IU, etc.) sino que el factor esencial que ha guiado la adhesión al Sistema y la participación en general con el voto a una candidatura en especial ha sido la amenaza de que la alternativa siempre es peor (acuérdense del vídeo de los rotwailers elaborado por el PSOE). Es decir, el miedo.

Es difícil superar en atrevimiento la identificación que hace el autor del «feminismo» (me gustaría saber qué entiende por tal cosa) como un elemento adoctrinador propagado por las élites, pero hay otro momento en que como mínimo está a la altura: la idea de «los hombres negros y las mujeres negras» como etnia organizada a escala planetaria que podría tomar el control del Imperio (a la sazón, EE UU) como en su día hicieron los germanos tras el declive de Roma. ¿Datos que avalen esto? Ninguno evidentemente. ¿A qué hombres y mujeres negras se está refiriendo? ¿Desde un etíope a un brasileño o a un aborigen australiano? No se sabe. ¿Todos los demás somos blancos, rojos o amarillos como en la cartilla escolar franquista? ¿De verdad es necesario advertir que los «negros» no son una etnia, y que su presencia en el ejército se explica por la misma razón que su presencia en las cárceles? Con acierto se podría tachar de racista la «versión negra» del complot judeomasónico que elabora Mora. Sin embargo con el párrafo escaso que le dedica es posible que sólo sea un miedo a la melanina que nos recuerda al de aquel personaje de la película Amanece que no es poco, por la que siempre estaremos agradecidos a José Luis Cuerda (con todas las subvenciones que se lleve).

¿CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE MEJOR?

A la vista del artículo, y da la impresión de que en línea con la mayor parte de su obra, hay algo constantemente presente: si fuera verdad que los periodos históricos en los que desde el poder se han aplicado políticas, sociales o económicas, concordantes con lo que históricamente ha reclamado la clase social oprimida, son aquellos que más perjudiciales han resultado para la causa revolucionaria, se podrían deducir dos cosas:
a) Que de no haber existido esos periodos se hubieran dado mejores condiciones para provocar el cambio social deseado. En otras palabras: cuanto peor, mejor. Seguramente a nadie le resultará extraña la sentencia, por cuanto suele surgir en numerosas discusiones a menudo y sin demasiada reflexión. Cualquiera que se detenga un instante a observar la situación en muchos países africanos o asiáticos supongo que no encontrará las condiciones de revolución social que deberían darse con mucho mayor motivo que en Europa o EE UU a tenor del argumento. Sin embargo más de uno se quedaría sorprendido al ver la movilización de trabajadores que tuvo lugar el pasado mes de noviembre en Oakland, EE UU, donde miles de personas llegaron a bloquear los puertos de la ciudad (ver CNT nº 384). Sí, precisamente aquel lugar en el que según el artículo analizado no se mueven ni los péndulos de los relojes, y casualmente en un medio urbano tan denostado por el autor.

b) Que como sostiene incluso explícitamente al comparar la época actual con la de Maquiavelo, en esos periodos que siempre hemos tenido como represivos y subyugantes se vivía en condiciones mucho mejores para la conciencia y la libertad que en los actuales. Vaya por medio el reconocimiento a la dificultad (por no decir imposibilidad) de comparar formas de vida y pensamiento en periodos históricos distantes centenares de años y de los cuales tenemos noticia únicamente por los escritos del clero o de la nobleza, nunca de la clase social que soportaba esa sociedad en sus espaldas, porque excepto extrañas excepciones era analfabeta. Sólo se puede calificar de nuevo atrevimiento la afirmación de que «ahora las masas están ya casi del todo ultraadoctrinadas, amaestradas, desarraigadas, desposeídas, desustanciadas, capitidisminuidas, privadas de sus facultades reflexivas,[...], lo que entonces aún no sucedía del mismo modo y en el mismo grado, ni mucho menos.»

