No
sirve. Uno intenta explicar que no encuentra ninguna relación entre
hablar un idioma y sentirse identificado con un territorio o legitimar
un Estado. Trata de argumentar que, con todas las salvedades posibles,
considera sobre todo las diversas lenguas como herramientas y que trata
de expresarse en aquella que mejor conoce para facilitar la
comunicación. Les dices, por activa o por pasiva que —como quería Ferrer
Guardia— ojalá ya se hubiera popularizado el esperanto y así evitar
agravios comparativos con aquellos que cifran la grandeza de su patria
en el número y constancia de los hablantes de su lengua. Pero es todo
inútil: Españolista.
Es inútil tratar de exponer razonadamente que a pesar de sentir gran empatía por todo lo humano, te cuesta identificarte y sentirte hermanado con el tipo que sale por la tele y que, dicen, es uno de los responsables de la miseria y sufrimiento que padece la gente de tu alrededor. No importa que el lugar donde él vive tenga el mismo nombre que el tuyo. Suena manido y anticuado pero tu cariño y tu solidaridad están con el resto de los oprimidos y explotados, compañeros de penurias sin importar donde estén, de donde vengan o a donde vayan. No lo entenderán: Españolista.
No comprenden que creas tus propias tradiciones con aquellos a los que amas, y no necesitas que nadie te las venga a imponer desde lo alto. Como el tipo aquel de la canción de Brassens al que todo el mundo acaba persiguiendo, no quieres seguir al abanderado. Las rancias costumbres que pretenden ligar para siempre a un territorio y a sus gentes no van contigo. Argumentas que la cultura, sea lo que sea eso, la construimos entre todos y cambia mediante la convivencia. Estás condenado: Españolista.
Castigarán con su desprecio y repulsa tu falta de interés por tener un territorio que marcar. Consideran retrogrado y peligroso tu afán por derribar muros y eliminar fronteras. Infantil tu ingenuo deseo de que cualquiera pueda sentirse en cualquier lugar como en su casa. Confundidos, no sabrán entender tu propuesta internacionalista. Su inquina aumentará: Españolista.
No entenderán que no necesites sentirte identificado en ninguna nación, que la enorme complejidad y riqueza de tus pensamientos, relaciones y sentimientos no caben en un gentilicio. Pero insistirán irritados: Españolista.
Se enfadarán de verdad cuando digas compartir la tesis del Dr. Johnson sobre las patrias como último refugio de los canallas y declares tu lucha contra el Estado y toda estructura que pretenda uniformar y jerarquizar a las personas. Rabiosos y obcecados te dirigirán el mismo epíteto, como un mantra que los justificará: Españolista, españolista, españolista…
Y al final solamente quedará encogerse de hombros y explicarles, no sin cierta conmiseración: Españolistas sois vosotros, sólo que con otro nombre.
Grupo Luna Negra de Barcelona
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