jueves, 31 de enero de 2008

¿Fascismo social? ¡Menudo «potaje»!

Siempre hemos considerado a los fascismos como movimientos políticos erradicados en la extrema derecha, aunque con matices. Mezclaban, y siguen mezclando, ideas socializantes y hasta revolucionarias con la espiritualidad religiosa y el patriotismo más atávico. Un batiburrillo de lo más confuso que en el período de entreguerras sirvió, con el apoyo de la burguesía, para combatir y neutralizar al movimiento obrero revolucionario. Algunos de estos movimientos facistas llevaron los desconcertantes apelativos como nacionalsocialistas, nacional-sindicalistas, nacional-revolucionarios, etc. El dirigente nazi Gregor Strasser llegó a considerar al marxismo como un falso socialismo; éste, igual que Ernst Röhm, fueron asesinados por orden de Hitler durante la noche de los cuchillos largos en 1934, para así eliminar al sector izquierdista del partido nazi (las SA) que propugnaba por la nacionalización de la Banca y la industria pesada alemanas. O el caso de uno de los fundadores de la FE-JONS, Ramiro Ledesma Ramos, que admiraba a Lenin.

Con el parrafo anterior he querido avisar sobre el complejo discurso fascista de siempre, y aún existente. Como el caso de algunos falangistas «democratizados» de ahora:


Esta Falange Auténtica tiene sus raices en los hedillistas que mantuvieron una actitud crítica durante la dictadura de Franco y con la Transición tuvieron sus peleas con los de Fuerza Nueva y la FE de las JONS, aunque los de ahora sean de formación más reciente (vinculados a lo que se puede denominar como el ala izquierdista del falangismo).

Su discurso democrático, es creíble; y también el anticapitalista, aunque no es nuevo, lo vienen defendiendo desde sus inicios, incluso durante el franquismo:


Y lo más llamativo es que en estas fechas algunos de estos neofalangistas reciben el apoyo de gente de Izquierda Unida. Menudo «potaje».


No me extraña este hecho, por parte de militantes de una organización política que cuando comenzó a andar, allá por 1986, integraba su coalición organizaciones como el Partido Carlista (reconvertido entonces al socialismo autogestionario) y el Partido Humanista (brazo político de la secta destructiva La Comunidad), sin olvidar el pasado estalinista del PCE.

¡Allá que cada cual saque sus propias conclusiones...!

jueves, 24 de enero de 2008

El mito de la «raza» aria. Teoría de la supremacía racial


Por Richard Milner

Uno de los intentos más infames y desastrosos de rastrear los orígenes raciales de Europa nació como una cuestión menor de lingüística comparativa, se desarrolló hasta formar una teoría pseudodarwiniana de la historia y acabó casi con la destrucción de la civilización.

En origen, el término ario se aplicó a un grupo de lenguas conocido como indoeuropeo. En la década de 1780, sir William Jones, orientalista inglés, llegó a la conclusión de que el sánscrito antiguo de la India estaba relacionado con el persa, el griego, el latín, el celta y las lenguas germánicas. Una serie de comparaciones detalladas entre vocabularios y gramáticas le permitieron demostrar que todas ellas debieron de haberse ramificado a partir de una lengua madre perdida. Jones llamó a esta lengua ario en recuerdo de los «arios», un pueblo antiguo que había invadido la India y Persia. A mediados del siglo XIX, algunos lingüistas, entre ellos los hermanos Grimm y Franz Bopp, en Alemania, desarrollaron los estudios «arios» hasta hacer de ellos una rama importante de investigación, recogiendo pruebas de la lingüística, e folclore, las tradiciones religiosas y la arqueología.

De la idea de una lengua madre única a la de una única raza originaria que habría civilizado Europa había sólo un paso corto, aunque ilógico. El romanticismo de la época alimentó la conjetura de que, mucho tiempo atrás, se había producido una migración aria, pero nadie estaba de acuerdo en cuánto ni dónde. En vez de preguntarse por la realidad de la raza aria, los estudiosos se centraron en la determinación de las características raciales de los arios y su tierra de origen.

