domingo, 5 de octubre de 2025

Sionismo, del nacionalismo de base religiosa al fascismo paracolonial

Por MIGUEL IBARLUCIA [1]

La brutal expulsión de más de 750.000 palestinos para poder implantar un Estado étnico en la Palestina histórica nos obliga en forma imperiosa a preguntarnos qué clase de movimiento político fue el sionismo, capaz de llevar adelante semejante atrocidad sin desparpajo ni límite ético alguno. Para los sionistas, es sabido, su movimiento se encuadra entre los movimientos de restauración nacional de fines del siglo XIX que tuvieron por objetivo poner fin a una situación de opresión ya sea de un pueblo sometido al poder de otro o de una minoría étnica aplastada por una mayoría nacional. Esa minoría era la comunidad judía, dispersa por casi toda Europa, pero constituyendo en cada país una reducida fracción de la población, no sólo discriminada sino perseguida y oprimida por la mayoría cristiana con la que cohabitaba, cuyos exponentes más claros fueron los siniestros pogromos de la Rusia zarista. Así lo plantea Jacob Tsur en su opúsculo Qué es el sionismo cuando lo describe como el «movimiento de renacimiento nacional del pueblo judío» [2] que tomó fuerza luego de dichas masacres: «De tal suerte cristalizó la idea de la nacionalidad. Los judíos constituyen una nación, y como todo pueblo normal necesitan un rincón de tierra propio; y esta tierra no puede ser otra que el solar en que surgió su civilización, o sea la Tierra de Israel» [3].

El sionismo como movimiento de resistencia a la asimilación

¿Pero es ésta toda la verdad? ¿O sólo una parte? Está fuera de toda discusión que la judeofobia europeo-cristiana de fines del siglo XIX constituyó un motor para el surgimiento de este movimiento que pretendió construir una nacionalidad a partir de una comunidad religiosa dispersa entre varios países. Sin embargo, de la lectura de los textos de los principales ideólogos del sionismo se pueden colegir otras razones, de suma importancia. Theodor Herzl, por caso, auguraba en El Estado judío, que la asimilación progresiva de los judíos en Europa se podía dar en el curso de dos generaciones pero que «la personalidad del pueblo judío no puede, ni quiere, ni debe desaparecer» [4]. Max Nordau, en el discurso que pronunció en el Primer Congreso Sionista de Basilea de 1897, describió la política de emancipación llevada adelante por Napoleón como un intento de absorción y eliminación del judaísmo, una maquinación del Emperador para que adoptaran la religión del Estado francés. Así sostuvo que «exigió que los judíos renunciaran a su fe mesiánica, que depusieran sus esperanzas nacionales, que abandonaran sus formas de vida peculiares; en resumen que se entregaran al suicidio nacional». El judío del gueto mantenía sus costumbres, su identidad como tal, era un extranjero entre los pueblos y estaba conforme con ello. «Todas las costumbres y modalidades judías tendían inconscientemente a un solo y único propósito: el de conservar el judaísmo merced al aislamiento del resto de las naciones, fomentar la unidad del pueblo judío y reiterar incansablemente al individuo judío la necesidad de preservar sus características a fin de no verse extraviado y perdido» [5]. Pero la emancipación había transformado la naturaleza del judío, lo había convertido en una criatura distinta, lo había llevado a sentirse ahora alemán, francés o italiano. Eso implicaba abandonar su personalidad judía sin llegar, pese a eso, a ser aceptado como tal en su país de residencia, ya que continuaba siendo diferente. Había perdido la patria del gueto sin haber conseguido la otra nueva. De ahí que era necesario un hogar propio para el pueblo judío.

Se advierte en estas expresiones el miedo a la asimilación, a la pérdida de identidad de los judíos, a su fusión con el resto de la comunidad en la que vivían. Ello podía llevar a que el judaísmo se perdiera o subsistiera como una mera comunidad religiosa debilitada por el proceso de secularización de la Europa occidental. Chaim Weizmann, primer presidente del Estado de Israel, dijo: «No hay judíos ingleses, franceses, alemanes o estadounidenses sino sólo judíos que viven en Inglaterra, Francia, Alemania o Estados Unidos» [6]. La condición de judío, para esta concepción, se halla por encima de cualquier otra característica de la persona. Es la identidad tribal sobre la universal. Para eso la religión judía debía convertirse en una nación en el siglo de auge de las naciones europeas. Gilad Atzmon define al sionismo directamente como «un movimiento global judío que tiene como objetivo impedir la asimilación» [7], que se debate entre su praxis tribal, que busca por sobre todo el aislamiento, y una promesa universal de apertura y tolerancia.

La sombra del particularismo

Pero esta condición tribal del judaísmo arroja sobre el sionismo, movimiento político que buscó darle un Estado a esa comunidad religiosa, la sombra del particularismo. Según François Furet, célebre historiador francés de los totalitarismos del siglo XX, «el fascismo nace como reacción de lo particular contra lo universal, del pueblo contra la clase, de lo nacional contra lo internacional» [8]. El fascismo, en su lucha contra el individualismo burgués, apela a fracciones de humanidad: la nación o la raza. «Éstas, por definición, excluyen a los que no forman parte de ellas, y hasta se definen contra ellos, como exige la lógica de ese tipo de pensamiento. La unidad de la comunidad sólo se rehace con base en su supuesta superioridad sobre los otros grupos, y en un constante antagonismo contra ellos» [9].

¿Es el sionismo un movimiento fascista? A primera vista semejante afirmación parece una herejía si se tiene en cuenta la persecución brutal y el exterminio sistemático llevado a cabo contra el pueblo judío europeo por el nazismo, máxima expresión de esa categoría política tan compleja que se ha llamado «fascismo genérico». Los promotores del sionismo, Herzl en primer lugar, se identificaban con la Europa burguesa, liberal, individualista, enamorada del progreso y de la técnica. Aspiraban a una república democrática, con derechos sociales y un Estado activo que promoviera la agricultura, la industria y las artes. Sin embargo, aunque se pronunciaba en contra de una teocracia, el autor de El estado judío confería a los rabinos un papel central en los grupos que migraran a la tierra de promisión. «En realidad, nos reconocemos como pertenecientes al mismo pueblo solamente por la fe de nuestros padres» [10] decía cuando imaginaba el futuro estado.

Este hecho, el papel central que la religión desempeñaba en el sueño sionista, entraba sin embargo en contradicción con una característica central del proceso de modernización de la Europa decimonónica: la secularización, la progresiva separación de la Iglesia y del Estado, la sustitución de la religión por la nacionalidad como elemento de unidad de los pueblos europeos, como cemento aglutinante de la población de los nuevos estados que se conformaron durante el siglo XIX: Grecia, Bélgica, Italia, Alemania, Austria-Hungría, Serbia, Bulgaria, etc. Las guerras de religión habían destruido a Europa en los siglos XVI y XVII y ahora se trataba de construir nuevas naciones sobre la base de un nuevo principio de identidad, el de la nacionalidad por encima del de la religión. Pero, como dice Herzl, los judíos sólo estaban unidos por la religión, no por el idioma —«¿Quién de nosotros sabe bastante hebreo para pedir un billete de tren?» [11]— y sobre esa base debían construir la nación. Iban a contramano del proceso de modernización del que se sentían parte.

