(TEXTO EXTRAIDO DEL RELATO: "EXCURSIÓN", DE JUAN CARLOS ONETTI).
(.........) Acaso no fuera posible vivir siempre allí. Pero en cuanto comenzara a insinuarse la primavera... Huir de la ciudad, meterse en una casita cualquiera, perdida en los costados de la cuchilla que se azulaba en la distancia. Solo. Hacerse la comida con sus manos, cuidar los árboles... Se veía, medio cuerpo desnudo, altas botas, tostado el rostro dentro de la barba. ¿Que necesitaría? Un caballo, tal vez un perro, una escopeta, su pipa, libros. Trabajar por la mañana en lo que quisiera; dulzura de las uvas, piel de durazno, aroma de plantas y tierra bajo el sol. Dejarse llevar por el caballo lejos, tirándose a descansar a la sombra que encontrara propicia. Hacer correr al animal sudoroso, suelto su pelo al aire, la camisa abierta, excitándose con el golpear de los cascos. Desensillar con las primeras estrellas en la pureza del cielo, una mueca de cansancio feliz en la boca. El sillón junto a la noche campesina, llena de estremecimientos, que se extendía por la tierra en descanso, abandonado en los pliegues del terreno, en las charcas vidriosas de la blancura de los caminos silenciosas de luna. La pipa y un libro. Absoluta soledad de su alma, fantástica libertad de todo su ser, purificado y virgen como si comenzara a divisar el mundo. Paz; no paz de tregua, sino total y difinitiva. Paz como una dulzura resbalando en las venas, mientras el sueño iba aflojándole el cuerpo encima del sillón y los ojos perezosos dejaban el libro para seguir la curva de los escarabajos alrededor de la luz amarillenta.
(........) Se sentó en la vereda de pasto, bajo la sombra cambiante de una hilera de árboles. Tiró el sombrero a un lado e hizo una almohada con el saco. El último recuerdo suyo que se llevó, antes de irse tras su mirada al cielo luminoso, fueron sus zapatos opacos de polvo.
Nubecillas de contornos indecisos que se transformaban a cada instante, rodaban por el cielo como pelotones de humo. A veces formaban bandadas de cisnes curvando lentamente sus largos cuellos. Otras, pájaros fabulosos; albos veleros con viento en popa; caballeros de lances medievales; manos enormes con exceso de dedos; desmelenados perfiles femeninos; almenas de ciudades brumosas tras la niebla del amanecer; bosques de lanzas en tiempo de gesta; graciosas figuras danzando junto al mar, flotando blandamente los cándidos velos.
Aflojó la corbata con un movimiento maquinal y aspiró el aire fuerte y áspero. Ésta era la vida. Todo lo demás, mentira. Monstruosa mentira la civilización, la falsa y sórdida civilización de los mercaderes. Tan burda la mentira que bastaba llenarse un momento los pulmones y el cerebro con la atmósfera de un pedazo de campo, para que apareciera evidente.
Mentira los edificios grotescos con el guiño de los sangrientos letreros luminosos. Mentira la superficie pulida de las calles. Mentira los trenes veloces y trepidantes. Mentira las fábricas de chimeneas audaces, ensuciando dia y noche los arrabales. Mentira las máquinas brillantes, mostrando con impudicia sus entrañas de acero. Mentira las calmas veladas de familia bajo la dorada araña eléctrica del comedor. Mentira el juego estúpido de los ascensores, rebotando incansables en la planta baja para subir hasta el 9º o el 22º y volver a caer. Mentira las ediciones milenarias de los periódicos, con sus groseros titulares retintos. Mentira los movimientos acompasados de las grúas eléctricas encima de los barcos de carga. Mentira la lluvia metálica de las máquinas de escribir en las oficinas. Mentira la multitud de las calles, de los campos de deportes, de los hipódromos, de los teatros, de las manifestaciones erizadas de estandartes, de los lentos paseos crepusculares por las calles de moda. Todo una canallesca mentira, una farsa hábilmente dirigida. "Pioneers", progreso, cultura, directores, honestidad comercial, hombres austeros, mujeres honestas.....Rió sin maldad ni odio, bajo la transparencia del cielo redondo.
