Basado en la conferencia de María Xesús Froján Parga en el 2º Seminario Internacional sobre Comportamiento y Aplicaciones (SINCA 2009)
Como explica María Xesús Froján en su conferencia, la Violencia Doméstica
es un problema complejo, controvertido y grave, cuyas variables causales, sin
embargo, han sido investigadas y tratadas de manera superficial y todo ello a
pesar de las graves consecuencias que de esta problemática se derivan: parejas
rotas, niños afectados, sufrimiento de las víctimas e incluso muertes. La ineficacia
de su abordaje y el hecho de que no se termine de reducir la prevalencia de
estos casos se debe a los problemas que existen a la hora de realizar un
estudio científico del problema (que permita desgranar aquellos factores que
están en la causa y que van más allá de las cuestiones socioculturales y de los
roles de género, a los que muchas veces se atribuye el problema). Es por esta
falta de investigación científica sobre el modo en que surge el problema y
evoluciona a mayores tasas de violencia, por lo que las intervenciones que hoy
por hoy se llevan a cabo (y que no se derivan de este análisis sobre las raíces
del problema) son poco efectivas.
Pero primero definamos de qué estamos hablando cuando
hablamos de “Violencia Doméstica”.
A qué nos referimos con
“Violencia Doméstica”
Para hablar del problema de la violencia entre parejas se
han utilizado a lo largo del tiempo muchos términos, todos ellos controvertidos
de alguna manera. El término Violencia Doméstica engloba tanto la violencia o
abusos entre los miembros de una pareja como todos aquellos abusos, maltratos o
actos violentos que tienen lugar en el hogar, pudiendo implicar éstos también a
los niños. No obstante, vamos a adoptar este término aquí para referirnos a la
violencia que se da entre los miembros de una pareja, en lugar de utilizar
otros como “Violencia Machista” o “Violencia de Género” que sesgan la
complejidad del problema por restringirse a aquellos actos violentos del varón
sobre la mujer y por no ser del todo correctos, sobre todo desde la perspectiva
que se pretende trasmitir en este escrito, que busca poner énfasis en la no
unidireccionalidad del problema: No se trata de un agresor activo que ejerce
violencia sobre una víctima pasiva, sino que ambas partes juegan un papel
activo en la configuración del problema y en su mantenimiento. Ambas partes
hacen posible que a partir de un primer episodio violento se evoluciones a
mayores tasas de violencia. El cómo se produce esta escalada es lo que hay que
analizar para lograrlo atajar y prevenir.
Un problema grave que
exige una intervención efectiva
Todos estaríamos de acuerdo en afirmar que la Violencia Doméstica
es un problema grave y de alta prevalencia en España. Eso hace que esté sujeto
a la presión social y esa presión social es la que obliga a la intervención por
parte de las autoridades. No obstante, esta actuación no siempre está bien
fundamentada, pues frecuentemente responde a la urgencia por paliar los daños
producidos y acallar a la opinión pública. Sin embargo, esto hace que el problema
se mantenga pese a la enorme inversión que se realiza en programas no del todo
eficaces (o no al menos tan eficaces como podrían ser). Froján establece una
equiparación con la problemática de las drogas surgida en los 90. Por aquel
entonces, como ocurre ahora con los casos de violencia doméstica, los
periódicos comenzaron a informar de los conflictos y delitos asociados al
consumo de drogas, lo que obligó a establecer medidas, fundamentalmente
legislativas, para frenar la presión social, y todo ello pese a que existían
investigaciones ya avaladas sobre cómo se iniciaba y mantenía el consumo de
drogas. Tiempo después los programas de intervención han ido configurándose en
torno a dichos conocimientos, con mejores resultados que las medidas meramente
legales. Lo que ocurre con las medidas legislativas es que simplemente dan una
respuesta a posteriori, una vez el conflicto ha alcanzado gran gravedad, pero
no afrontan el problema de base, previniendo que surja y se desarrolle.