El sionismo como un caso del fascismo

Si bien el particularismo es un rasgo del fascismo, no necesariamente todo movimiento particularista es fascista. Para ello deben darse otros requisitos, otros rasgos típicos del fascismo sin los cuales sería superficial y arbitraria esa caracterización. La definición del fascismo, como categoría política, ha ocupado kilómetros de tinta y sería imposible ingresar ahora en ese análisis. Es por ello que, sorteando esa polémica, tomamos la definición breve y certera de Robert O. Paxton [12] y veremos en qué medida el sionismo puede encuadrarse en ella:

«Se puede definir el fascismo como una forma de conducta política caracterizada por una preocupación obsesiva por la decadencia de la comunidad, su humillación o victimización y por cultos compensatorios de unidad, energía y pureza, en que un partido con una base de masas de militantes nacionalistas comprometidos, trabajando en una colaboración incómoda pero eficaz con élites tradicionales, abandona las libertades democráticas y persigue con violencia redentora y sin limitaciones éticas o legales objetivos de limpieza interna y expansión exterior.»

 1.- El primer aspecto, la preocupación obsesiva por la decadencia de la comunidad, se expresa en el sionismo por el miedo a la asimilación al que ya nos referimos, asimilación que se percibía como el paso previo a la desaparición del judaísmo a medida que se integraba a la Europa secular. El sentimiento de humillación y victimización era la consecuencia lógica de la discriminación y violencia brutal sufrida por los judíos, aún no aceptados del todo por la Europa cristiana y periódicamente masacrados en Rusia, Polonia, Ucrania y otros países del Este europeo.

 2.- Los cultos compensatorios a los que se refiere el autor toman cuerpo en el sueño utópico de El Estado judío, el retorno a Eretz Israel, la tierra de los supuestos antepasados —hoy se sabe que los judíos askenazíes, entre los que nació el sionismo, no descienden de los antiguos hebreos— convertida en Tierra de Promisión. Así, el sionismo construyó su propio sueño de redención, como Mussolini lo hizo con la reconquista de Trento y de Trieste en poder de Austria, y Hitler con la unidad alemana: el Sarre, Austria, los Sudetes, la Prusia Oriental. Son las tierras irredentas, en poder del enemigo que sirven para galvanizar a toda la nación.

 3.- Unidad, energía y pureza son elementos inherentes al proyecto sionista: la reunificación del «pueblo hebreo» en un sólo territorio, la construcción de un Estado fuerte capaz de defenderlo de sus enemigos y sobre todo la regeneración del judío, confinado por los cristianos a las ciudades, al comercio y a la usura, que ahora se volcaría a la agricultura, a la labranza de la tierra, a las tareas físicas que fortalecen el cuerpo y el espíritu. La idea del judío agricultor, ligado al suelo de Israel, desempeñó un rol cautivante en el proyecto sionista. Fácil es advertir allí el sueño del «hombre nuevo», tan típico del fascismo y el comunismo, como señala Furet.

 4.- El sionismo fue un movimiento con una base de masas de clara raíz nacionalista que reunió un conjunto de militantes comprometidos con la causa. La mayoría de ellos provenían de los sectores medios europeos aunque probablemente también de sectores obreros de Europa oriental. Esos militantes fundaron con gran esfuerzo y sacrificio, pasando hambre, los primeros kibutz y las milicias que conformaran más tarde la banda paramilitar de la Haganah.

 5.- Trabajando en colaboración incómoda y eficaz con las élites tradicionales: he aquí un punto sustancial. Herzl se propuso siempre arribar a la implantación de su Estado mediante acuerdos con los principales gobiernos coloniales y banqueros judíos. A tal fin se entrevistó con el Kaiser Guillermo, el Sultán otomano, el Papa, un ministro del Zar, el Barón Hirsch, el Barón Edmundo de Rotschild y otros, sin mucho éxito. Pero luego de su muerte su proyecto fue claramente tomado por el Foreign Office británico, sin hacerlo públicamente como él pretendía, tal como se desprende del Informe Campbell Bannerman de 1907 por el que se planeaba la creación de un estado tapón al servicio de las potencias coloniales en Medio Oriente, y de la célebre Declaración Balfour de 1917 a partir de la cual se promovió en forma deliberada la inmigración de europeos judíos en Palestina. La colaboración no fue incómoda sin embargo, salvo durante el auge del nazismo, período durante el cual Gran Bretaña restringió la inmigración para evitar enemistarse con los árabes y que éstos se volcaran al Eje. También colaboró eficazmente el sionismo con el régimen nazi para hacer posible esa migración, tal como surge de los estudios de Lenni Brenner [13] sobre el Acuerdo de Transferencia Haavara firmado entre el primero y la Organización Sionista Mundial en agosto de 1933, colaboración que probablemente haya sido incómoda. Está claro que las élites a las que hacemos referencia no son las de Israel, Estado no fundado todavía, sino las principales élites políticas y económicas de Europa por cuanto los judíos se hallaban dispersos por todo el continente.

 6.- El abandono de las libertades democráticas por parte del sionismo toma un cariz particular. Cierto es que al interior del movimiento, la Organización Sionista Mundial primero y el Estado de Israel después, adoptaron una estructura democrática, pluralista y participativa. El nuevo Estado, pese a que nunca pudo darse una constitución por la oposición de la ortodoxia religiosa, celebra elecciones, posee un parlamento pluralista, existe libertad de prensa y demás caracteres de las repúblicas democráticas. Pero dicha democracia es sólo para los invasores o sus descendientes. La población palestina expulsada de su tierra y refugiada en los países limítrofes o territorios bajo control militar (Cisjordania y Gaza) nunca gozó de derechos políticos para decidir el destino de su tierra. Incluso los palestinos que no llegaron a ser expulsados —los llamados árabe-israelíes— no gozaron del voto hasta varios años después de constituido el Estado. Tienen prohibido rememorar la Nakba, o catástrofe de su pueblo, o tan sólo atreverse a peticionar un Estado laico, no judío. Y los palestinos residentes en Jerusalén, declarada en 1980 «capital indivisible del Estado de Israel», unos 250.000 aproximadamente, también carecen de todo derecho a voto. A mayor abundamiento, cuando los palestinos eligieron a Hamás para dirigir la autoridad Nacional Palestina, los resultados electorales fueron desconocidos por Israel que resolvió incautar los impuestos de ese proto-Estado. De donde se desprende que el derecho a voto y a los beneficios de la democracia sólo valen para israelíes judíos y no para todos los habitantes de Palestina. Es una democracia étnica, para una porción de la población, claramente no universal.

 7.- Por último la persecución con violencia redentora y sin limitaciones éticas o legales de objetivos de limpieza interna llevada a cabo por las bandas paramilitares sionistas contra el pueblo palestino es sobradamente conocida y ha sido profusamente descripta y documentada por muchos historiadores entre los que se destaca Ilan Pappé con su libro La limpieza Étnica de Palestina [14]. Más de 700.000 palestinos fueron expulsados de sus hogares a partir de diciembre de 1947 para implantar un Estado mayoritariamente judío, violencia brutal que continuó el Estado recién creado en sucesivas masacres entre las que se destacan las de Sabra y Chatila (1982) y Yenín (2002), y los bombardeos sobre Beirut (1981 y 2006) y Gaza (2009). Se trata de una violencia redentora y sin límites éticos de ningún tipo cuya enumeración completa se torna imposible en este espacio pero que estuvo en todo momento acompañada también de una clara y deliberada política de expansión exterior, como lo testimonian la ocupación de Cisjordania, Gaza, el Desierto de Sinaí, los Altos del Golán en Siria, la apropiación de Jerusalén Oriental y sus monumentos religiosos, y finalmente la ocupación del Sur del Líbano durante varios años.