Es indudable que la situación actual es consecuencia de lo sucedido anteriormente, de avances y retrocesos en el campo de la libertad y de la dignidad vital, pero es tremendamente reaccionario pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, especialmente la (por lo visto) anhelada Alta Edad Media. Solamente el obispo de Granada en homilía antiabortista se ha atrevido a tamaña nostalgia compartida [www.youtube.com/watch?v=8FkoB290BCs]. ¿Casualidad?

LA RELIGIÓN EN EL SUBCONSCIENTE

Pero si hay algo por lo que «De la Intervención Política» deba ser criticado desde un punto de vista anarquista es por la influencia que se aprecia en el artículo del monoteísmo judeocristiano. Hemos comentado algunas cosas, pero merece la pena recordarlas de nuevo por su relación con esa doctrina religiosa, mayor de lo que aparentemente pueda parecer.

Se dice que «la verdad como categoría axial es el meollo de la lucha política revolucionaria». «Verdad (concreta y finita) contra propaganda: tales son los dos medios políticos a enfrentar», o también «El fundamento de la lucha política revolucionaria ha de ser la verdad, y su fuerza motriz el entusiasmo por la verdad». Fundamentalmente las religiones insisten a todas horas en ese término y han escrito ríos de tinta para combatir el relativismo, que establece variaciones en las formas de ver las cosas dependiendo de condicionantes individuales o colectivos como la cultura o las condiciones económicas que marcan un rol social, por poner dos ejemplos. De igual manera la duda permanente que aporta el escepticismo es una de las cosas que más nervioso pone a cualquier fanático que haya asentado una identificación absoluta entre el pensamiento y la realidad, y no hay más que escuchar las constantes arengas del clero pisoteándolo, en las que el término ocupa un papel protagonista. La conferencia impartida por Elena Sánchez en las Primeras Jornadas de Librepensamiento en el año 2008, organizadas por el Grupo Anarquista Volia, puede verse en Internet y es algo altamente recomendable para entender este asunto [http://www.youtube.com/watch?v=SWLJ1syxKuY], así como la obra de Nietzsche titulada Verdad y Mentira en Sentido Extramoral. Contrariamente a la insistencia en la «verdad concreta y finita», casi siempre de carácter religioso, es imprescindible recuperar el relativismo y el escepticismo si queremos comportarnos con humanidad y no caer en comportamientos totalitarios, que siempre se han justificado en la necesidad de sacar al otro del error en el que se obstina.

Por otro lado el artículo tiene un defecto bastante frecuente en nuestra sociedad educada en los conceptos judeocristianos a los que hacíamos mención. «De la Intervención Política» explica en todo momento la historia y los mecanismos del poder nacional e internacional bajo el prisma de la unicidad. Todas las explicaciones de las causas históricas de los sucesos analizados pasados y presentes reducen la responsabilidad y el protagonismo a un único agente, casi siempre oculto bajo la fórmula impersonal (por ejemplo: «se tomó en las alturas la decisión»). Lo único que sacamos en claro es que responsabiliza a los EE UU en el plano internacional y a una única clase dirigente en España, que llega a decidir según Mora el cambio del régimen monárquico por el republicano, entre otras cosas. Se ignora de un plumazo la pugna entre la aristocracia, el clero y la burguesía que aunque han podido llegar a acuerdos en distintas épocas y lugares, otras veces han sido encarnizados enemigos en la lucha por el poder. Porque una cosa es que todos ansíen lo mismo, el control del poder, y otra que sean lo mismo y juntos decidan todos los rumbos que a lo largo de la historia han seguido los Estados. Y curiosamente siempre con éxito. En el ámbito internacional no se podrían comprender las guerras mundiales, ni la guerra fría pasada y presente, ni las «intervenciones humanitarias», ni el terrorismo internacional subvencionado en el patio trasero del contrincante, si no entendemos que los intereses son diversos y que el impulso a aumentar el poder por parte de todos los Estados a costa de otros es la clave de lo que sucede a nuestro alrededor. Resumiendo, el mundo es complejo y simplificarlo reduciendo toda explicación a una única causa equivocará el análisis. Esta reducción constante al uno es herencia del monoteísmo judeocristiano al que hacíamos referencia.

