El Capítulo XV: “Las revoluciones de 1848” del tomo X de la Historia del Mundo Moderno de Cambridge,
comienza con este texto: “Aunque las revoluciones de 1848 fueron simultáneas y
estuvieron inspiradas por una ideología común, constituyeron, no obstante
fenómenos aislados. No había ninguna organización revolucionaria internacional
y los refugiados políticos que se reunieron en Francia, Bélgica, Suiza e
Inglaterra de las revoluciones de sus propios países. Ningún complot se produjo
ni se prepararon las revoluciones. Problemas análogos en general tomaron
distintas formas en cada Estado y produjeron resultados antagónicos; el mismo
vocabulario, el mismo programa, encubría situaciones diferentes.
En los comienzos del año 1848 nadie creía que la revolución
fuera inminente; y sin embargo, la situación en muchos países de Europa era la
que precede a las revoluciones.”
En 1940, frente la amenaza del Totalitarismo, escribía el
editorialista de The Times: “Cuando hablamos de democracia,
no nos referimos a una democracia que defienda el derecho a votar, pero que
descuide el derecho a trabajar y a vivir. Cuando hablamos de libertad, no nos
referimos a un puro individualismo que excluya la configuración social y la
planificación económica. Cuando hablamos de igualdad de derechos, no nos
referimos a una igualdad de derechos política que sea destruida de nuevo por
los privilegios sociales y económicos”.
Recordando los estatutos del primer Congreso de la Internacional, que
tuvo lugar en Ginebra en 1866, decía Bakunin: “Que, por esta razón, la
emancipación económica de los trabajadores es el gran objetivo al cual debe
subordinarse todo el movimiento político…He aquí la frase decisiva de todo el
programa de la
Internacional. Ella ha cortado el cable, para servirme de la
expresión memorable de Siéyes, ha quebrado los lazos que encadenaban al
proletariado a la política burguesa. Reconociendo la verdad que expresa y
profundizándola cada día, el proletariado ha vuelto resueltamente la espalda a
la burguesía y en lo sucesivo cada paso que avance acrecentará el abismo que
los separa”.
Con otros argumentos, Marx en “Las luchas de clases en
Francia de 1848 a
1850”,
decía: “¡Orden!, gritaba Cavaignac, eco brutal de la Asamblea Nacional
francesa y de la burguesía republicana. ¡Orden!, tronaban sus proyectiles,
cuando desgarraban el cuerpo del proletariado. Ninguna de las numerosas
revoluciones de la burguesía francesa, desde 1789, había sido un atentado
contra el orden, pues todas dejaban en pie la dominación de clase, todas
dejaban en pie la esclavitud de los obreros, todas dejaban subsistente el orden
burgués, por mucha que fuese la frecuencia con que cambiase la forma política
de esta dominación y de esta esclavitud…
Al convertir su fosa en cuna de la república burguesa, el
proletariado obligaba a ésta, al mismo tiempo, a manifestarse en su forma pura,
como el Estado cuyo fin confesado es eternizar la dominación del capital y la
esclavitud del trabajo.”
Qué conciencia tan distinta a la que tenemos hoy día. Hoy
nos ocurre como a los esclavos en el mundo antiguo o a los siervos en el mundo
feudal y del antiguo régimen, que, al igual que a ellos ser esclavos o ser
siervos les parecía algo natural, porque formaba parte del orden natural de las
cosas, a nosotros nos parece lo más natural del mundo que el sistema democrático
y social en el que vivimos se fundamente sobre la explotación económica,
política, cultural y moral de la mayoría de la población por una minoría.
Y, como dirían los estoicos, aceptar la función social que
cada uno tiene en la vida porque forma parte de un plan divino, de esas fuerzas
impersonales que determinan nuestro destino, e identificarse con esa voluntad
extraña al individuo, actuamos nosotros, cuando, hablando de democracia,
aceptamos como una especie de ley natural que este sistema se construya sobre
la dialéctica de explotadores y explotados. Así que, reformar el sistema, antes
que transformarlo, es la tarea fiel a la que nos dedicamos. Un sistema
democrático y social en el que junto con las conquistas progresistas se sigue
protegiendo el sistema de explotación. De manera que, como diría Marcuse en
“Eros y civilización”, giramos en torno a esta realidad dialéctica sin
encontrar la salida, al tiempo que alimentamos y perpetuamos la explotación
capitalista.