Llegados a este punto nos permitimos afirmar como consecuencia lógica de todo lo expuesto, que el sionismo, movimiento político de inspiración nacionalista de los europeos judíos que resistieron su asimilación a los países en que residían, es un caso de fascismo en su definición genérica, como el italiano, el alemán u otros, en tanto reúne todos los requisitos que se han postulado del mismo en una de las más elaboradas definiciones de una categoría política tan compleja y disímil como ésta.

Fascismo paracolonial

Sin embargo, existe un elemento que Paxton no incluye en su definición y que nos parece esencial. La violencia redentora y sin límites éticos que los fascismos conocidos han ejercido lo fue siempre sobre las clases subalternas. Los fasci di combattimento de Mussolini reprimieron las huelgas obreras en el Norte de Italia y las S.A. nazis descargaron toda su violencia contra los sectores obreros que respondían al Partido Socialdemócrata y al Partido Comunista de Alemania, además de minorías étnicas como los judíos y los gitanos. Estuvieron integrados por sectores de clase media y media baja, dispuestos a imponer un orden brutal por la fuerza. Las bandas paramilitares sionistas, la Haganah, el Irgún y el Stern, también se hallaban conformadas mayoritariamente por sectores de clase media judía y descargaron toda su violencia sobre los palestinos, la mayoría de los cuales eran campesinos o pequeños comerciantes aldeanos indefensos, incapaces de resistir esa violencia como lo prueba claramente el episodio de Deir Yassin. Ergo, el sionismo cumple con un elemento esencial del fascismo que no puede ser soslayado: el ejercicio de una violencia de clase contra los sectores subalternos.

Pero esa violencia no se ejerció sobre las capas bajas judías, obreros y campesinos que profesaban esa religión, sino sobre las masas palestinas, adoptando en consecuencia un matiz claramente étnico. Se trató de una violencia sobre la población sometida a una ocupación colonial, sobre los otros, los que no existen, no tienen derechos, no figuran en los mapas, con el deliberado objeto de desarraigarlos de su tierra e implantar allí un nuevo Estado con el franco apoyo de la potencia ocupante. No se trató de crear una colonia de Gran Bretaña -ya que como dice claramente Gilad Atzmón, Israel no tiene metrópoli- sino de una alianza con la potencia colonial para implantar un Estado étnico excluyente a costa de la población autóctona. Un caso singular de fascismo paracolonial.

Por último la violencia ejercida lo fue invocando un derecho superior a esa tierra que les venía de la aurora de los tiempos, desde la promesa hecha al profeta Abraham por Yahvé, su dios, al «pueblo elegido», para imponer una ocupación ilegítima que se prolonga hasta el presente, más de 65 años de barbarie. Como dice François Furet —aunque sin ejemplificar con Israel— en la obra citada: «A quienes no han tenido la suerte de formar parte de la raza superior o de la nación elegida, el fascismo sólo les propone la elección entre la resistencia sin esperanza y la subyugación sin honor» [15].

 

NOTAS:

 [1] Miguel Ibarlucía es Abogado, autor de Israel, Estado de Conquista, Editorial Canaán, Buenos Aires, 2012.

 [2] Jacob Tsur, ¿Qué es el sionismo?, Siglo Veinte, Buenos Aires, 1965, pág. 5.

 [3] Tsur, idem, p. 33.

 [4] Herzl, Theodor, El Estado judío, en Páginas Escogidas, Editorial Israel, Buenos aires, 1949, p. 98.

 [5] Nordau, Max, La situación de los judíos en el Siglo XIX, en Sionismo, Crítica y defensa, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1968, p. 34.

 [6] Citado por Gilad Atzmon, La identidad errante, Editorial Canaán, Bs As, 2013, pág. 23.

 [7] Atzmon, idem, p. 88.

 [8] François Furet, El pasado de una ilusión, Fondo de Cultura Económica, México, 1995, p. 34.

 [9] Furet, idem, p. 38.

 [10] Herzl, op cit, p. 150.

 [11] Herzl, op cit, p. 150.

 [12] Robert. O. Paxton, Anatomía del fascismo, Península, 2006.

 [13] Lenni Brenner, Sionismo y fascismo, Editorial Canaán, Buenos Aires, 2011. También en 51 Documentos de la colaboración de los sionistas con los nazis. Idem. 2011.

 [14] Papé, Ilan, La limpieza étnica de Palestina, Editorial Crítica, 2008.

 [15] Furet, op cit, p. 38.

 

Fuente:

https://rebelion.org/sionismo-del-nacionalismo-de-base-religiosa-al-fascismo-paracolonial/

martes, 26 de agosto de 2025

Limpiar el monte… ¿hasta que no quede bosque?

LUIS NAVARRO
(Universidad de Vigo)


Como cada mañana desde hace unas semanas, comienzo el día triste, leyendo noticias tristes de personas tristes. Me había prometido no participar en este debate social habitual de los veranos de la piel de toro que habitamos. Pero… triste es ver que, tras más de medio siglo de acumular conocimiento sólido sobre ecología del fuego, aún llamemos «maleza» a la vida del bosque. Triste es escuchar, una y otra vez, que «los incendios se apagan en invierno» con «limpiezas» que dejan el monte peinado como un 'green' [campo de golf]: homogéneo, brillante y, sobre todo, desprovisto de lo que no encaja en la postal. El mensaje cala porque es simple; pero el problema es mucho más complejo. Y, como suele ocurrir, la simplificación sale cara.

Empecemos por lo obvio que rara vez se dice con claridad en tertulias: los fuegos no caen del cielo por generación espontánea. En Europa, alrededor del 96% de los incendios tienen origen humano (negligencias, accidentes, y sobretodo, intencionalidad). España no es una excepción; es la regla. Esto no convierte al bosque en culpable por «tener combustible», del mismo modo que no culpamos a una biblioteca por tener libros cuando alguien enciende una cerilla. El foco debe estar en cómo, por qué y dónde encendemos esa cerilla.

Y sin embargo, en el debate público, la mayoría de las veces se presenta al sotobosque como el enemigo a batir: matorral, brezos, helechos, plántulas… «suciedad» que «hay que quitar». Curiosa forma de nombrar a más de la mitad, invisible para muchos, de un bosque vivo, a esa diversidad que mantiene la humedad, protege el suelo, alimenta a muchos organismos como polinizadores, dispersores de frutos y semillas, herbívoros, da refugio a ingentes cantidades de fauna y además, modula la propagación del fuego dependiendo de su estructura. ¿Por qué demonios no cala en la sociedad el mensaje de que quitar por sistema el sotobosque no es «limpiar», sino empobrecer? La ecología del fuego lleva décadas explicándolo, con una mirada menos moralista y más funcional: el fuego existe, muchos ecosistemas mediterráneos conviven con él, y la cuestión es cómo adaptamos paisajes y sociedades para que los incendios no deriven en catástrofe.

