Symphoricarpos albus |
Desde hace algunas décadas se comprobó que las plantas cuentan con sentidos que les permiten interactuar con el mundo de una manera comparable a la del ser humano, aunque no cuenten con las herramientas que asociamos a los sentidos. Por ejemplo, las plantas pueden oler: si colocamos una fruta madura junto a una verde, la fruta verde madurará más rápido. La fruta madura libera una feromona (el etileno) que es notada por las frutas a su alrededor y a su vez provoca una respuesta. Se sabe también que las plantas tienen una forma básica de comunicación entre ellas, que pueden ver y sentir, que tienen varios tipos de memoria e incluso se ha hablado de que pueden oír. Aunque la creencia popular de que las plantas disfrutan de la música ha sido desmentida, estudios recientes sobre la bioacústica de las plantas han comenzado a desentrañar cómo funciona su percepción de sonidos y vibraciones.
Un equipo de investigadores de la Universidad Occidental de Australia en Crawley reveló lo que puede ser un sentido que las plantas no comparten con el ser humano. Colocaron semillas de chile alrededor de una planta de hinojo, que según se sabe emite químicos que disminuyen el ritmo de crecimiento de otras plantas. El experimento se llevó a cabo con y sin una caja que aislara las semillas de chile del hinojo. Como se esperaba, las semillas germinaron lentamente cuando estaban en presencia del hinojo y con normalidad cuando no estaban en contacto. Lo sorprendente fue que cuando el hinojo estaba presente pero sellado de cualquier contacto era cuando las semillas germinaban con más rapidez de los tres casos. Repitieron el experimento con 2.400 semillas en multitud de cajas y los resultados se mantuvieron iguales, lo que demostró que las semillas responden a una señal de un tipo que no reconocemos. De hecho, anticiparon la llegada de factores que alentarían su crecimiento y aceleraron la germinación mientras pudieron. Semillas de chile aisladas una de otra pero en proximidad también crecen de forma diferente a semillas por sí solas, lo que apunta a una forma de comunicación entre ellas.
Foeniculum vulgare |
Quizá encuentren su respuesta en otros dos estudios, de investigadores de la Universidad de California en Berkeley y la Universidad de Notre-Dame, que vinculan sistemas fotosintéticos con procesos de la mecánica cuántica. La fotosíntesis siempre ha fascinado a los científicos por su eficiencia, que todavía está muy lejos de emularse en un laboratorio. Aunque diferentes especies de plantas, algas y bacterias emplean mecanismos diversos para absorber la energía lumínica, todas comparten el llamado centro de reacción fotosintética. Son los pigmentos y proteínas de este centro, los cromóforos, los que absorben la luz y realizan el primer paso en la conversión de energía. Los científicos observaron el proceso a nivel subatómico y se percataron de algo que nadie había notado antes: un solo fotón excitaba a diferentes cromóforos simultáneamente. «Esto nos indica que sistemas biológicos de alto nivel pueden aprovechar la física cuántica fundamental de formas que no parecían posibles», dice el bioquímico David Tiede. «Nos hace cuestionarnos si su existencia es un simple accidente o si su presencia ahí nos dice algo sutil y único».
Creemos que lo más fascinante todavía está por descubrirse. La forma en que las plantas, las algas y las bacterias se comunican y experimentan el mundo está estrechamente vinculada a nuestro propio bienestar y, tal vez, a nuestra evolución misma.
Autor: IIEH
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