El viento le movía el cabello como la caricia de una mano distraída. Sí, camarada. En la ciudad no se vivía. Se producía dinero, se ganaba dinero, se compraba, se vendía.... La verdad estaba allí, en la naturaleza. En los frutos de los árboles, en las tetas de las vacas, en la miel de los panales. Tener la fuerza de huir de la ciudad, romper con ella para siempre. Reintegrarse a la tierra negra, al pasto verde, al cielo azul. Ir arrancándole a pedazos, día a día, las costras que la ciudad había segregado sobre su alma, lavarse en el aire limpio las mugres ciudadanas. Y levantarse una mañana, intacto, puro, fuerte, delante del paisaje luminoso y dilatado. Ser él íntegramente. Recordar el Jason cien por ciento de la infancia, sin urbanidad, sin falsas maneras corteses, sin convenciones, sin influencia, sin literatura. Limpia la cabeza, alegre el corazón, cosquilleante la audacia en los testículos.
Quitóse un insecto de la mejilla y se acarició el rostro con la mano. Sí; más audacia en los testículos. La ciudad iba castrando a los hombres, neutralizando su virilidad, domesticando sus almas. Se nacía y la ciudad lo tomaba a uno y lo iba haciendo a su antojo
Sí; erguirse un amanecer en el campo, desnudo, cobrizo, musculoso, lleno de una sencilla alegría animal explotando en carcajadas. Fuerte y alegre, desnudo y musculoso..... Sentía el viento tocarle la cara como un fino lienzo. Se movió un poco, restregando la espalda en la tierra, tragando fuertemente el aire.
Se puso de costado, aspirando calmosamente el olor de la tierra. Algo se había metido en sus pulmones y lo fue dejando escapar poco a poco. Algo de perfume y de pasto, tierra húmeda, un viento muy suave, la frescura de la sombra y el cuchicheo de las hojas más altas de los árboles. Sonrió apenas.
Sí; era eso, precisamente. Su cuerpo desnudo en mitad del paisaje, como si él fuera el centro de la naturaleza, el núcleo creador. Y como si la naturaleza toda, los árboles rumorosos, la cuchilla de lomo curvado, la tierra de los caminos ondulantes, estuviera fluyendo de él, de su cuerpo desnudo y musculoso bajo la matemática curva del cielo. Desnudo en el centro del paisaje. La imagen del cuerpo moreno, aquietado en una actitud de sosiego y naturalidad. Plenitud; una paz que era casi pereza, contento de corazón y unas ganas de abandonarse para siempre.
Pasó la mirada por el camino ondulante y se sintió golpeado bruscamente por un pensamiento. De improviso, sin preverlo, se encontraba frente a la palabra que escribía para él la carretera. Partir. Una vida tan libre como nunca había soñado. Dejar todo a sus espaldas, definitivamente, para siempre. Dudas, vacilaciones, tristezas. Todo su pasado de tanteos y búsquedas quedaría en la ciudad. Tirado como un caballo muerto de improviso en mitad de la jornada. Sentía saltar el corazón en su pecho, le parecía que toda su vida no había sido más que la lenta preparación de aquel momento. Todas sus meditaciones, el prólogo de aquella sencilla idea. Irse. Jason, el vagabundo, sobre el camino público. Los maizales de oro, los arrollos veloces, los chiquillos sucios de las chacras, las tropas mugientes, la fruta robada en la noche, la sed satisfecha boca abajo, el sueño cubierto por las estrellas temblorosas, el despertar con el sol lamiéndole la cara. Todo eso era el camino ancho y sin vereda. Eso era partir, tener la sinceridad de irse, romper con su vida estúpida y sin color. Trazar con la mano un amplio y rotundo adiós al recuerdo de sus días y salir en busca de otros. (...............).
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