¿Significa eso que no debamos gestionar? Al contrario: gestionemos, sí, pero sin arrasar, sin repetir los errores que nos trajeron hasta aquí ni convertir el monte en un green de postal. La prioridad, pensando en las próximas décadas y sobretodo en las siguientes generaciones, es cortar la cadena humana de igniciones en su origen: educación, vigilancia inteligente y sanciones efectivas para quienes prenden fuego a nuestro mayor tesoro. Solo después, hablemos de gestión ecológica —no de «limpieza»— y discutamos, con datos fehacientes, sobre la necesidad o no de crear mosaicos que rompan la continuidad del combustible, recuperar usos del territorio (el tan manido pastoreo dirigido y silvicultura bien planificada) y de aplicar, donde proceda y con criterios científicos, quemas prescritas y clareos selectivos. Mientras tanto, limpiemos los bosques, sí, pero de plásticos, vidrios y escombros; el sotobosque no es basura, es función. Y un poco de humildad: no somos dioses que todo lo arreglan, y la naturaleza no tiene por qué plegarse a nuestra geometría. Con un clima más extremo, un abandono rural que merece un debate sereno y paisajes cada vez más continuos y homogéneos, nuestra obligación es evitar que el bosque se convierta en una alfombra seca de combustible fino. Nuestra obligación es imbuirnos del conocimiento que la ciencia de verdad genera, no la de bar, tertulia o la de 140 caracteres. Nuestra obligación es, también, cambiar el lenguaje y dejar de llamar «alimañas» a la fauna [salvaje] y «maleza» al sotobosque: el lenguaje no es solo estética, es política pública en potencia. No me hagan caso a mí: la ciencia española en ecología forestal y del fuego es excelente y lleva años diciendo lo mismo, con matices y con datos. Escucharla no es un lujo académico; es una necesidad social. Y fijaos en un detalle: las y los científicos hablan desde los datos, no desde el ombligo. Ya vale de contaminar el debate con opiniones sesgadas y partidistas… Esta es la prevención hacia la que deben orientarse, de verdad, los esfuerzos colectivos: reducir el riesgo sin convertir el monte en un decorado ni empobrecer su biodiversidad.

Termino como empecé, con una tristeza cargada de ironía. Hemos aprendido muchísimo en cuestiones medioambientales en los últimos 50 años y, sin embargo, a veces parece que seguimos discutiendo con las mismas palabras de siempre: «maleza», «alimañas», «limpiar el monte». Quizá haya llegado la hora de actualizar el diccionario, no porque a la naturaleza le importen nuestras palabras, sino porque las palabras que elegimos acaban siendo las políticas que aprobamos. Y ahí sí se decide si tendremos bosques que ardan como una mecha… o paisajes vivos que convivan con el fuego sin convertirlo en tragedia.

domingo, 11 de mayo de 2025

El gran apagón: la fragilidad energética que nadie quiso ver

(Artículo retirado —o censurado— de CTXT por deseo —y autocensura— de uno de los diez autores.)

El gran apagón del pasado 28 de abril no solo supuso una disrupción total del funcionamiento de nuestra sociedad, sino que fue mucho más que eso. Fue la constatación de la fragilidad del modo en que organizamos nuestras vidas. Nos asomamos a un abismo que queríamos creer que estaba mucho más lejos y era mucho menos profundo. Y aunque ahora estén los de siempre intentando restar importancia a lo que ocurrió, o convencernos de que no vimos ese abismo, sabemos perfectamente lo que vimos.

A día de hoy se está discutiendo cuál pudo ser el disparador concreto de la caída masiva de la red eléctrica, pero lo que de verdad interesa es saber si la red era y es lo suficientemente robusta. Y la respuesta corta es que no. Nuestra red eléctrica no es lo suficientemente robusta. Durante demasiadas horas y durante demasiados días del año sus sistemas de estabilización no son capaces de responder a eventos raros ‒pero no excepcionales‒ de perturbación de la red. Esto es lo que se conoce como inercia de una red eléctrica. La oferta y la demanda de energía eléctrica deben estar sincronizadas a cada instante, y si alguna de ellas varía, inmediatamente se activan mecanismos de compensación.

Cuando se diseñó la red eléctrica, todos los métodos de generación de electricidad (hidroeléctrica –la vieja renovable–, centrales térmicas, nucleares, ciclos combinados) se basaban en lo mismo: un líquido o gas, cuyo flujo puede ser regulado, empuja una turbina de varias decenas de toneladas, que genera así una señal eléctrica oscilante (corriente alterna) con una forma muy precisa (sinusoidal) y perfectamente repetitiva. Ese comportamiento permite dotar al sistema de estabilidad, porque hace más fácil sincronizar el movimiento de todos los generadores (si alguno va desfasado, se producen cortocircuitos de gran potencia que pueden fundir los elementos que no van «al paso»). Además, eso permite hacer bajadas de producción suaves y graduales (las turbinas, con su gran peso, tienen mucha inercia y conservan el movimiento mucho rato, aun cuando se cierren las válvulas al agua o gas). Además, estos sistemas (con la notable excepción de la nuclear) son despachables (es decir, pueden ajustarse a voluntad, básicamente abriendo o cerrando escotillas o válvulas), y son flexibles (esto es, pueden adaptarse fácilmente a los cambios de demanda y oferta de la red), así que se ajustan casi automáticamente a esos cambios.

Por el contrario, las nuevas renovables (eólica y fotovoltaica) dependen de que en ese momento haya viento o sol (son intermitentes, en oposición a los sistemas despachables), son asíncronas y no son inerciales. La que peor sale parada es la fotovoltaica, porque la corriente que genera es continua y por tanto necesita generar la onda de corriente alterna sintéticamente, usando unos dispositivos electrónicos denominados inversores. Por eso, con las nuevas renovables, conseguir mantener la sincronía con la red es siempre un reto, y la adaptación a los cambios es casi imposible: son sistemas inflexibles.

Con las nuevas renovables, conseguir mantener la sincronía con la red es siempre un reto

¿Puede dotarse a las nuevas renovables de inercialidad y de cierto grado de flexibilidad? Posiblemente nunca podrá funcionar exactamente igual que los viejos sistemas, pero se pueden mejorar mucho sus características con el uso de sistemas de estabilización adecuados, desde las baterías y los supercapacitores, pasando por los volantes de inercia hasta los motores reactivos, sales fundidas y otros sistemas de almacenamiento de energía de lo más diverso, que permiten absorber la energía cuando sobra y devolverla cuando falta. Cada sistema tiene sus tiempos de respuesta y de duración específicos, y un sistema bien equilibrado requerirá de una mezcla adecuada de todos ellos. Sin ellos, en los momentos en los que hay una gran penetración de las nuevas renovables, el sistema no tiene margen de maniobra y cualquier pequeña inestabilidad puede ampliarse sin control hasta hacer caer la mayor parte de la red, como pasó el 28 de abril. Además, a estos sistemas de estabilización, para un sistema puramente basado en renovables intermitentes, hay que sumar otros elementos de almacenamiento a medio y largo plazo, que aseguren el suministro de energía cuando la producción baje, por ejemplo, debido a la reducción de horas de sol en invierno, generando y almacenando excedentes en verano.

La conclusión es, pues, que nuestra red eléctrica es más frágil de lo que debería, y que es el modo en que se han introducido de forma masiva las energías fotovoltaica y eólica lo que ha ocasionado ese aumento de la fragilidad.

Tenemos ahora dos grandes preguntas. La primera es: ¿esto se sabía? Y la segunda: ¿por qué se han introducido así las nuevas renovables?  La respuesta a la primera pregunta es un categórico sí. No solo quienes firmamos el presente artículo habíamos avisado en repetidas ocasiones de esta situación, sino que la propia compañía encargada de la gestión, Red Eléctrica de España, había alertado del riesgo de desconexiones severas en su informe anual a los inversores de 2024, precisamente por la introducción masiva de las renovables sin el suficiente respaldo (a falta de sistemas de estabilización, se puede mantener la estabilidad de la red usando centrales convencionales de respuesta rápida, pero para ello deben estar listas, y eso, en el caso de la elección más habitual, los ciclos combinados, implica quemar cierta cantidad de gas para mantener cierta inercia rotatoria con su coste correspondiente). También la CNMC había avisado de problemas para el control de la tensión por el mismo motivo.