El conde Arthur de Gobineau, periodista francés, orientalista, diplomático e historiador, se identificó con la nobleza francesa, aunque en realidad provenía de una familia burguesa próspera. Horrorizado por la revolución de 1848 y la «democratización» de la política francesa, desarrolló una teoría elitista según la cual la humanidad estaba dividida en tres razas, distintas por grados de superioridad: los negros en el nivel inferior, los amarillos en medio y los blancos en lo alto. En sus Ensayos sobre la desigualdad de las razas, publicados en la década de 1850, expuso su idea de que dentro de la raza blanca, la rama aria era la crème de la crème. Los arios, según él, tenían sus orígenes en Asia central y eran altos, rubios, despiertos, honorables y poderosos.

Gobineau estaba seguro de que «todo lo grande, noble y fructífero creado por el hombre sobre la Tierra… proviene de una sola raíz, brota de una sola idea y pertenece a una sola familia: la raza aria». En Inglaterra, Max Muller, profesor de filología comparada en Oxford, fue el adalid más elocuente del origen ario de la civilización europea.

Pero, a medida que recogía pruebas, se esfumó su creencia en que la cultura europea había sido fundada por una raza aria pura. En 1888, Muller volvió sobre sus pasos y defendió que el lenguaje no tiene nada que ver con la raza y que un individuo de cualquier raza puede aprender a hablar cualquier lengua. «El etnólogo que hable de raza aria, sangre aria, ojos y pelo arios ―escribía—, comete un pecado tan grande como el lingüista que hable de un diccionario dolicocéfalo (de cabeza alargada) o de una gramática braquicéfala (de cabeza corta).» Pero las anteriores enseñanzas de Muller habían ejercido una enorme influencia.

Con la difusión de los imperios coloniales europeos y las injusticias de la dominación económica, el darwinismo social se presentó como justificación adecuada de la conquista. Si los evolucionistas habían enseñado que la supervivencia de los «más aptos» es asunto de la «selección natural», sería correcto pensar que la raza blanca «superior» debía dominar y subyugar a los pueblos de piel amarilla o marrón. Y la gente rubia de ojos azules tenía que gobernar sobre la gente de ojos castaños, los alemanes sobre los judíos, y así sucesivamente. Darwin se habría sentido horrorizado. En muchas ocasiones había recalcado que no era un darwinista social, detestaba la esclavitud y se había quejado de que sus teorías sobre el mundo natural fueran aplicadas de manera abusiva al comercio y la política.

En Norteamérica, los abogados más famosos de la supremacía «aria» fueron Madison Grant, que escribió en 1916 The Passing of the Great Race (La muerte de la gran raza), y Lothrop Stoddard, cuya obra Rising Tide of Color Against White World Supremacy (Pleamar de color contra la supremacía mundial blanca) apareció en 1920. Los defensores norteamericanos del mito de la supremacía aria hicieron propaganda principalmente contra la «mezcla» con las gentes de color, aunque también intentaron impedir la inmigración de tipos europeos «inferiores», como gitanos y judíos. Escritores europeos como el inglés Houston Stewart Chamberlain (The Foundations of the Nineteenth Century [Los cimientos del siglo XIX] 1899) o el compositor alemán Richard Wagner (que publicó en 1850 la diatriba antisemita Das Judentum in der Musik [El judaísmo en la música]) lanzaron su veneno contra los judíos europeos. En sus populares obras, todo lo bueno, verdadero y puro era ario; todo lo bajo y degradado, judío.

A medida que iba en ascenso la histeria aria, cualquier examen serio de los datos lingüísticos o las historias étnicas quedaba aplastado bajo abrumadoras polémicas, odio y politiquerías. Chamberlain escribió en sus Foundations la siguiente declaración profética: «Aunque se demuestre la inexistencia de una raza aria en el pasado, deseamos que en el futuro pueda haberla. Esta es la postura decisiva para los hombres de acción». Cuando se le pidió que definiera a un ario en el momento cumbre de la locura nazi, Joseph Goebbels proclamó: «¡Yo decido quién es judío y quién ario!».

