Estos últimos días nos han regalado cuatro imágenes, que me parecen curiosas y contradictorias. La primera nos llegó de Madrid, del hotel Ritz, el viernes pasado, día 21. Una imagen en la que hemos visto cómo el arzobispo de Valladolid asiste al desayuno y posterior conferencia del alcalde de Valladolid, don Javier León. La imagen nos muestra al arzobispo sentado a la mesa entre el presidente de la Diputación Provincial y la primera teniente de alcalde de Valladolid, doña Mercedes Cantalapiedra. En la imagen se ve cómo departe animadamente con el presidente de la Diputación, don José Julio Carnero. Una mezcla extraña entre teórica conciencia moral y poder civil en armonía. ¡Cuánto poder junto! ¿Qué le decía el señor Blázquez al presidente de la Diputación? Se hablan como si fueran viejos conocidos y tuvieran la confianza suficiente como para mirarse a los ojos. No hay distancia ni recriminación ni disgusto entre ellos a pesar de los tiempos que corren. La imagen me sugiere la antítesis de Jesucristo, ninguneado y condenado por Pilatos y Herodes. ¿De qué hablaban? ¿Negociaba otro ascensor o reivindicaba que la iglesia no estuviera exenta del pago de impuestos como el IBI o el del patrimonio? Se adivinan gestos y palabras de terciopelo, ideas sagaces y una trastienda oscura. La astucia se esconde con frecuencia tras la cortesía y las buenas formas.
Las otras tres imágenes corresponden al 25 de noviembre y proceden del parlamento europeo de Estrasburgo. La segunda imagen nos muestra al Papa Francisco dirigiéndose desde un atril a los parlamentarios europeos criticando tres cosas fundamentales: que la construcción de Europa no gire sobre la economía sino sobre el valor intrínseco de la persona, «los estilos egoístas de vida, caracterizados por una opulencia insostenible e indiferente ante los más pobres» y que «no se puede tolerar que el Mediterráneo se convierta en un gran cementerio». Si el Papa hubiera llegado a Bruselas como Jesucristo entró en Jerusalén y no en coche oficial, si el Parlamento europeo y el Vaticano no fueran ejemplos clarísimos de lujo y ostentación, las palabras de Jorge Mario Bergoglio, y los aplausos de los parlamentarios, parecerían plausibles precisamente por su coherencia e incluso reconoceríamos en ellas una señal del sentido de la justicia. Aun así, esas palabras suenan bien, por lo que significan y por el silencio y la pasividad de tantos de sus antecesores. Sin embargo, la iglesia de los pobres debería ser una iglesia asimismo pobre, porque es fácil hablar de la pobreza, como un salvador, con el estómago lleno y el futuro asegurado.
La tercera imagen nos muestra cómo los miembros del grupo parlamentario Izquierda Plural abandonaban el hemiciclo de Estrasburgo, alegando que la presencia del Papa en el Parlamento europeo era «un claro ataque a la necesaria separación estricta entre la religión y las instituciones públicas» y «una grave ofensa a la laicidad de millones de ciudadanos y ciudadanas europeos». Imagino que a estos parlamentarios les suena asimismo extraño que quien ostenta la silla de Pedro tenga la condición de Jefe de Estado, que el Vaticano haya sido reconocido como Estado independiente por Mussolini y que en el parlamento europeo se haya mezclado el ámbito religioso, que pertenece al ámbito privado de las personas, con el ejercicio político, que pertenece al ámbito civil. No nos vendría mal leer y pensar el tratado de Immanuel Kant titulado «La religión dentro de los límites de la razón». ¡Cuánta luz esconde en un texto tan breve!
La cuarta imagen nos la ha entregado la televisión, con un Pablo Iglesias aplaudiendo y alabando el discurso que el Papa Francisco pronunció en Estrasburgo. No sé si hizo bien permaneciendo en el hemiciclo o si debió abandonarlo. En todo caso, ahí está el Secretario General de Podemos ejerciendo ya de político. Por sus obras los conoceréis, reza el Evangelio. Lo hemos visto casi emocionado hablando del Papa. Donde algunos han visto contradicción, Pablo Iglesias advierte una lección moral. Cuando a algunos de su propio grupo político, como Teresa Rodríguez, les parece escandaloso escuchar que el aborto es un asesinato, su jefe de filas hace pública su admiración hacia el Papa Francisco. Donde alguno puede ver un discurso valiente, otros pueden advertir incoherencia y contradicción. No sé si con tantas puertas –o círculos- abiertas será posible la coherencia en el pensamiento y la acción.
Me recluyo entre las sombras, no porque quiera sino porque me abruman. Será porque esa luz es tu sombra, como decía Dulce María Loynaz.
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