Respecto a la segunda pregunta, la respuesta es bastante sencilla: para ahorrar dinero. Y no estamos hablando de una cantidad pequeña, sino de cantidades enormes de dinero. Porque si queremos ir a un modelo en el que durante la mayor cantidad de tiempo posible la electricidad que produzcamos sea de origen renovable, eso implica acompasar el despliegue de plantas con la instalación de esos sistemas de estabilización, que son extraordinariamente caros.

Para que el apagón del pasado 28 de abril llegara a ocurrir intervinieron varios factores que no son técnicos, sino puramente humanos. El primero es la codicia de las compañías eléctricas, que obviamente han presionado para vender el máximo de producción renovable posible y no sufrir desconexiones ‒curtailments‒ por motivos técnicos de estabilización de la red. Es lo que cabe esperar cuando se ha dejado en manos casi exclusivamente del mercado un servicio esencial. Y lo hemos permitido incluso sacrificando sectores vitales como la agricultura, o peor aún, poniendo en riesgo los modos de vida que garantizan la biodiversidad de la que dependemos, la vida auto organizada de comunidades secularmente adaptadas, incluidas las humanas.

Pero los factores humanos no son solo estos. ¿Por qué el legislador no obligó a introducir los mencionados sistemas de estabilización a la vez que se aumentaba la capacidad de generación renovable? Aquí la respuesta es más compleja, pero existe una causa. Desde hace años muchas personas sensibilizadas por los temas medioambientales, entre ellas los firmantes de este artículo, hemos denunciado que la forma en que se pretendía reducir la dependencia energética de los combustibles fósiles ni era la correcta ni, en definitiva, iba a servir para reducir emisiones de gases de efecto invernadero. En primer lugar, las nuevas tecnologías de captación de energías renovables (que son sobre todo eólica y fotovoltaica), no son ni mucho menos tan baratas como han querido hacer creer si tenemos en cuenta los costes ocultos de estabilización de la red. Se nos ha vendido que se había dado con la solución mágica para los problemas de las actuales fuentes de energía, con la que íbamos a conseguir la neutralidad, o casi, a nivel medioambiental y seguir con nuestras vidas normales y el sagrado crecimiento económico para siempre. Pero el problema es que nos han mentido. Una conjunción de intereses empresariales de las grandes energéticas y unos políticos que han encontrado la ocasión de parecer los abanderados del medio ambientalismo han provocado la fragilización de la red que llevó al gran apagón del 28 de abril.

Se nos ha vendido que se había dado con la solución mágica para los problemas de las actuales fuentes de energía

Ahora tenemos cuatro grandes problemas. Por una parte, tenemos a los reaccionarios de siempre, que niegan que exista un problema medioambiental y que haya escasez de combustibles fósiles, y que pretenden vendernos que seguimos en un mundo que desapareció hace ya más de 50 años, en la primera crisis del petróleo en 1973. Aunque saben que esto es falso, tratan de colocar su mercancía averiada con la esperanza de poder seguir manteniendo sus privilegios el mayor tiempo posible, aunque sea a costa de provocar un cambio climático descontrolado y, a la postre, un mundo inhabitable para el ser humano.

En segundo lugar, tenemos a los razonables, que hablan de ir introduciendo energías que no emitan gases de efecto invernadero, pero siempre y cuando la economía no se resienta. Pero, ¿qué van a pensar estos cuando se den cuenta de que son caras si se introducen debidamente y, por tanto, siempre van a perjudicar a la economía? Sobre todo en un mundo cada vez más difícil en el que ese crecimiento cada vez es más complicado de conseguir.

Luego tenemos a los tecnoptimistas, que creen que la tecnología lo solucionará todo y que hay que apostar por la energía nuclear de fisión de uranio hasta que lleguen, primero, las centrales de torio, y luego, las de fusión nuclear. A estos optimistas nos gustaría preguntarles varias cuestiones. Primero, si creen que la proliferación nuclear es la mejor de las ideas en un mundo cada vez más inestable. Segundo, si han sumado las necesidades de uranio para cubrir la demanda energética fósil mundial y se han dado cuenta de que no son ni remotamente suficientes. Y tercero, si creen que esas tecnologías futuras en las que confían van a ser realidad solo porque al ser humano, según ellos, le convenga tenerlas.

Por último, tenemos a quienes algunos llamamos greenewdealers (en referencia al Green New Deal), que confían en las energías fotovoltaica y eólica como el Santo Grial de la energía, sin darse cuenta de que estas energías no son solo mucho más caras de lo que nos han contado, sino que, además, tampoco disponemos de las materias primas requeridas por estos sistemas, algunas de ellas muy escasas, en cantidad suficiente como para sustituir a los combustibles fósiles. Y, no digamos ya, si además pretenden sostener el sacrosanto crecimiento económico.

Entonces, ¿no existe salida? La respuesta corta es que sí que existe. Por supuesto que existe.

En primer lugar es preciso replantearse a fondo la forma actual del despliegue de las energías renovables y, en general, la configuración de todo el sistema energético, ya que ha dejado de ser un servicio público para ser un medio de concentración de riqueza en cada vez menos manos.

En el fondo subyace que el crecimiento económico como objetivo irrenunciable del ser humano es algo muy nuevo en nuestra historia. Pero existen otros modos de organizar nuestras sociedades de forma que no sea necesario el crecimiento. Modos en los que han pensado muchas personas desde hace mucho tiempo. Unos modos que consisten en priorizar lo importante para todas las personas sobre lo superfluo, en respetar y cuidar el mundo que garantiza nuestras vidas, no solo para la generación actual sino para las generaciones futuras, pues nuestra existencia depende completamente de él; en reconocer la realidad de que el impacto que ejercemos sobre el planeta es ya es demasiado grande y hay que reducirlo radicalmente, sin consentir los ofensivos beneficios de un engranaje institucional y empresarial que, mientras hace gala de sostenibilidad en los medios, nos arrastra hacia una inmolación colectiva.

Por eso está única salida viable exige cambiar el modo en que nos pensamos y pensamos el mundo, y esto es precisamente lo que hace que esté fuera del gran debate público, dominado por intereses de gentes que gozan de enormes privilegios que no serían posibles en ese mundo diferente. Un mundo en el que recuperemos la conciencia de lo que es importante de verdad a la vez que no dejamos a nadie atrás. ¿Es posible? Por supuesto que es posible. Todavía es posible, pero cada vez queda menos tiempo y hay que comenzar cuánto.

 

RESUMEN

El Gran Apagón: Fragilidad Energética y un Llamado al Cambio

El artículo analiza las causas y consecuencias del gran apagón del 28 de abril, señalando que este evento expuso la vulnerabilidad del actual sistema eléctrico. Lejos de ser un incidente aislado, el apagón reveló una fragilidad sistémica, invitando a una profunda reflexión sobre el modelo energético.

Ideas Principales del Artículo:

 

Fragilidad de la Red Eléctrica: La red eléctrica actual no posee la robustez necesaria, especialmente por la forma en que se han integrado masivamente las energías renovables como la fotovoltaica y la eólica. Durante muchas horas al año, los sistemas de estabilización son incapaces de responder a perturbaciones.

Problema de la Inercia y Estabilidad: Las fuentes de energía tradicionales (hidroeléctrica, térmicas, nucleares) ofrecían estabilidad e inercia al sistema, facilitando la sincronización y la adaptación gradual a los cambios de demanda. En contraste, las nuevas renovables (eólica y, especialmente, fotovoltaica) son intermitentes, asíncronas, no inerciales y menos flexibles, lo que dificulta mantener la sincronía y adaptarse a los cambios.

