sábado, 6 de septiembre de 2014

Sun Tzu y Julio César


Por JOSÉ RAMÓN AYLLÓN

Si Jenofonte se retrató en la Anábasis, Julio César hizo lo propio con las dos grandes campañas militares que protagonizó: la guerra de las Galias y la guerra civil contra Pompeyo. Una docena de años en pie de guerra y dos relatos concebidos como operaciones de maquillaje para justificar lo injustificable de ambas empresas.

Sun Tzu piensa que la mejor resolución de un conflicto es la vía pacífica de la diplomacia. César, en las antípodas, inventa un conflicto donde no lo hay, y emplea la diplomacia para forzar una solución por las armas, de la forma más cruenta posible. Sun Tzu concibe la guerra como servicio escrupuloso al propio país. César, en cambio, no combate exactamente al servicio de Roma, sino al servicio de su propio interés, aunque su interés sea acabar con la corrupción de la república romana e instaurar una utópica limpieza imperial.

César soñaba con un poder absoluto para llevar a cabo una reforma que asombrase al mundo. Para ello había empezado su carrera política en el foro, con la pasión juvenil de conseguir reformas a lo Pericles, sin empuñar la espada. Y sostuvo su ilusión veinte años, hasta que tuvo claro que en Roma jamás sería alguien sin el poder de las legiones. Por eso, cuando el Senado le nombró procónsul de las Galias Cisalpina y Narbonense, su propósito no fue enriquecerse torpemente como tantos gobernadores anteriores. Todo su afán apuntaba a la conquista de la Galia independiente. Sólo entonces, con la gestión de sus riquezas y la devoción de sus soldados, podría regresar a Roma con peso suficiente para presidir los funerales de la República y alumbrar el Imperio.

La guerra de las Galias se saldó con unas cifras increíbles para la época. Una población de diez millones de galos hubo de soportar un millón de muertos, un millón de muertos, un millón de esclavos y ocho años salpicados de atrocidades. En la guerra civil César se superó a sí mismo. Se ha dicho que fue la auténtica primera guerra mundial, pues enfrentó a medio millón de soldados durante cinco años, por mar y tierra, en tres continentes y cien batallas. Los famosos Comentarios escritos por César, esos monumentos literarios traducidos por generaciones de escolares europeos, sólo son un inteligente conjunto de pretextos con aire razonable. El general romano no hubiera compartido la moderación de Sun Tzu. Más bien hubiera estado de acuerdo con Maquiavelo, y también con el Clausewitz autor de estas palabras: «Introducir en la filosofía de la guerra un principio de moderación sería un absurdo. La guerra es un acto de violencia exprimida hasta el límite».

Julio César demostró más que las figuras militares más ilustres, desde Aníbal a los Escipiones, desde Sila a Pompeyo y Alejandro Magno. Todas las plazas atacadas cayeron en sus manos. Aniquiló a casi todos los ejércitos que se le pusieron por delante, romanos o bárbaros, terrestres o navales. Desde el Rin al Atlántico, de Bretaña al Éufrates, del Nilo al mar Negro, sus águilas se cernieron invictas sobre todo el mundo conocido. Todo ello tiene poco que ver con el general chino Sun Tzu, que nos dice que el arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin combate, que jamás las guerras prolongadas benefician a ningún país, y que el mando militar ha de estar siempre supeditado a la legítima autoridad política.

Introducción a El arte de la guerra de Sun Tzu
Vigésima segunda edición, Planeta (1999).

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