"Las reivindicaciones sociales planteadas por las feministas en el orden del día revolucionario unen el movimiento femenino con la lucha y la suerte de los obreros y las obreras; estas reivindicaciones son: oficinas estatales de colocación, cooperativas productivas que vendan sus productos eliminando a los intermediarios usureros; construcción de lavaderos y sastrerías públicos, en los cuales las mujeres del pueblo puedan realizar las necesidades domésticas y reducir el gasto de energías físicas mediante un trabajo común organizado y funcional; comedores de fábrica; obligación de legal de crear escuelas maternales en todas las empresas industriales para que las madres que trabajan puedan dejar en ellas a sus hijos; organización de Casas del Pueblo con restaurantes, salas de reunión y recreo, bibliotecas, etc. "
Estas reivindicaciones de las socialistas y las feministas alemanas se plantean en 1848, como nos informa Clara Zetkin en varios de sus escritos aportados a los Congresos de la socialdemocracia alemana. En 1905 Alejandra Kollöntai reclama la socialización del trabajo doméstico, con proyectos concretos semejantes a los descritos. Recogían las ideas y experiencias de Saint-Simon y Fourier en sus falansterios y de Robert Owen en sus fábricas colectivizadas.
El ideal de una sociedad que aportara a sus individuos los cuidados y servicios que en razón de sus peculiaridades precisaran es tan viejo como describen los utopistas desde Tomás Moro. Regina de Lamo, la activista cooperativista, a principios del siglo XX trabaja por organizar en España la producción en colaboración y participación de todos los trabajadores. Las reivindicaciones inmediatas de las feministas en nuestro país se concretan en las conclusiones aprobadas en las Jornadas Catalanas de la Mujer en mayo de 1976, donde explícitamente se exige la socialización del trabajo doméstico, de la educación pública, de los servicios sociales.
Siguiendo la misma línea teórica y de exigencia empírica feminista, tanto en mis obras teóricas como en los programas electorales de las coaliciones que he liderado, repito una vez más la necesidad de liberar a las familias del trabajo doméstico, rutinario, repetitivo, sin compensaciones, y de una productividad tan minúscula como es el servicio diario a unas pocas personas, que se sigue realizando con los mismos protocolos que en las tribus de Jehová, por más lavadoras de que dispongamos. El socialismo no es solo expropiar los medios de producción de los propietarios privados para convertirlos en propiedad colectiva, es también acabar con la familia patriarcal inserta en el modo de producción capitalista, y`, en consecuencia, socializar los servicios personales que presta.
Ya sé que hoy no se estila seguir reclamando un régimen que no sea de libertad de mercado -léase de libertad de extorsionar, estafar y apropiarse de los bienes del mundo por parte de los capitalistas y sus gestores: multinacionales y banca. Pero a estas fechas de mi vida no estoy para cambiar a la moda, y véase además la facha sórdida y lúgubre que tiene esta moda en los días actuales.
Estas reivindicaciones de las socialistas y las feministas alemanas se plantean en 1848, como nos informa Clara Zetkin en varios de sus escritos aportados a los Congresos de la socialdemocracia alemana. En 1905 Alejandra Kollöntai reclama la socialización del trabajo doméstico, con proyectos concretos semejantes a los descritos. Recogían las ideas y experiencias de Saint-Simon y Fourier en sus falansterios y de Robert Owen en sus fábricas colectivizadas.
El ideal de una sociedad que aportara a sus individuos los cuidados y servicios que en razón de sus peculiaridades precisaran es tan viejo como describen los utopistas desde Tomás Moro. Regina de Lamo, la activista cooperativista, a principios del siglo XX trabaja por organizar en España la producción en colaboración y participación de todos los trabajadores. Las reivindicaciones inmediatas de las feministas en nuestro país se concretan en las conclusiones aprobadas en las Jornadas Catalanas de la Mujer en mayo de 1976, donde explícitamente se exige la socialización del trabajo doméstico, de la educación pública, de los servicios sociales.
Siguiendo la misma línea teórica y de exigencia empírica feminista, tanto en mis obras teóricas como en los programas electorales de las coaliciones que he liderado, repito una vez más la necesidad de liberar a las familias del trabajo doméstico, rutinario, repetitivo, sin compensaciones, y de una productividad tan minúscula como es el servicio diario a unas pocas personas, que se sigue realizando con los mismos protocolos que en las tribus de Jehová, por más lavadoras de que dispongamos. El socialismo no es solo expropiar los medios de producción de los propietarios privados para convertirlos en propiedad colectiva, es también acabar con la familia patriarcal inserta en el modo de producción capitalista, y`, en consecuencia, socializar los servicios personales que presta.