Necesidad de Sistemas de Estabilización: Para integrar adecuadamente las nuevas renovables y evitar apagones, es crucial invertir en sistemas de estabilización como baterías, supercapacitores, volantes de inercia y otros sistemas de almacenamiento de energía. Estos sistemas, aunque caros, son necesarios para dar margen de maniobra al sistema cuando hay alta penetración de renovables.

Conocimiento Previo del Riesgo: Tanto los autores del artículo como Red Eléctrica de España y la CNMC habían advertido previamente sobre los riesgos de la introducción masiva de renovables sin el respaldo adecuado.

Motivaciones Económicas: La introducción de las renovables sin la debida estabilización se atribuye principalmente al ahorro de costes por parte de las compañías eléctricas.

Factores Humanos y Políticos: La codicia de las compañías eléctricas y la inacción de los legisladores al no exigir sistemas de estabilización simultáneos al aumento de la generación renovable son factores humanos clave. Se critica una confluencia de intereses empresariales y políticos que han fragilizado la red.

Crítica a las «Soluciones Mágicas»: El artículo cuestiona la narrativa de que las nuevas renovables son una solución barata y sencilla, señalando costes ocultos de estabilización. También se muestra escéptico ante el tecno-optimismo que confía ciegamente en futuras tecnologías como la fisión o fusión nuclear sin considerar sus implicaciones o viabilidad.

Insuficiencia de Materias Primas: Se plantea que no se dispone de suficientes materias primas para que las energías fotovoltaica y eólica sustituyan completamente a los combustibles fósiles, especialmente si se pretende mantener el crecimiento económico.

Propuesta de Salida: La solución pasa por replantear el despliegue de renovables y la configuración del sistema energético, priorizando el servicio público sobre la concentración de riqueza. Se aboga por un cambio de paradigma que cuestione el crecimiento económico como objetivo irrenunciable y priorice lo esencial, el respeto al medio ambiente y la reducción del impacto planetario, sin dejar a nadie atrás. Se considera que este cambio es posible pero urgente.

En síntesis, el artículo utiliza el apagón del 28 de abril como punto de partida para una crítica profunda al modelo energético actual. Argumenta que la integración masiva de energías renovables, sin la necesaria inversión en sistemas de estabilización y motivada por intereses económicos y políticos, ha incrementado la fragilidad de la red. Los autores sostienen que los riesgos eran conocidos y proponen un cambio radical en la forma de concebir y gestionar la energía, cuestionando el dogma del crecimiento económico y abogando por un modelo más sostenible, equitativo y consciente de los límites planetarios.

VV.AA.

domingo, 9 de marzo de 2025

La aterradora militarización de Europa

 

Por MARC VANDEPITTE

Un espectro recorre Europa: el espectro del militarismo. Detrás de esta fiebre bélica hay mucho más que la supuesta amenaza de Rusia. El declive económico y la lucha por el dominio geopolítico juegan un papel crucial en la creciente militarización del continente

Los líderes europeos quieren aumentar drásticamente el gasto de defensa y preparar sus economías para la guerra. Hay planes para introducir (por ahora) el servicio militar voluntario e instalar un escudo nuclear. Algunos países están dispuestos a enviar tropas a los países vecinos de Rusia, incluida Ucrania.

Boris Pistorius, exministro de Defensa alemán, dijo que su país estaría «listo para la guerra» ('Kriegstüchtigkeit') en 2029. El hacha de guerra está de nuevo desenterrada.

«Hemos sido traicionados por Trump y estamos amenazados por Putin, por eso debemos intensificar nuestros esfuerzos militares y prepararnos para la guerra.» Ésta es la narrativa que la élite europea nos impone y que nos transmite ampliamente por los principales medios de comunicación.

Sin embargo, esta narrativa oscurece las verdaderas razones y causas subyacentes de esta fiebre belicista.

Rechazar

La militarización de Europa es parte de una crisis económica más amplia. Desde la crisis financiera de 2008, la economía europea ha luchado por encontrar nuevas vías de crecimiento. La crisis del Covid-19 ha supuesto un duro golpe para la economía y, desde que se impusieron las sanciones económicas contra Rusia, hemos abandonado nuestra energía barata.

Debido a la obsesión con la austeridad, los gobiernos han descuidado sectores esenciales para el desarrollo de la productividad, como la educación y la ciencia. Por su parte, los oligarcas financieros no han invertido suficiente de sus ganancias monopólicas en nuevas tecnologías para competir con Estados Unidos y China.

Como resultado de ello, Europa se está quedando atrás tecnológica y económicamente.

Geopolíticamente, la situación no es más favorable. Europa y Estados Unidos no lograron, después de la caída de la Unión Soviética, transformar a Rusia en una semicolonia ni lograr un cambio de régimen capitalista-neoliberal en China.

La esperanza era que al integrar a China a la Organización Mundial del Comercio e invertir masivamente allí, las fuerzas capitalistas crecerían hasta el punto de quitarle el poder al Partido Comunista. Fue una ilusión.

Al seguir ciegamente a Estados Unidos, Europa descuidó, tras la caída de la URSS, la construcción de una estructura de seguridad equilibrada que incluyera también a Rusia.

Hoy en día, Rusia y China se han convertido en formidables adversarios a los que hay que tener en cuenta.

Bajo el impulso de China, los países del Sur, a través de los BRICS, también constituyen un contrapeso creciente a la dominación del Norte.

La lucha ha comenzado

Es en este contexto que la oligarquía estadounidense, bajo el liderazgo de Trump y Musk, ha lanzado una agresiva campaña para preservar la supremacía absoluta de Estados Unidos ('Make America Great Again'), incluso si eso significa sacrificar a sus aliados más cercanos.

Esto significa que la lucha entre Estados Unidos y las demás grandes potencias imperialistas está ahora abierta. En el Foro Económico Mundial de Davos, Ursula von der Leyen lo expresó así:

«El orden mundial cooperativo que imaginamos hace 25 años no se ha materializado. En cambio, hemos entrado en una nueva era de intensa competencia geopolítica. Las economías más grandes del mundo compiten por el acceso a recursos, nuevas tecnologías y rutas comerciales globales. Desde la Inteligencia Artificial hasta las tecnologías limpias, desde la computación cuántica hasta el espacio, desde el Ártico hasta el Mar de China Meridional: la carrera ha comenzado.»

La fuerza impulsora detrás de esta carrera es la maximización de las ganancias y la expansión del capital monopolista occidental. Eso es lo que está en juego y de eso se trata en definitiva. Para liderar esta carrera, apostamos por la carta militar. Como dijo el ex canciller alemán Gerhard Schröder:

«Un país sólo cuenta realmente en el escenario internacional si también está dispuesto a ir a la guerra.»

Pretexto

El principal pretexto de esta fiebre bélica, a saber, que Rusia representa una amenaza militar, no se sostiene. Moscú no tiene intenciones expansionistas.

Según destacados expertos como Jeffrey Sachs y John Mearsheimer, la invasión de Ucrania fue la respuesta de Moscú a la expansión de la OTAN hacia el este y a la militarización de Ucrania. Moscú vio esto como una amenaza existencial.

En términos de guerra convencional, Europa no puede competir con Rusia.

El Kremlin quedó rápidamente estancado en Ucrania, un país mucho más débil. Y si estallara un enfrentamiento entre Europa y Rusia, entonces estaríamos en un escenario nuclear. Un final que nadie quiere.

Economía de guerra

Las tensiones militares actuales no son, por tanto, resultado de oposiciones geopolíticas con Rusia, China y ahora también Estados Unidos, sino que tienen su origen en la sed del capital monopolista occidental de maximizar sus beneficios y su expansión.