Durante el Tercer Reich alemán (1933-1945), el ideal de pureza y supremacía aria se convirtió en la política oficial de la nación. El programa de Adolf Hitler para trasladar como ganado a las razas «inferiores» a campos de concentración y cámaras de gas se racionalizó para dar paso al nuevo orden de una humanidad superior. Entretanto, se estimuló a los oficiales de las SS para que fecundaran a mujeres escogidas bajo el patrocinio del Gobierno a fin de crear una «raza de señores»…, experimento que produjo una generación de huérfanos normales y desconcertados.

Hitler se enfureció cuando el negro norteamericano Jesse Owens dejó atrás a los atletas «arios» en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, contradiciendo sus teorías sobre supremacía racial. Y cuando Joe Louis, el «bombardero marrón», venció por KO al boxeador Max Schmeling, la propaganda alemana fue aún más vehemente en sus demandas de reivindicación de la raza blanca. No obstante, en cuanto Hitler necesitó a los japoneses como aliados en la Segunda Guerra Mundial, no dudó ni un momento en redefinir a los asiáticos como arios.

El historiador Michael Biddis ha comentado que «la historia del mito ario demuestra el poder de la fe sobre el conocimiento… Es posible que en la actualidad oigamos hablar más de caucásicos que de arios, pero la esencia y los errores de la fe en la supremacía blanca perdura».

Diccionario de la Evolución.
La humanidad a la búsqueda de sus orígenes, 1993.

domingo, 13 de enero de 2008

Delfines ahuyentan tiburón


Desde la Antiguedad se ha contado historias de náufragos salvados por delfines, incluso protegidos por ellos del posible ataque de tiburones. Y es algo digno de creer. En el año 2003, un submarinista filmando a un grupo de bañistas en las Bahamas, logró grabar la escena en la que un tiburón tigre (Galeocerdo cuvieri) de dos metros y medio, a punto de atacar a una mujer, es ahuyentado por un pequeño grupo de delfines manchados del Atlántico (Stenella frontalis).

El motivo de tal conducta por parte de los cetáceos, ¿quién sabe? Lo más seguro es que se estaban protegiendo ellos mismos y la bañista estaba justo al lado. Una coincidencia que la salvo de un peligroso mordisco.

lunes, 7 de enero de 2008

La Comuna Antinacionalista Zamorana


«Se declara fundada por el presente manifiesto la Comuna Antinacionalista Zamorana (CAZ), que proclama como su función esencial combatir de hecho y de palabra (y tanto mejor si los hechos y las palabras tienen a confundirse) por la desaparición del Estado Español y del Estado en general (entidades ambas suficientemente definidas en su realidad abstracta y administrativa) y por la liberación de la ciudad y comarca de Zamora…»

El primer punto de la CAZ se nos presenta así, y al leerlo, cualquier profano en la materia puede pensar que ello es cosa de locos o de utópicos o, lo más seguro, ver en ello algo divertido. Pero no. Ni es locura, ni utopía, ni cachondeo.

Baste para comprobarlo mirar la desconocida historia de Zamora para ver la lucha que éste mi pueblo ha mantenido siempre contra la realidad abstracta del Estado. Así como otros pueblos extranjeros de esta península (hoy y aún España y Portugal), buscan en su antigüedad sus raíces nacionalistas, sólo podemos ver en el pueblo zamorano la persistencia del genio antiestatal a lo largo de los siglos.