Ya sé que hoy no se estila seguir reclamando un régimen que no sea de libertad de mercado -léase de libertad de extorsionar, estafar y apropiarse de los bienes del mundo por parte de los capitalistas y sus gestores: multinacionales y banca. Pero a estas fechas de mi vida no estoy para cambiar a la moda, y véase además la facha sórdida y lúgubre que tiene esta moda en los días actuales.
Decía, pues, que el feminismo no puede abandonar sus más caras reivindicaciones y ese calificativo tiene dos significados, el de queridas y el de caras económicamente hablando, puesto que las inversiones que debería hacer un Estado para proporcionar a las familias los jardines de infancia, los geriátricos, las escuelas, las lavanderías y sastrerías, los comedores populares, los transportes adecuados y cubrir todas las necesidades de los seres humanos que vivan en compañía, tengan o no hijos, sean o no ancianos, solteros o en pareja, etc. son tan inmensas que ninguno se lo ha planteado nunca. Pero lo más penoso es constatar que las dirigentes de la mayoría de organizaciones de mujeres han olvidado las fundamentales reivindicaciones centenarias para asumir mansamente la inevitabilidad de la organización familiar milenaria.
Para la PIINA no se trata ya de colectivizar los servicios personales, que hoy prestan absolutamente mayoritariamente las mujeres dada la estructura económica de la sociedad, sino de intentar convencer a los hombres y a las empresas privadas para que los padres ayuden a las madres en el cuidado de los niños, con el fin de igualar las oportunidades de trabajo de las mujeres, que siguen, como siempre, siendo discriminadas. La organización PIINA plantea que se conceda el permiso laboral para el padre en el momento del nacimiento del hijo en igual proporción que el que tiene derecho a disfrutar la madre. El ahínco con que desde hace varios años reivindica esta petición ha logrado convencer a una buena parte de las asociaciones y partidos políticos de la bondad y de la necesidad de su exigencia, e incluso llevar su manifiesto hasta a la ONU.
La argumentación fundamental es que, según las dirigentes de la PIINA, las empresas tendrán la misma motivación para contratar mujeres que hombres dado que el inconveniente alegado por el empresario, para no desear emplear mujeres, de que estas abandonan el trabajo durante seis meses al dar a luz, no será discriminatorio con relación a los hombres.
Es tan minúscula y elemental esta reivindicación, que sorprende que haya tenido el éxito que observamos. O quizá precisamente por eso. Analicemos con detalle de qué manera ese supuesto avance lo que hace es retroceder en las reivindicaciones feministas, aparte de su inutilidad.
1º.- Lo fundamental es que da por supuesto que la familia nuclear, que mantiene tantos rasgos patriarcales, ha de seguir existiendo tal como se organiza ahora. La mujer, obligadamente, sigue gestando y pariendo y amamantando -los pediatras en tiempos de crisis han descubierto que lo ideal es que el niño lacte SEIS MESES seguidos sin ninguna otra nutrición-y el hombre acude a su trabajo como siempre -en tiempos de crisis bastante más oprimido y explotado que antes- para seguir manteniendo la empresa capitalista.
Ante esta resignada aceptación de una realidad detestable resulta lógico que las mujeres soliciten humildemente alguna ayuda, tanto para criar a los hijos como para seguir manteniendo su puesto de trabajo, que hoy, en cuanto el patrono sabe que están embarazadas lo pierden. Y, pues, ¿qué se les ocurre a las feministas, ante esta angustiada llamada de socorro de varios millones de madres, y también de mujeres sin hijos, que para el empresario son candidatas siempre a la maternidad?
Pedirle al Estado que obligue al capitalista que le conceda al padre el mismo permiso que a la madre: seis meses por paternidad. Ahora son 15 días y se espera inmediatamente que se extienda hasta un mes. Es decir, se privatiza -según está a la moda- la responsabilidad de proteger la maternidad y el trabajo de las mujeres. No es la sociedad entera la que debe garantizar estos derechos con la inversión en servicios e instituciones sociales, sino el empresario el que debe cargar con el peso económico de los permisos iguales.
2º.- Resulta de una infantil ingenuidad creer que se conseguirá esta reivindicación que gravaría enormemente los presupuestos empresariales. Ni la ordenanza de la ONU, si se aprobara -ya sabemos la eficacia de las recomendaciones de esa inoperante organización-, ni las leyes estatales, convencerían a los empresarios para conceder semejantes privilegios a los papás, ni éstos por supuesto se atreverían a hacerlos valer. Aquel que se atreviera a reclamar el cumplimiento de lo legal estaría en la calle con la carta de despido en menos de lo que tardaría en coger el abrigo. Y que no me digan que cabrían acciones legales, que de eso sé un rato.