Para garantizar los beneficios de los monopolios occidentales, es necesario garantizar las inversiones y los mercados extranjeros, así como el suministro de materias primas a bajo coste. Para ello es imprescindible un aparato militar potente, incluso si eso supone llamar al orden por la fuerza a los países recalcitrantes.

La militarización también impulsa la economía. La economía de guerra no depende del poder adquisitivo de la población, sino de las decisiones de los dirigentes políticos. El gasto militar puede (temporalmente) darle algo de oxígeno a algunos sectores industriales, pero a expensas de otros. Esto es lo que intentó Reagan en los años 1980 con su programa Guerra de las Galaxias y Hitler en los años 1930.

En Bélgica, y probablemente en otros lugares, la militarización podría ir acompañada de una ola de privatizaciones sin precedentes. Parte de los fondos necesarios para estos gastos militares podrían obtenerse mediante la venta de las joyas de la corona del patrimonio nacional o de algunos de sus componentes. La militarización como palanca para la privatización.

Esta economía de guerra se creó con vistas a una preparación real para la guerra. Durante la Guerra Fría, los países europeos tenían un gran ejército de reclutas. Después de la caída de la Unión Soviética, las fuerzas de intervención rápida tomaron el poder, particularmente en Libia y Siria.

En la actualidad existen planes para restablecer el servicio militar obligatorio, fortalecer la infraestructura militar y estacionar tropas en el extranjero a largo plazo, incluso en los países bálticos y Ucrania. También se están considerando otras opciones, como la cuestión de un paraguas nuclear

Hay muchas señales de que una guerra mundial se está convirtiendo en una posibilidad real a los ojos de las élites financieras y económicas.

Consecuencias

Esta militarización tiene profundas consecuencias para nuestras sociedades. El dinero tiene que venir de alguna parte. Actualmente, Europa gasta alrededor del 2% de su PIB en gastos de defensa. Para alcanzar el objetivo del 5%, tendrá que gastar alrededor de 500 mil millones de euros más al año en defensa.

Con gobiernos de derecha, este aumento masivo de los presupuestos militares vendrá inevitablemente a expensas del gasto social y del Pacto Verde, cuyo presupuesto anual asciende a 86 mil millones de euros.

Ya hemos mencionado cómo esta militarización corre el riesgo de ir de la mano de una ola de privatizaciones sin precedentes de la economía.

La creación de un auténtico ejército europeo también provocará un importante déficit democrático. La estructura de mando se situará a nivel europeo. Ya no serán los gobiernos nacionales ni los parlamentos quienes decidan si nuestros jóvenes deben ir al frente, sino los eurócratas.

Por último, la militarización de nuestras economías y sociedades sólo aumentará las tensiones en el continente europeo. En lugar de construir una estructura de seguridad equilibrada, estamos lanzando una peligrosa carrera armamentista y fomentando una hostilidad cada vez mayor hacia la energía nuclear rusa.

Una elección histórica

Europa se enfrenta a una elección histórica. El proceso de militarización conlleva unos costes económicos colosales, un desmantelamiento social, un retraso en la transición ecológica y un déficit democrático, mientras que el riesgo de un conflicto mayor se hace cada vez más real.

¿Esta militarización realmente beneficia a los ciudadanos europeos o sólo a las élites económicas y a la industria armamentística?

¿Nos dejaremos llevar por esta fiebre bélica o elegiremos la prosperidad, la ecología y una estructura de seguridad equilibrada en el continente?

¿Seguiremos a Estados Unidos en su lógica imperialista y militarista, o construiremos un proyecto europeo independiente, basado en una cooperación respetuosa con los países del Sur?

Los próximos años serán cruciales para responder a esta pregunta.

 

Fuente:
https://investigaction.net/la-militarisation-effrayante-de-leurope/


sábado, 28 de diciembre de 2024

Cómo EEUU e Israel destruyeron Siria y lo llaman paz

Por JEFFREY D. SACHS

La caída de Siria se produjo rápidamente debido a más de una década de aplastantes sanciones económicas, las cargas de la guerra, la confiscación del petróleo sirio por parte de Estados Unidos, las prioridades de Rusia en relación con el conflicto de Ucrania y, de forma más inmediata, los ataques de Israel contra Hezbolá, que era el principal respaldo militar del Gobierno sirio. No cabe duda de que Asad a menudo jugó mal sus propias cartas y se enfrentó a un grave descontento interno, pero su régimen estuvo en el punto de mira del colapso durante décadas por parte de Estados Unidos e Israel.

Antes de que la campaña estadounidense-israelí para derrocar a Assad comenzara en serio en 2011, Siria era un país de renta media que funcionaba y crecía. En enero de 2009, el Directorio Ejecutivo del FMI dijo lo siguiente:

«Los directores ejecutivos acogieron con satisfacción los buenos resultados macroeconómicos de Siria en los últimos años, que se manifiestan en el rápido crecimiento del PIB no petrolero, el cómodo nivel de reservas de divisas y la baja y decreciente deuda pública. Estos resultados reflejan tanto la robusta demanda regional como los esfuerzos de reforma de las autoridades para avanzar hacia una economía más basada en el mercado.»

Desde 2011, la guerra perpetua de Israel y Estados Unidos contra Siria, que incluye bombardeos, yihadistas, sanciones económicas, incautación estadounidense de los campos petrolíferos sirios, etc., ha hundido al pueblo sirio en la miseria.

En los dos días inmediatamente posteriores al colapso del Gobierno, Israel llevó a cabo unos 480 ataques en toda Siria y destruyó por completo la flota siria en Latakia. Persiguiendo su agenda expansionista, el primer ministro Netanyahu reclamó ilegalmente el control de la zona desmilitarizada de amortiguación en los Altos del Golán y declaró que los Altos del Golán serán parte del Estado de Israel «para la eternidad».

La ambición de Netanyahu de transformar la región mediante la guerra, que se remonta a casi tres décadas, se está desarrollando ante nuestros ojos. En una conferencia de prensa el 9 de diciembre, el primer ministro israelí se jactó de una «victoria absoluta», justificando el genocidio en curso en Gaza y la escalada de violencia en toda la región:

«Les pregunto, piénsenlo, si hubiéramos accedido a quienes nos decían una y otra vez: "Hay que detener la guerra", no habríamos entrado en Rafah, no habríamos tomado el corredor de Filadelfia, no habríamos eliminado a Sinwar, no habríamos sorprendido a nuestros enemigos en Líbano y en el mundo entero en una audaz operación-estratagema, no habríamos eliminado a Nasralá, no habríamos destruido la red subterránea de Hezbolá y no habríamos expuesto la debilidad de Irán. Las operaciones que hemos llevado a cabo desde el comienzo de la guerra están desmantelando el eje ladrillo a ladrillo.»

La larga historia de la campaña de Israel para derrocar al Gobierno sirio no es muy conocida, pero el registro documental es claro. La guerra de Israel contra Siria comenzó con los neoconservadores estadounidenses e israelíes en 1996, que diseñaron una estrategia de «ruptura limpia» para Oriente Medio para Netanyahu cuando llegó al poder. El núcleo de la estrategia de «ruptura limpia» exigía que Israel (y Estados Unidos) rechazaran la idea de «tierra por paz», según la cual Israel se retiraría de las tierras palestinas ocupadas a cambio de la paz. En su lugar, Israel conservaría las tierras palestinas ocupadas, gobernaría sobre el pueblo palestino en un Estado de apartheid, limpiaría étnicamente el Estado paso a paso e impondría la llamada «paz por paz» derrocando a los gobiernos vecinos que se resistieran a las reivindicaciones territoriales de Israel.