El mero hecho de saber que puede haber una contrapartida
legal a unos actos violentos parece no ser del todo coercitiva para los
agresores, pues en el momento de llevar a cabo actos violentos, no se tienen en
cuenta esas posibles consecuencias (muy diferidas en el tiempo en relación al
acto violento y la mayoría de las veces tardías en relación al desarrollo del
problema y de los acontecimientos), sino más bien los beneficios inmediatos que
se derivan del uso de la violencia como una conducta instrumental (que reporta
des carga de tensión emocional, logra que el otro satisfaga nuestros deseos o
expectativas, permite el control y el ejercicio del poder…)
En lo que respecta a la Violencia Doméstica,
a menudo se asocia ésta con el asesinato de mujeres, lo que es tan sólo la
punta del iceberg del problema, y se tiende también a limitar a aquella que es
ejercida por parte del hombre hacia la mujer, cuando esto no siempre es así. La
consecuencia derivada de esta concepción es que se ha legislado al respecto de
una manera desequilibrada, siendo muy duras las sanciones a los hombres
agresores y más laxas las sanciones a las mujeres agresoras (que también las
hay). Esta desigualdad no solventa el problema sino que, por el contrario ayuda
a incrementar las tensiones y el desequilibrio social entre hombres y mujeres,
lo que en definitiva, agrava el problema. Definiciones como las que plantaba la ONU hace unos años todavía
ponen énfasis en las diferencias entre sexos y sesga el problema de manera
unidireccional: “Es una manifestación de las relaciones de poder históricamente
desiguales entre mujeres y hombres, que han conducido a la dominación de la
mujer por el hombre, la discriminación contra la mujer y a la interposición de
obstáculos contra su pleno desarrollo”. Así mismo explicaban que este tipo de
actos perpetúan la condición inferior de la mujer.
Si analizamos las palabras anteriores, nos damos cuenta
que dicha definición del problema considera exclusivamente los factores
históricos y culturales como determinantes del mismo. Según Froján, este tipo
de explicaciones establecen un muro que imposibilita la intervención y el
atajamiento del problema, ya que alude a factores cuya modificación requeriría
mucho tiempo, pues el cambio sólo ocurriría a través de un gran proceso de
reeducación social y cambio cultural. Es cierto que dicho cambio también es
necesario, pero no el único, ni tal vez el prioritario para atajar el problema
en el momento actual. Un cambio de mentalidad y en el modo de tratar y concebir
los roles del hombre y la mujer es necesario (y poco a poco se está
produciendo), pero pasarán años para que el cambio sea realmente notable y no
se puede esperar tanto para realizar intervenciones eficaces en los casos de
violencia en la pareja, y más cuando éste no es el único factor que influye en
el problema, sino que hay otros en los que sí podemos intervenir.
No podemos centrar la explicación de este problema en los
factores socioculturales, pues ésta perspectiva suele poner al varón en
situación de inocencia, pues existirían variables históricas, sociales y
culturales que le empujarían a este tipo de actos, y a la mujer en situación de
inactividad, siendo esta incapaz de tomar decisiones o emprender acciones para
paliar o poner fin al asunto. La victimización no es buena pues no promueve los
intentos de cambio sino, muchas veces la justificación del problema y la
resignación. Además, como ya hemos visto, no siempre es el varón el que detenta
el papel de agresor ni la mujer el de víctima, no hay uno que sea el agente y
otro el receptor pasivo, sino que ambas partes son agentes activos en la
configuración y el mantenimiento del problema.
