Por JAVIER BARRAYCOA
Desde la Albert Einstein Institution, Gene Scharp elaboró, acabando la Guerra Fría, la teoría de los golpes de Estado soft («suaves»). En los últimos decenios, Estados Unidos ha aplicado esta doctrina para conseguir cambios de régimen político en países extranjeros sin necesidad de aplicar la violencia. Para llevar a cabo semejantes proyectos, se han fundado multitud de ONG ad hoc que dependen de los presupuestos del Gobierno federal norteamericano. Si tradicionalmente el Gobierno estadounidense financiaba partidos, sindicatos o guerrillas, ahora subvenciona Organizaciones No Gubernamentales. El entramado de fundaciones, institutos y asociaciones humanitarias con las agencias gubernamentales generan un complicado organigrama donde lo privado y lo público acaba confundiéndose. Un ejemplo es el Open Society Institute del siempre oscuro George Soros. Este instituto aporta fondos a numerosas ONG que sirven a sus intereses políticos y económicos. El papel del Open Society Institute fue clave para configurar la oposición al régimen serbio de Milosevic en el año 2000. Soros financió el Centro para la Resistencia No Violenta de Belgrado. Éste era un foro donde diversos intelectuales encontraron resonancia mundial. La asociación Otpor! («¡Resistencia!»), que preparaba cuadros dirigentes para organizar manifestaciones opositoras, también fue subvencionada por el mismo Instituto.
Miembros de Otpor viajaron a Georgia para asesorar una ONG muy semejante: Kmara! («¡Basta!»), también al servicio de Soros. Esta organización se dedicó a poner en tela de juicio los resultados electorales de las legislativas de 2003. Fue la llamada «revolución de las rosas». Sus protestas tuvieron resonancia internacional y fueron «corroboradas» por otras asociaciones encargadas de velar por la limpieza en el proceso electoral. Lo que nadie dice es que estas organizaciones dependen, a su vez, de las subvenciones del Gobierno norteamericano o de otras instituciones mundialistas. Entre estas sospechosas ONG las más famosas son la Fair Elecctions Society, financiada por el British Council; la International Foundation for Election Systems; el Global Strategy Group, subvencionado por Soros; o la Eurasia Foundation, subvencionada por el Gobierno de Estados Unidos. Gracias a estas asociaciones, se consiguió un incruento cambio de gobierno en Georgia o que el hombre de Soros en Ucrania, Kaja Lomaia, fuera nombrado ministro de Educación. El nuevo presidente georgiano Mijail Saakashvili, protagonista de la «revolución rosa», había cooperado anteriormente con diversas ONG subvencionadas por Estados Unidos y acudía frecuentemente a Belgrado para asistir a las reuniones de las organizaciones controladas por Soros.
Esta constelación de «grupos humanitarios» actúa bajo una estrategia común. Algunos denuncian atentados contra los derechos humanos por parte de un determinado gobierno. Otros reúnen intelectuales y preparan cuadros dirigentes. Todos, ante un proceso electoral, niegan la validez de los comicios haciendo creer que los resultados que ellos registran no coinciden con los gubernamentales. Por fin, la presión internacional se hace insoportable y un gobierno cae. La estrategia se ha estandarizado y en los últimos años hemos asistido a la caída de muchos gobiernos sin derramamientos de sangre en los antiguos países comunistas.
Una de estas «revoluciones de terciopelo» que más resonancia ha tenido ha sido la «revolución naranja» en Ucrania. El proceso ha sido muy semejante al de Serbia. El actual beneficiado de la «revolución naranja» es Víctor Yushchenko. Antes de protagonizar la oposición que hizo caer el gobierno era miembro del International Center for Policy Studies, una ONG muy activa en Ucrania. Esta organización está financiada por la Poland-America-Ukraine Cooperation Inicitative, una ONG subvencionada a su vez por el Gobierno norteamericano. Lo que los medios denominaban la «sociedad civil» no dejaba de ser, en estos casos, un montaje de estas organizaciones y de aquellos que las mantienen con fondos públicos o privados. De lo que sí estamos seguros es que detrás hay intereses concretos que acaban siendo cobrados.