La estrategia de Clean Break afirma: «Nuestra reivindicación de la tierra —a la que nos hemos aferrado con esperanza durante 2000 años— es legítima y noble», y continúa afirmando: «Siria desafía a Israel en suelo libanés». Un enfoque eficaz, y con el que Estados Unidos puede simpatizar, sería que Israel tomara la iniciativa estratégica a lo largo de sus fronteras septentrionales enfrentándose a Hezbolá, Siria e Irán, como principales agentes de la agresión en Líbano…»

En su libro de 1996 Fighting Terrorism, Netanyahu expuso la nueva estrategia. Israel no lucharía contra los terroristas; lucharía contra los Estados que apoyan a los terroristas. Más exactamente, conseguiría que Estados Unidos luchara por Israel. Como explicó en 2001:

«Lo primero y más importante que hay que entender es esto: No hay terrorismo internacional sin el apoyo de Estados soberanos… Si se elimina todo este apoyo estatal, todo el andamiaje del terrorismo internacional se derrumbará.»

La estrategia de Netanyahu estaba integrada en la política exterior estadounidense. Acabar con Siria fue siempre una parte clave del plan. Así se lo confirmaron al general Wesley Clark después del 11-S. Se le dijo, durante una visita al Pentágono, que «vamos a atacar y destruir los gobiernos de siete países en cinco años: empezaremos por Irak, y luego pasaremos a Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán e Irán». Irak sería el primero, luego Siria y el resto. (La campaña de Netanyahu a favor de la guerra de Irak se explica detalladamente en el nuevo libro de Dennis Fritz, Traición mortal. El papel del lobby israelí se explica detalladamente en el nuevo libro de Ilan Pappé, Lobbying for Zionism on Both Sides of the Atlantic). La insurgencia que golpeó a las tropas estadounidenses en Irak retrasó el calendario de cinco años, pero no cambió la estrategia básica.

Hasta ahora, Estados Unidos ha dirigido o patrocinado guerras contra Irak (invasión en 2003), Líbano (Estados Unidos financia y arma a Israel), Libia (bombardeo de la OTAN en 2011), Siria (operación de la CIA durante la década de 2010), Sudán (apoyo a los rebeldes para separar Sudán en 2011) y Somalia (respaldo a la invasión de Etiopía en 2006). Una posible guerra de Estados Unidos contra Irán, ardientemente buscada por Israel, sigue pendiente.

Por extraño que pueda parecer, la CIA ha respaldado repetidamente a los yihadistas islamistas para luchar en estas guerras, y los yihadistas acaban de derrocar al régimen sirio. La CIA, después de todo, ayudó a crear al-Qaeda en primer lugar entrenando, armando y financiando a los muyahidines en Afganistán desde finales de la década de 1970. Sí, Osama bin Laden se volvió más tarde contra Estados Unidos, pero su movimiento fue de todos modos una creación estadounidense. Irónicamente, como confirma Seymour Hersh, fue la inteligencia de Assad la que «avisó a Estados Unidos de un inminente atentado de Al Qaeda contra el cuartel general de la Quinta Flota de la Marina estadounidense».

La Operación Timber Sycamore fue un multimillonario programa encubierto de la CIA lanzado por Obama para derrocar a Bashar al-Assad. La CIA financió, entrenó y proporcionó inteligencia a grupos islamistas radicales y extremistas. El esfuerzo de la CIA también implicó una «línea de ratas» para hacer llegar armas desde Libia (atacada por la OTAN en 2011) a los yihadistas en Siria. En 2014, Seymour Hersh describió la operación en su obra La línea roja y la línea de ratas:

«Un anexo altamente clasificado del informe, que no se hizo público, describía un acuerdo secreto alcanzado a principios de 2012 entre las administraciones de Obama y Erdogan. Se refería a la línea de las ratas. Según los términos del acuerdo, la financiación procedía de Turquía, así como de Arabia Saudí y Qatar; la CIA, con el apoyo del MI6, se encargaba de hacer llegar a Siria armas procedentes de los arsenales de Gadafi.»

Poco después del lanzamiento de Timber Sycamore, en marzo de 2013, en una conferencia conjunta del presidente Obama y el primer ministro Netanyahu en la Casa Blanca, Obama dijo: «Con respecto a Siria, Estados Unidos sigue trabajando con aliados y amigos y con la oposición siria para acelerar el fin del gobierno de Asad.»

Para la mentalidad sionista estadounidense-israelí, un llamamiento a la negociación por parte de un adversario se toma como un signo de debilidad del adversario. Los que piden negociaciones al otro lado suelen acabar asesinados por Israel o por activos estadounidenses. Lo hemos visto recientemente en el Líbano. El ministro de Asuntos Exteriores libanés confirmó que Hassan Nasrallah, exsecretario general de Hezbolá, había acordado un alto el fuego con Israel días antes de su asesinato. La voluntad de Hezbolá de aceptar un acuerdo de paz conforme a los deseos del mundo árabe-islámico de una solución de dos Estados viene de lejos. Del mismo modo, en lugar de negociar para poner fin a la guerra en Gaza, Israel asesinó al jefe político de Hamás, Ismail Haniyeh, en Teherán.

Del mismo modo, en Siria, en lugar de permitir que surgiera una solución política, Estados Unidos se opuso en múltiples ocasiones al proceso de paz. En 2012, la ONU había negociado un acuerdo de paz en Siria que fue bloqueado por los estadounidenses, que exigieron que Assad debiera irse el primer día del acuerdo de paz. Estados Unidos quería un cambio de régimen, no la paz. En septiembre de 2024, Netanyahu se dirigió a la Asamblea General con un mapa de Oriente Medio dividido entre «Bendición» y «Maldición», con Líbano, Siria, Irak e Irán como parte de la maldición de Netanyahu. La verdadera maldición es el camino de caos y guerra de Israel, que ahora ha envuelto a Líbano y Siria, con la ferviente esperanza de Netanyahu de arrastrar también a Estados Unidos a la guerra contra Irán.

Estados Unidos e Israel chocan las cinco por haber conseguido hundir a otro adversario de Israel y defensor de la causa palestina, y Netanyahu se atribuye «el mérito de haber iniciado el proceso histórico». Lo más probable es que Siria sucumba ahora a una guerra continua entre los numerosos protagonistas armados, como ha sucedido en las anteriores operaciones de cambio de régimen de Estados Unidos e Israel.

En resumen, la injerencia estadounidense, a instancias del Israel de Netanyahu, ha dejado Oriente Medio en ruinas, con más de un millón de muertos y guerras abiertas en Libia, Sudán, Somalia, Líbano, Siria y Palestina, y con Irán al borde de un arsenal nuclear, empujado contra sus propias inclinaciones a esta eventualidad.

Todo ello al servicio de una causa profundamente injusta: negar a los palestinos sus derechos políticos al servicio del extremismo sionista basado en el Libro de Josué del siglo VII a.C. Sorprendentemente, según ese texto —en el que se basan los propios fanáticos religiosos de Israel— los israelitas ni siquiera eran los habitantes originales de la tierra. Más bien, según el texto, Dios ordena a Josué y a sus guerreros que cometan múltiples genocidios para conquistar la tierra.

Con este telón de fondo, las naciones árabes islámicas y, de hecho, casi todo el mundo se ha unido en repetidas ocasiones en el llamamiento a una solución de dos Estados y a la paz entre Israel y Palestina. En lugar de la solución de los dos Estados, Israel y Estados Unidos han hecho un desierto y lo han llamado paz.

 

Fuente:  https://globalter.com/como-eeuu-e-israel-destruyeron-siria-y-lo-llamaron-paz/