Otro abordaje es
necesario
Como propone Froján, para diseñar intervenciones más
efectivas que introduzcan cambios en esa interacción violenta de la pareja, hay
que estudiar el problema de la Violencia Doméstica no como un macrofenómeno
(aunque lo sea), sino como lo que es en esencia: “un conjunto de episodios de
interacción entre las parejas en su día a día cotidiano”. El “machismo” social
no es el único factor. Hay que desenmarañar las variables subyacentes al
fenómeno (aquellas que explican que la interacción en una pareja se dé de una
manera determinada, una manera que implica violencia), además de las mencionadas variables
culturales, históricas y del contexto social. Estas últimas variables funcionan
como facilitadoras, variables disposicionales que influyen en la ocurrencia del
problema pero no determinan el surgimiento del mismo (el cual vendría explicado
por otro tipo de variables, denominadas Variables Funcionales, que tienen
carácter causal y acontecen en ese marco sociocultural y contextual en el que
se da el problema).
Atendamos primero a las teorías aparecidas para dar
explicación a este fenómeno para posteriormente pasar a plantear la que desde
aquí se pretende enfatizar.
Teorías Explicativas
del fenómeno de la
Violencia Doméstica
Desde la aparición del problema a la luz de la opinión
pública se ha tratado de proporcionar una explicación al fenómeno desde
diferentes perspectivas, las cuales, sin dejar de contemplar aspectos que
efectivamente juegan algún papel en la configuración del mismo, no dan cuenta
de la complejidad del asunto.
Nos encontraríamos por un lado con Teorías Biologicistas,
que ponen énfasis en las diferencias entre los sexos, en el papel de las
hormonas y en la superioridad física del hombre sobre la mujer. Esta teoría
aborda de nuevo el problema desde una perspectiva unidireccional y deja fuera
de juego otros factores importantes como las variables socioculturales, las
circunstancias de vida que rodean a una pareja y los patrones de conducta
aprendidos, por poner un ejemplo.
Por su parte, las Teorías Sociológicas focalizan su
explicación en los factores socioculturales desde dos perspectivas opuestas: a)
Perspectiva de la
Violencia Familiar (La cual defiende que hay violencia porque
hay una ineficacia de las consecuencias de castigo a estas acciones –siendo
éste inefectivo y demorado- y establece además que no habría diferencias entre
la violencia ejercida por el hombre y por la mujer, estando ambos a igual
nivel, y que en todo caso, la violencia del hombre hacia la mujer sería más
frecuente y sonada por la mayor capacidad de éste para ejercer violencia
física), b) Perspectiva Feminista (Desde ella se defiende que la violencia de la
mujer hacia el hombre nunca podría ser comparada con la del hombre hacia la
mujer, y que de ejercerse, se ejercería para la propia defensa). Esta última
perspectiva se aleja de la realidad social, en la que también presenciamos
casos de violencia (aunque en menor proporción) de mujeres hacia hombres y pone
énfasis de nuevo (aún sin quererlo) en las diferencias existentes entre ambos
sexos. Cuando se da un acto violento, ese acto violento lo es en sí mismo, y su
diferencia no viene establecida por aquel que lo lleve a cabo (otra cosa son
las consecuencias de ese acto violento y la intensidad del mismo, en lo que sí
puede influir la fortaleza física).
Además de estas teorías nos encontramos con las Teorías
Psicológicas, basadas en el aprendizaje. Estas teorías defenderían que los
comportamientos violentos que tienen lugar en el seno de la pareja son
comportamientos instrumentales que permiten llegar a algún fin (es decir,
obtener ciertas consecuencias). Desde esta perspectiva, Enrique Echeburúa entre
otros han tratado de analizar de manera controlada la conducta tanto de hombres
como de mujeres en esos episodios de violencia sin culpabilizar a ninguna de
las dos partes, sino estudiando el fenómeno interactivo desde una perspectiva
que pretende ser objetiva. Lo que se trata es de analizar la contribución de
ambas partes al desarrollo y mantenimiento de dichos episodios.