3ª.- Aún en el caso de que algún empresario, caritativo, solidario, comprensivo y deseoso de apoyar la causa femenina -de esos que no hay- concediera los permisos parentales, a ninguno se le puede obnubilar tanto el cerebro como para aceptar la tesis de las activistas de la PIINA de que con ese trato de igualdad las mujeres no tienen más dificultades que los hombres en cumplir con sus tareas laborales asalariadas. Nadie en su sano juicio piensa que con seis meses se ha criado un hijo, y todo el mundo sabe que después de ese plazo quien irá a buscarlo y traerlo a la guardería, a la escuela, al pediatra, al dentista, al gimnasio, al hospital y a la excursión, será la madre, durante los quince años siguientes. De tal modo, que aun arriesgándose a que sus empleados y ejecutivos sean tan buenos padres que quieran dedicarse a cambiar pañales -dar biberones estará prohibido dentro de nada- durante seis meses -cuando no prefieran ir al bar con los amigos en ese periodo de ausencia laboral- voluntaria u obligatoriamente según se redacte la ley, los empresarios seguirán contratando varones para todas las tareas que no sean específicamente femeninas, seguros de que aquellos les fallarán menos que éstas cuando de ocuparse de los niños se trate.
4º.- Dejando aparte, y es mucho dejar, que es imposible controlar que los millones de afortunados padres que disfruten del permiso se dediquen durante ese tiempo a cuidar a su niño y a aligerar a la madre de sus responsabilidades, puesto que los argumentos de la PIINA se refieren a la competencia en el trabajo asalariado más que a la corresponsabilidad de las tareas domésticas entre padre y madre, es importante recordar la situación laboral de los hombres, sobre todo en el momento actual de explotación exacerbada de los empleados, con la excusa de la crisis. Ninguno de los empleados medios ni mucho menos los obreros, puede plantearse renunciar durante seis meses a los emolumentos complementarios que pueden cobrar en su actividad laboral y que perderán durante el periodo de vacancia.
Hoy ni a las empresas ni a los hombres les conviene semejante legislación, pero resulta enormemente sospechoso que la mayoría de los partidos políticos apoyen esta reivindicación que incluso va a llegar hasta la ONU. Si tal reclamación fuese realmente revolucionaria los partidos parlamentarios que tenemos en España no la apoyarían. La aceptación de los políticos de esta brillante idea de la PIINA indica claramente que la consideran un brindis al sol -que es lo que es- y que en todo caso no causa molestia al sistema capitalista que todos apoyan.
5º.- No puedo dejar de mencionar aquí que las mismas dirigentes de la PIINA se opusieron rotundamente a solicitar al Estado el salario al ama de casa, incluso de aquellas que por edad y preparación profesional están incapacitadas para entrar en el mercado laboral, con una rotundidad y agresividad que nos obligó a la candidatura electoral de la COFEM a eliminar esta reclamación de nuestro programa electoral si queríamos contar con su colaboración. Las mujeres no podían ser retribuidas por su trabajo doméstico a cargo de la sociedad, a pesar de la riqueza que producen y de los servicios imprescindibles que prestan. Ese trabajo debe ser gratuito porque de otra manera las mujeres no acudirán a venderse a ese mercado laboral que, como se ve, les da tantas oportunidades. Coherentemente en su rechazo a todo lo colectivo ahora reclaman a los empresarios ayudas que un sistema capitalista, per se -recuerdo que el único objetivo del capital es el beneficio- no puede dar.
Hemos retrocedido doscientos años en la historia de las reivindicaciones feministas y de sus ideales. La ideología burguesa con su defensa de la propiedad privada, del beneficio individual y de la familia nuclear, con sus ataques a todo lo colectivo que anatemiza, está ganando las batallas perdidas en el siglo de luchas obreras y feministas.
Si no somos conscientes de que socialismo y feminismo son indisolubles, que las mujeres no obtendrán del capitalismo esa igualdad que se reclama hoy en España como un inane brindis al sol -igualdad cuyos planteamientos no ha analizado el MF, porque no se da cuenta de que se entiende como imitar las maldades y contradicciones masculinas-, que la evolución del mantenimiento de la reproducción no puede ser afianzar la familia nuclear y encomendar a la empresa privada su sostenimiento, sino luchar por la socialización del trabajo doméstico del mismo modo que la producción de los bienes, el feminismo se convertirá en un recuerdo histórico del pasado sin prestigio en el presente.
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