Desde la Albert Einstein Institution, Gene Scharp elaboró, acabando la Guerra Fría, la teoría de los golpes de Estado soft («suaves»). En los últimos decenios, Estados Unidos ha aplicado esta doctrina para conseguir cambios de régimen político en países extranjeros sin necesidad de aplicar la violencia. Para llevar a cabo semejantes proyectos, se han fundado multitud de ONG ad hoc que dependen de los presupuestos del Gobierno federal norteamericano. Si tradicionalmente el Gobierno estadounidense financiaba partidos, sindicatos o guerrillas, ahora subvenciona Organizaciones No Gubernamentales. El entramado de fundaciones, institutos y asociaciones humanitarias con las agencias gubernamentales generan un complicado organigrama donde lo privado y lo público acaba confundiéndose. Un ejemplo es el Open Society Institute del siempre oscuro George Soros. Este instituto aporta fondos a numerosas ONG que sirven a sus intereses políticos y económicos. El papel del Open Society Institute fue clave para configurar la oposición al régimen serbio de Milosevic en el año 2000. Soros financió el Centro para la Resistencia No Violenta de Belgrado. Éste era un foro donde diversos intelectuales encontraron resonancia mundial. La asociación Otpor! («¡Resistencia!»), que preparaba cuadros dirigentes para organizar manifestaciones opositoras, también fue subvencionada por el mismo Instituto.
Miembros de Otpor viajaron a Georgia para asesorar una ONG muy semejante: Kmara! («¡Basta!»), también al servicio de Soros. Esta organización se dedicó a poner en tela de juicio los resultados electorales de las legislativas de 2003. Fue la llamada «revolución de las rosas». Sus protestas tuvieron resonancia internacional y fueron «corroboradas» por otras asociaciones encargadas de velar por la limpieza en el proceso electoral. Lo que nadie dice es que estas organizaciones dependen, a su vez, de las subvenciones del Gobierno norteamericano o de otras instituciones mundialistas. Entre estas sospechosas ONG las más famosas son la Fair Elecctions Society, financiada por el British Council; la International Foundation for Election Systems; el Global Strategy Group, subvencionado por Soros; o la Eurasia Foundation, subvencionada por el Gobierno de Estados Unidos. Gracias a estas asociaciones, se consiguió un incruento cambio de gobierno en Georgia o que el hombre de Soros en Ucrania, Kaja Lomaia, fuera nombrado ministro de Educación. El nuevo presidente georgiano Mijail Saakashvili, protagonista de la «revolución rosa», había cooperado anteriormente con diversas ONG subvencionadas por Estados Unidos y acudía frecuentemente a Belgrado para asistir a las reuniones de las organizaciones controladas por Soros.
Esta constelación de «grupos humanitarios» actúa bajo una estrategia común. Algunos denuncian atentados contra los derechos humanos por parte de un determinado gobierno. Otros reúnen intelectuales y preparan cuadros dirigentes. Todos, ante un proceso electoral, niegan la validez de los comicios haciendo creer que los resultados que ellos registran no coinciden con los gubernamentales. Por fin, la presión internacional se hace insoportable y un gobierno cae. La estrategia se ha estandarizado y en los últimos años hemos asistido a la caída de muchos gobiernos sin derramamientos de sangre en los antiguos países comunistas.
Una de estas «revoluciones de terciopelo» que más resonancia ha tenido ha sido la «revolución naranja» en Ucrania. El proceso ha sido muy semejante al de Serbia. El actual beneficiado de la «revolución naranja» es Víctor Yushchenko. Antes de protagonizar la oposición que hizo caer el gobierno era miembro del International Center for Policy Studies, una ONG muy activa en Ucrania. Esta organización está financiada por la Poland-America-Ukraine Cooperation Inicitative, una ONG subvencionada a su vez por el Gobierno norteamericano. Lo que los medios denominaban la «sociedad civil» no dejaba de ser, en estos casos, un montaje de estas organizaciones y de aquellos que las mantienen con fondos públicos o privados. De lo que sí estamos seguros es que detrás hay intereses concretos que acaban siendo cobrados.
Los mitos actuales al descubierto, 2008
2 comentarios:
Un tema muy necesario.
La Fundación Soros utiliza el tema humanitario para lograr intereses políticos y económicos.
Esta sociedad financia también a Human Rights Watch y a Amnistía Internacional.
Todas ellas vinculadas a los intereses del mundo de los negocios estadounidenses, y también de la UE.
Recordando que tienen sus precedentes en sociedades filantrópicas como la Fundación Rockefeller y el Instituto Carnegie. Llamar «filántropos» a estos dos sinvergüenzas como Andrew Carnegie y John D. Rockefeller, que después de obtener ganancias explotando a miles de trabajadores, además de ser los defensores más acérrimos del socialdarwinismo, se permitieron la desfachatez —¡para expurgar sus pecados?— de crear este tipo de asociaciones. Éste es el origen (y, tal vez, las intenciones) de las llamadas ONGs de hoy día.
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