De todas formas, si nos sirve de consuelo, hasta los
filósofos socialistas y anarquistas del siglo XIX, todo el pensamiento
filosófico, y digo el pensamiento que no la teoría política de algunos
filósofos, se ha elaborado, como la teología, sin cuestionar el orden social
basado en la explotación, como si ésta fuera un estado natural en el que se
nace y en el que se debe vivir con espíritu estoico. Para los filósofos, que
construían su pensamiento abstracto, idealista, precientífico y de clase a
partir de un orden social natural inmutable, también les parecía que lo más
natural era ser esclavos o siervos. Y sin embargo, es posible que algún día
podamos ser libres, tod@s.
Volviendo a “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”, cuya lectura
recomiendo a las izquierdas que no hayan renunciado a la utopía de la
revolución, no a aquéllas han abandonado la ideología progresista por ídolos,
tal vez dorados, como el Capitalismo, que, a diferencia del de Marx, produce
dividendos, y leyendo el siguiente párrafo: “El Gobierno provisional podía
obligar al banco a declararse en quiebra…La quiebra del Banco hubiera sido el
diluvio que barriese en un abrir y cerrar de ojos del suelo de Francia a la
aristocracia financiera…” empecé a darme cuenta de por qué razón el
Capitalismo, fielmente representado por Merkel, la socialdemocracia, la
democracia cristiana y Wall Street, están dispuestos a hacer todo lo posible
por impedir que Grecia, Portugal, Italia, España…se desplomen en la quiebra. Es
que, si estos países quiebran quien quiebra no es la sociedad sino el capitalismo
financiero y especulativo. De manera que si nos dejáramos quebrar no solamente
nos veríamos libres de deudas y podríamos volver a empezar sin necesidad de
endeudarnos y sin necesidad del capitalismo, sino que nos habríamos librado del
Capitalismo. Así con sólo quebrar y sin recurrir a ninguna revolución armada.
Por eso la contrarrevolución de las fuerzas políticas
gobernantes o en la oposición se está desangrando, nos están desangrando, deconstruyendo,
arruinando, lo poco que tenemos: la
Sociedad de bienestar, para salvar el Capital. Esa bestia que
empezó como un fantasma en el siglo XIX y ahora lo dominad todo. Hasta para
quitarnos un dolor de cabeza acabaremos teniendo que pedir un préstamo. ¿Cómo
puede ser tan sencillo acabar con el Capitalismo sin necesidad de recurrir a la
revolución, si sólo nos dejamos quebrar? Los economistas se ve que no habían
caído en la solución, pero, ¿cuándo se enteran los economistas de las crisis
del sistema, sino cando ésta ya ha estallado?
Porque a lo largo de la historia se han producido muchas
quiebras como solución a las crisis. Y no me refería, solamente, a las tantas
veces que quebró el Estado durante el reinado de Felipe II, ni si quiera a que
de hecho, la Primera
y Segunda Guerra mundial hicieron quebrar el sistema, excepto en USA, reserva
monetaria del Capitalismo mundial, es que hasta en la Grecia clásica, allá por el
siglo VI antes de nuestra era, Solón levantó las hipotecas, la esclavitud por
deudas y prohibió los préstamos que esclavizaran a los ciudadanos. A pesar de
lo cual, años después las ciudades de Grecia construyeron la democracia y
alcanzaron la luz en la ciencia, la literatura y el arte.
En el artículo de Marx, arriba citado, éste decía: “El crédito público y el crédito privado
estaban, naturalmente, quebrantados. El crédito público descansa en la
confianza de que el Estado se deja explotar por los usureros de las finanzas.
Pero el viejo Estado había desaparecido y la revolución iba dirigida, ante
todo, contra la aristocracia financiera. Las sacudidas de la última crisis
comercial europea aún no habían cesado. Todavía se producía una bancarrota tras
otra.
Así, pues, ya antes
de estallar la revolución de Febrero el crédito privado estaba paralizado. La
circulación de mercancías entorpecida y la producción estancada. La crisis
revolucionaria agudizó la crisis comercial. Y si el crédito privado descansa en
la confianza de que la producción burguesa se mantiene intacta e intangible,
¿qué efectos había de producir una revolución que ponía en tela de juicio la
base misma de la producción burguesa- la esclavitud económica del
proletariado-, que levantaba frente a la Bolsa la esfinge del Luxemburgo? La emancipación
del proletariado es la abolición del crédito burgués, pues significa la
abolición de la producción burguesa y de su orden. El crédito público y el
crédito privado son el termómetro económico por el que se puede medir la
intensidad de una revolución. En la misma medida en que aquéllos bajan, suben
el calor y la fuerza creadora de la revolución.