En este marco interaccionista se ha desarrollado la Teoría del Ciclo de la Violencia de Género, que
explica cómo a raíz de un primer incidente violento (como consecuencia de
posibles tensiones o problemas previos), el ritmo habitual de la pareja queda
alterado, la mujer puede hacerse preguntas y reflexionar sobre el incidente y
el hombre puede arrepentirse por el incidente. Como consecuencia aparece una
fase denominada fase de “Luna de Miel” en la que el hombre muestra su
arrepentimiento a la mujer y puede desvivirse por tratar de enmendar ese error.
Se produce una reconciliación y se vive un período favorable en la pareja que
frena cualquier intento de ruptura por parte de la mujer o cualquier toma de
decisiones al respecto de la acción violenta. No obstante con el tiempo y la
rutina, se vuelve a caer en los mismos errores de interacción que generaron el
primer incidente. La tensión en la pareja vuelve a aparecer y como consecuencia
se repite un nuevo incidente violento, que acarreará probablemente una nueva
fase de “luna de miel”. De esta manera, el problema se convierte en cíclico. En
caso de que el hombre sea el agresor, la mujer difícilmente llega a emprender
acciones debido a que existe la experiencia previa de las muestras de
arrepentimiento seguidas de una reconciliación y de un período positivo. La
intermitencia de los episodios negativos seguidos de episodios positivos
mantienen el inmovilismo y el statu quo.
Una perspectiva
alternativa a la predominante
En este texto y como explica María Xesús Froján, se
pretende defender que se hace necesario una explicación del problema desde la
esencia del mismo, siendo esa esencia la interacción de la pareja ( como
explica la Teoría
Psicológica). Al margen de la existencia de variables
contextuales de carácter histórico, social y cultural, que efectivamente juegan
un papel importante, configurando el “caldo de cultivo” de esta problemática,
el conflicto sólo surge en el modo en que se desarrolla la interacción de
pareja. La clave está en qué hacen uno y otro para llegar a ese primer episodio
violento y para que éste vuelva a repetirse de manera periódica hasta
convertirse la violencia en el modo de interacción habitual de la pareja.
Esos patrones de interacción se aprenden y emergen en el
marco de la interacción de pareja y en dicho aprendizaje o emergencia
intervienen muchos factores o variables que sin ser explicativos, influyen en
la aparición del problema. A estas variables las hemos llamado Variables
Disposicionales (por su papel facilitados o predisponente) y entre ellas
podemos encontrar algunas como el número de hijos (que puede contribuir al
aumento de la tensión en la pareja), la situación socioeconómica y laboral, el
nivel educativo y la educación recibida (por ejemplo en lo relativo a los roles
de género), el tipo de sociedad en la que se viva (mayor o menor respeto por la
figura de la mujer, mayor o menor concienciación por el problema), consumo de
drogas por parte de algún miembro de la pareja (por ejemplo, alcohol)… Estas
variables no hacen por sí mismas que aparezca un problema. Lo que hace aparecer
el problema es el modo en que hombres y mujeres gestionan su relación de pareja
en el día a día. Eso es lo que determinará que un número elevado de hijos o una
mala situación económica, por poner un ejemplo, no derive en tensiones
manifiestas en la convivencia de la pareja.
María Xesús Froján y su equipo han llevado a cabo varias
investigaciones sobre el problema de la violencia doméstica entre el año 2000 y
la actualidad. En ellos se analizaba el papel que tanto el hombre como la mujer
jugaban en la interacción de pareja, tratando de adoptar una posición objetiva
y libre de juicios de valor. Los resultados de dos estudios llevados a cabo con
población afectada por esta problemática (hombres y mujeres agresores y
víctimas) sacan a relucir el carácter interactivo del problema, pues en el caso
de la violencia infringida por el varón hacia la mujer, las variables que
principalmente explican el problema son: 1) la violencia sufrida por el hombre
en la infancia (esto es, su experiencia de aprendizaje y sus patrones
educativos) y 2) la violencia que a su vez el varón recibe de de su mujer. Así
mismo, en el caso de la violencia que la mujer infringe hacia el varón ésta es
explicada principalmente por la violencia que por su parte el varón ejerce
sobre ella.
