Por LUIS MUIÑO
El ciudadano Richard Wiseman se ha convertido, desde hace unos años, en uno de los más odiados hijos de… la Gran Bretaña.
Por lo visto, hay dos motivos claros para que este señor inglés tenga tan mala fama: es psicólogo y no cree en fantasmas.
Los que nos dedicamos a la salud mental tenemos fama de vender nuestros pequeños poderes al «lado oscuro». No hay más que recordar La naranja mecánica, Alguien voló sobre el nido del cuco o, las más recientes, El método o El sexto sentido. En esta última el mensaje parece claro: los únicos psicólogos buenos son los psicólogos que están muertos. Está claro que nuestra profesión no cae simpática.
Pero es que encima, el señor Richard Wiseman es un tipo escéptico que no cree en fantasmas. Así que ni siquiera ha podido ganarse a los creyentes escuchando y aceptando al estilo Bruce Willis Sexto Sentido.
Nuestro protagonista ha preferido investigar, aislar factores y emitir hipótesis. Lógicamente, con esa actitud desafiante se ha ganado el odio de muchos. Incluidos, por supuesto, aquellos que viven de vender fantasmas.
Los experimentos que ideó este investigador fueron sencillos y elegantes. Metió, por ejemplo, a unas cuantas personas en un castillo encantado. La mitad de ellos sabían cuáles eran las dependencias siniestras, es decir, en qué habitaciones aparecían los fantasmas. El otro grupo no lo sabía.
Y así comprobó que las expectativas previas influían en la cantidad de experiencias paranormales. Los que sabían que en determinada habitación surgía de la nada el espectro de una de las mujeres de Enrique VIII, veían, oían y sentían más cosas.
Y es que ya se sabe: si uno cree que va a ver algo, acaba por verlo.
Pero este psicólogo también comprobó que había factores físicos objetivos en esas dependencias. Porque incluso aquellos que no sabían cuáles eran los lugares habituales de paseo de la mujer fantasma, notaban algo especial cuando entraban allí. Sentían que alguien los estaba observando, su cuerpo cambiaba de temperatura, su corazón empezaba a latir… En fin, lo habitual en esos casos.
¿Y cuáles podían ser esos factores objetivos? Investigando, investigando, Wiseman aisló tres. En los lugares en los que las personas tienen sensaciones extrañas, había siempre fluctuaciones del campo magnético, variaciones de luz poco habituales o cambios bruscos de temperatura. De hecho, el astuto psicólogo ha proyectado construir un castillo encantado experimental utilizando estos tres factores.
En realidad, dos de los estímulos desasosegantes propuestos por este buen hombre eran conocidos por directores de películas de terror, diseñadores de atracciones de feria, vendedores de libros sobre misterios y otras personas que viven del fantasmeo. Para fabricar miedo siempre se han utilizado variaciones extrañas de luz y temperatura. La única novedad es la añadir las alteraciones del campo magnético, algo que perturba mucho a los seres humanos pero no ha podido ser cuantificado hasta hace poco tiempo.
El descubrimiento le hubiera permitido forrarse. Pero como este flemático psicólogo hijo de la Gran Bretaña no lo ha rodeado de misterio y parafernalia, lo único que ha conseguido es unos cuantos insultos y amenazas.
Espero que sean amenazas fantasmas.
El ciudadano Richard Wiseman se ha convertido, desde hace unos años, en uno de los más odiados hijos de… la Gran Bretaña.
Por lo visto, hay dos motivos claros para que este señor inglés tenga tan mala fama: es psicólogo y no cree en fantasmas.
Los que nos dedicamos a la salud mental tenemos fama de vender nuestros pequeños poderes al «lado oscuro». No hay más que recordar La naranja mecánica, Alguien voló sobre el nido del cuco o, las más recientes, El método o El sexto sentido. En esta última el mensaje parece claro: los únicos psicólogos buenos son los psicólogos que están muertos. Está claro que nuestra profesión no cae simpática.
Pero es que encima, el señor Richard Wiseman es un tipo escéptico que no cree en fantasmas. Así que ni siquiera ha podido ganarse a los creyentes escuchando y aceptando al estilo Bruce Willis Sexto Sentido.
Nuestro protagonista ha preferido investigar, aislar factores y emitir hipótesis. Lógicamente, con esa actitud desafiante se ha ganado el odio de muchos. Incluidos, por supuesto, aquellos que viven de vender fantasmas.
Los experimentos que ideó este investigador fueron sencillos y elegantes. Metió, por ejemplo, a unas cuantas personas en un castillo encantado. La mitad de ellos sabían cuáles eran las dependencias siniestras, es decir, en qué habitaciones aparecían los fantasmas. El otro grupo no lo sabía.
Y así comprobó que las expectativas previas influían en la cantidad de experiencias paranormales. Los que sabían que en determinada habitación surgía de la nada el espectro de una de las mujeres de Enrique VIII, veían, oían y sentían más cosas.
Y es que ya se sabe: si uno cree que va a ver algo, acaba por verlo.
Pero este psicólogo también comprobó que había factores físicos objetivos en esas dependencias. Porque incluso aquellos que no sabían cuáles eran los lugares habituales de paseo de la mujer fantasma, notaban algo especial cuando entraban allí. Sentían que alguien los estaba observando, su cuerpo cambiaba de temperatura, su corazón empezaba a latir… En fin, lo habitual en esos casos.
¿Y cuáles podían ser esos factores objetivos? Investigando, investigando, Wiseman aisló tres. En los lugares en los que las personas tienen sensaciones extrañas, había siempre fluctuaciones del campo magnético, variaciones de luz poco habituales o cambios bruscos de temperatura. De hecho, el astuto psicólogo ha proyectado construir un castillo encantado experimental utilizando estos tres factores.
En realidad, dos de los estímulos desasosegantes propuestos por este buen hombre eran conocidos por directores de películas de terror, diseñadores de atracciones de feria, vendedores de libros sobre misterios y otras personas que viven del fantasmeo. Para fabricar miedo siempre se han utilizado variaciones extrañas de luz y temperatura. La única novedad es la añadir las alteraciones del campo magnético, algo que perturba mucho a los seres humanos pero no ha podido ser cuantificado hasta hace poco tiempo.
El descubrimiento le hubiera permitido forrarse. Pero como este flemático psicólogo hijo de la Gran Bretaña no lo ha rodeado de misterio y parafernalia, lo único que ha conseguido es unos cuantos insultos y amenazas.
Espero que sean amenazas fantasmas.
2 comentarios:
Ya, pero "haberlos ailos". (¿como se escribe ailos sin hache o con hache?)
Haberlos haylos, como muchos que andan por ahí, y muy, pero que muy, materiales, y no etéreos.
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