Por otra parte, es conocida la defensa del autor por algo que da en llamar el monacato revolucionario y su visión idílica de los orígenes del cristianismo. No es difícil pensar en varios autores de extensa obra que han hablado de esos periodos de forma radicalmente opuesta a la de Mora, pero por citar alguno haría mención, si se tiene interés en saber algo sobre el cristianismo en profundidad, a Karlheinz Deschner y su obra de incalculable valor titulada Historia Criminal del Cristianismo: «Al igual que atacaron verbalmente a los judíos (antes de pasar verbis ad verbera, de las palabras a los golpes... al expolio, a la persecución generalizada y a las grandes matanzas), desde el principio también riñeron los unos contra los otros hasta llegar a las manos, lo que comenzó mucho más pronto de lo que generalmente se cree». Así comienza el capítulo 3 del primero de 10 volúmenes con casi 100 páginas de referencias cada uno, fruto de la investigación más profunda que se haya hecho sobre el cristianismo al margen de los propagandistas religiosos. La visión de la Alta Edad Media no mejora, sobre todo en aspectos como la persecución a los herejes y la misoginia brutal que Mora suele dejar en un segundo plano para poner el acento en los fueros y los «Concejos abiertos» (¿para quién?).

La suspicacia frente a los conceptos compartidos con el mundo religioso que se encuentran en el artículo, hará que nos vuelva a sorprender la frase «[...] Lo mismo cabe decir del anticlericalismo burgués, una fe sobremanera fanática que había contaminado a amplios sectores populares convirtiéndolos en entusiastas de un capitalismo y un Estado laicos y modernizados». Llamarlo «fe sobremanera fanática» es una simple provocación sin lógica alguna (pues el anticlericalismo tiene unas sólidas raíces racionalistas), pero que seguramente deja a los verdaderos fanáticos frotándose las manos pues es la técnica que suelen emplear contra el ateísmo (sólo hay que echar un vistazo a las declaraciones que hicieron sobre la protesta contra la visita de Ratzinger el verano del año pasado). Pero hablar de «contaminación al pueblo» en el caso del anticlericalismo en este país es otra nueva broma de mal gusto. La religión y su institución principal en España, la Iglesia católica, no ha sido un elemento decorativo sobre el que distraer la atención para renovar la adhesión al Estado, sino uno de los pilares más fuertes de la opresión ejercida con brutalidad, por ese mismo Estado, sobre hombres, mujeres y niños.

Pero lo que en el artículo resulta especialmente preocupante es un hecho que hoy en día sirve de termómetro para alertar del origen de determinadas cosmovisiones. Quienes vayan a los clásicos del anarquismo del siglo XIX (Proudhon, Bakunin, Kropotkin...), o a los fantásticos propagandistas del siglo XX (Most, Malatesta, Goldman...), siempre encontrarán la denuncia de los tres pilares de la opresión: el Estado, la Iglesia y el Capital. Es decir, el poder político, el poder religioso y el poder económico. En todo el escrito «De la Intervención Política» su autor nos habla del poder político y económico, pero la Iglesia no juega ningún papel que a nuestro autor le merezca un comentario. Curioso. En un país en el que ha sido instigadora o amortizadora de montones de revueltas «populares», e incluso de guerras para sus propios fines. Su actitud durante, pero sobre todo después, de la «Guerra de la Independencia» o «Guerra Peninsular» puede ser un buen ejemplo, como lo son indudablemente las guerras carlistas.