Esto nos lleva de nuevo a que la violencia en la pareja
consiste en una serie de episodios que se repiten una y otra vez en el tiempo
donde tanto el hombre como la mujer forman una parte activa, de manera que lo
que uno hace influye de manera drástica en lo que el otro hace y lo que éste
hace, influye en lo que el siguiente pueda hacer (según palabras de Froján). Es
importante entender que la violencia genera violencia y por ello es muy difícil
conocer cuál es el acto desencadenante del problema. ¿Qué palabra, gesto o
acción fue clave para el no retorno? Lo frecuente es que se haya producido una
escalada progresiva desde acciones aparentemente inocuas por parte de una de
las partes que también son respondidas de manera aparentemente inocua por parte
de la otra, pero que sin embargo son “semillas” que dan pie a acciones
posteriores cada vez más agresivas, irrespetuosas y faltas de cariño hacia el
otro miembro (y entre este tipo de acciones no sólo se encuentran los actos
agresivos físicos o verbales, sino también otros actos como ignorar a la
pareja, limitar su libertad, privarla de muestras de cariño…). Todas estas
acciones logran una consecuencia instrumental que pueden ser útiles para algún
miembro de la pareja en un momento dado.
Estudiando a parejas libres del problema en situaciones de
interacción sobre temas conflictivos, neutros o positivos, Froján y su equipo
encontraron que cuando la interacción versaba sobre temas de conflicto, los
hombres mostraban más conductas de defensa (como retirada del contacto visual),
mientras que las mujeres mostraban mayores conductas de provocación verbal.
Como ellos mismos señalan, de estos datos no hay que concluir que el hombre es
agresor físico y la mujer es agresora verbal, sino que precisamente esto viene
de nuevo a corroborar el carácter interactivo del fenómeno, señalando que cada
parte recurre a sus propias estrategias para afrontar la situación, estrategias
que en sí mismas implican algo de violencia para la otra parte.
Qué podemos concluir
de todo esto
De lo aquí expuesto se deriva que es imprescindible
estudiar el fenómeno no exclusivamente desde una perspectiva biologicista y
sociológica, sino que hay que estudiarlo desde una perspectiva psicológica que
contemple el análisis de los patrones de interacción conductual entre los
miembros de la pareja para conocer qué está haciendo mal cada uno, qué papel juegan
ambas partes en el problema. En estos episodios es cierto que una de las partes
puede colocarse como el principal agresor y otra como principal víctima pero
eso no quita que ambas partes jueguen un papel activo en la perpetuación y el
escalamiento del problema. Esa interacción requiere primero ser analizada (ver
qué está ocurriendo) para luego ser intervenida y prevenida.
Una segunda conclusión es la importancia de no victimizar
ni culpabilizar, pues etiquetar a la mujer (por ser lo más frecuente) como víctima
la sitúa en una posición pasiva que dificulta el tomar decisiones para frenar,
paliar o controlar estos episodios. Así mismo tampoco es apropiado estigmatizar
al varón (lo que no es equivalente a disculpar sus actos). De lo que se trata
es de entender la parte de responsabilidad que ambos tienen en el conflicto sin
que esta responsabilidad equivalga a “culpa”.
La conducta violenta es una conducta instrumental (es
mucho más que una respuesta emocional extrema e incontrolable del agresor hacia
la víctima), que está mantenida por los beneficios que obtiene y se repite por
las consecuencias que de ella se derivan (poder, control, descarga emocional…).
Una intervención más eficaz pasará no solo por contemplar
las variables disposicionales (entre las que se encuentran los factores
socioculturales), sino también por adoptar una perspectiva de estudio
diádica sobre las secuencias de
interacción de las parejas para poder desarrollar en su lugar patrones
interactivos menos dañinos y más adecuados.
Se puede contemplar la conferencia completa en los
siguientes enlaces:
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