…Para alejar hasta la
sospecha de que la república no quisiese o no pudiese hacer honor a las
obligaciones legadas a ella por la monarquía, para despertar la fe en la moral
burguesa y en la solvencia de la república, el Gobierno provisional acudió a
una fanfarronada tan indigna como pueril: la de pagar a los acreedores del
Estado los intereses del 5, 4 y medio y del 4 por 100 antes del vencimiento
legal. El aplomo burgués, la arrogancia del capitalista se despertaron en
seguida, al ver la prisa angustiosa con que se procuraba comprar su confianza.
Naturalmente las
dificultades pecuniarias del Gobierno provisional no disminuyeron con este
golpe teatral, que lo privó del dinero en efectivo de que disponía. La apertura
financiera no podía seguirse ocultando y los pequeños burgueses, los criados y
los obreros hubieron de pagar la agradable sorpresa que se había deparado a los
acreedores del Estado.
Las libertas de cajas
de ahorro por sumas superiores a 100 francos se declararon no canjeables por
dinero. Las sumas depositadas en las cajas de ahorro fueron confiscadas y
convertidas por decreto en deuda pública no amortizable. Esto hizo que el
pequeño burgués, ya de por sí en aprietos, se irritase contra la república. Al
recibir en sustitución de su libreta de la caja de ahorros, títulos de la deuda
pública, veíase obligado a ir a la
Bolsa a venderlos, poniéndose así directamente en manos de
los especuladores de la Bolsa
contra los que habían hecho la revolución de febrero.
La aristocracia
financiera que había dominado bajo la monarquía de Julio, tenía su iglesia
episcopal en el Banco. Y del mismo modo que la bolsa rige el crédito del
Estado, el Banco rige el crédito comercial.
Amenazados
directamente por la revolución de febrero, no sólo en su dominación, sino en su
misma existencia, el Banco procuró desacreditar desde el primer momento la
república, generalizando la falta de créditos. Se los retiró súbitamente a los
banqueros, a los fabricantes, a los comerciantes. Esta maniobra, al no provocar
una contrarrevolución inmediata, tenía por fuerza que repercutir en perjuicio
del banco mismo. Los capitalistas retiraron el dinero que tenían depositado en
los sótanos del Banco. Los tenedores de billetes de Banco acudieron en tropel a
sus ventanillas a canjearlos por oro y plata.
El Gobierno
provisional podía obligar al Banco a declararse en quiebra, sin ninguna
injerencia violenta, por vía legal; para ello no tenía más que mantenerse a la
expectativa, abandonando al Banco a su suerte. La quiebra del Banco hubiera
sido el diluvio que barriese en un abrir y cerrar de ojos del suelo de Francia
a la aristocracia financiera, la más poderosa y más peligrosa enemiga de la
república, el pedestal de oro de la monarquía de Julio. Y una vez en quiebra el
Banco, la propia burguesía tendría necesariamente que ver como último intento
desesperado de salvación el que el Gobierno crease un Banco nacional y
sometiese el crédito nacional al control de la nación… la revolución de Febrero
reforzó y amplió directamente la bancocracia que venía a derribar.
Entretanto, el
Gobierno provisional se encorvaba bajo la pesadilla de un déficit cada vez
mayor. En vano mendigaba sacrificios patrióticos. Sólo los obreros le echaron
una limosna. Había que recurrir a un remedio heroico: establecer un nuevo impuesto.
¿Pero a quién grabar con él? ¿A los lobos de la bolsa, a los reyes de la Banca, a los acreedores del
Estado, a los rentistas, a los industriales? No era por ese camino por el que
la república se iba a captar la voluntad de la burguesía. Eso hubiera sido
poner en peligro con una mano el crédito del Estado y el crédito comercial,
mientras con la otra se le procuraba rescatar a fuerza de grandes sacrificios y
humillaciones. Pero alguien tenía que ser el pagan. ¿Y quién fue sacrificado al
crédito burgués? Jacques le bonhomme, el campesino.”
Javier Fisac Seco
Historiador,
caricaturista político, diseñador, analista político
2 comentarios:
Marx tiene una expresión mejor:
«(...)Si los propios demócratas proponen impuestos progresivos moderados, los obreros deben insistir en un impuesto cuya tarifa crezca en tales proporciones que provoque la ruina del gran capital; si los demócratas piden la regularización de la deuda pública, los obreros deben exigir la bancarrota del Estado.(...)»
!No le pides poco a los obreros!...Ten cuidado no te vendan por una entrada de fútbol........
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