Y es que la Iglesia, en esta «Reserva Espiritual de Occidente», ha tenido la sartén por el mango o a lo sumo lo ha compartido. Podríamos hablar de la genocida legislación antisemita de Sisebuto durante el siglo VII (¡ah! esa hermosa Alta Edad Media), o del obispo de Toledo Alfonso Carrillo de Acuña con jurisdicción propia sobre sus latifundios, castillos y un ejército de miles de vasallos hacia finales del siglo XV. Más cerca. En 1912 el secretario de la patronal catalana, Joaquín Aguilera, afirmaba que los jesuitas poseían «sin exageración un tercio de la riqueza capitalizada en España»; obispos como Gandásegui financiaron el levantamiento militar de 1936, al que después se alistarían masivamente cientos de religiosos. De hecho la Iglesia católica fue una de las fuerzas activas fundamentales para la victoria franquista; la propia dictadura fue adjetivada como nacionalcatólica por la aplicación de su moral como un hierro al rojo sobre el cuerpo social; llegaron a sustituir a la Falange incluso en la dirección de su Frankenstein llamado «Auxilio Social» (El Papel de la Iglesia en el Auxilio Social, Francisco González de Tena); los tecnócratas artífices del «milagro de la recuperación económica» no eran simplemente economistas políticos adictos a la modernidad tecnológica, sino miembros destacados del Opus Dei y estafadores profesionales, como se pudo ver tras el escándalo Matesa; al término del ciclo político dictatorial, el actual régimen «democrático» ratificó los acuerdos con la Santa Sede que seguimos sufriendo; desde entonces no ha dejado de aumentar la aportación a la Iglesia procedente del IRPF hasta los más de 250 millones de euros actuales; detrás de cada escándalo económico bursátil aparecía una sotana (Rumasa, Gescartera, Vayomer, Caja Sur, Nueva Rumasa); hemos visto manifestaciones ultra-reaccionarias homófobas y misóginas de cientos de miles de personas; los actos de Estado incluyen ceremonias católicas; las cruces siguen presidiendo las aulas públicas donde profesores pagados con fondos públicos dan propaganda católica como asignatura; se destinan cerca de 10.000 millones de euros anuales a cuestiones relacionadas directa o indirectamente con el catolicismo mientras aplican feroces medidas antisociales con la excusa de una crisis económica; es decir, sin ser la Iglesia la única fuerza a tener en cuenta para cambiar el status quo, no se puede despreciar su influencia, o lo que podría ser peor, tener simpatías hacia quienes más han combatido las ideas liberales, socialistas o comunistas (autoritarias y antiautoritarias) en todo el mundo, aquellos que se han fortalecido históricamente con el miedo, la ignorancia, el analfabetismo, el patriotismo, el racismo o la misoginia.

A MODO DE CONCLUSIÓN

La superación del momento actual de opresión sobre campesinos y trabajadores, del pueblo y de la ciudad, del mar o de la montaña, no está en fórmulas regresivas que son los primeros eslabones de nuestras cadenas. Era necesario contestar de alguna forma las graves ideas expuestas en el artículo «De la Intervención Política», aun a sabiendas de que algunos compañeros tienen la capacidad pero no el tiempo necesario para hacerlo mucho mejor, sin lugar a dudas. Al término de esta redacción me ha alegrado encontrarme con la obra La Revolución en la Crítica a Félix Rodrigo Mora (Javier Rodríguez Hidalgo, ed. El Salmón), y más aún con el Blog Centauro del Desierto, que también le dedica un gran ensayo titulado «Naturaleza, ruralidad y civilización o la invención de la tradición en la búsqueda de una arcadia rural». Tengo que reconocer y felicitar la maestría con la que han comprendido perfectamente dónde está el talón de Aquiles de esta supuesta dialéctica revolucionaria. Esta pequeña aportación considero que se suma a las anteriores y seguramente a la de otros que se esforzarán por desmontar aquellas ideas y prejuicios que no hacen sino segar la hierba bajo los pies de un débil movimiento libertario aún por renacer.

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