El primer ejemplo nos lo ofrece Viriato, el guerrillero lusitano. Cierto es que entonces no se podía hablar de estado o nación en el sentido moderno, pero sí de algo tan parecido (peor diría yo) como el Imperio. También algún reticente y sesudo intelectual podría objetar que no está comprobado que Zamora fuese la cuna de este héroe, sino la zona fronteriza de lo que se conviene en llamar Portugal. Pero este hecho carece de importancia por dos cuestiones: primera, la identificación total, familiar incluso, de las gentes que habitan de uno y otro lado de esa línea ficticia que el Estado quiere mantener, pero que no logra separarnos ―yo, por ser de de allí, puedo asegurar que todos formamos una gran familia por encima de la definición de españoles (?) o portugueses (?)—, y segunda, que el hecho importante es que «durante los casi tres últimos siglos por lo menos, Zamora ha considerado a Viriato como cosa suya, le ha hecho casi su héroe popular, y la única estatua de cuerpo entero que la ciudad tienen erigida es la suya» (esto era cierto en el momento de la redacción del Manifiesto). De Viriato, primera manifestación antiestatal, toma la CAZ la enseña que la tradición presenta: nueve tiras de tela, bermejas todas menos la primera, que era verde. Pero no son las nueve franjas, a modo de lo que conocemos como bandera, lo que se toma, sino su significado: Viriato formó su enseña con jirones de estandartes romanos de las legiones derrotadas. Todo un símbolo.

Pero esto no es todo. También nuestra historia nos ofrece pronunciamientos antiestatales (y antinacionalistas) de carácter revolucionario. De entre todos ellos destaca uno en especial que se constituye en el punto de arranque. Fue en el año 1158. Era Zamora entonces ciudad grande y floreciente, con abundante población de menestrales y mercaderes y pujanza en sus industrias y gremios. El poder gubernamental era llevado por gentes de la nobleza, generalmente extranjera, de amplios privilegios, uno de los cuales era que de las mercaderías que cada día salieran a la plaza del mercado, tenían ellos la primera opción de compra, «y sólo de lo que ellos no hubieran adquirido podían abastecerse los plebeyos».

Así ocurrió que, habiendo pasado la hora de compra de los nobles, un maestro zapatero pretendía llevarse una trucha que ya tenía acordada, pero viéndola el criado del regidor, pretende adquirirla para la mesa de su dueño. Este abuso de poder desencadena una gran batalla en el mercado… tras la cual queda la trucha en manos del zapatero. Esa misma tarde, ante la afrenta y menoscabo de su poder, se reúnen los nobles en la iglesia de Santa María la Nueva para organizar la represión y castigo de los plebeyos. Mas éstos no esperan a que el concilio se levante y armados con sus útiles de trabajo, cercan a la nobleza dentro de la iglesia y le prenden fuego. Pereció achicharrada toda la nobleza, o casi, ya que cuenta la leyenda que el más alto de la clase (o sea, las hostias consagradas) escaparon volando del copón para irse a refugiar en otra iglesia, quizá más popular. Los rebeldes, para rematar su gran obra, prendieron fuego a la casa del regidor y, cómo no, abrieron las puertas de la cárcel (véase pues que la toma de la Bastilla no fue una novedad).

Pasada la resaca de la rebeldía y encarándose al día siguiente con la realidad, los zamoranos no esperaron la reacción del poder central, y formando una caravana de siete mil personas, tomaron las de Portugal. Acto seguido mandaron recado al rey exigiéndole la promesa de declarar perdonado y libre de toda culpa al pueblo de Zamora y, asimismo, de librarles de la opresión de los señores, ya que si no pasarían a establecerse en Portugal, dejando así al monarca sin unos impuestos sustanciosos («¿De qué le sirve al rey una Zamora sin zamoranos?», decía la carta). Los zamoranos preferían la libertad a la tierra, y ante tales argumentos el rey tuvo que ceder. Quizá el monarca se acordó de que, algunos años antes, Zamora fue la última en doblegarse a la unidad castellana y que fue allí también donde se le dio muerte al rey Sancho. En efecto, el rey Fernando I había unificado bajo su cetro los campos de León, Galicia Y Castilla, pero en un acto de arrepentimiento que le honra, decidió repartir su reino entre sus hijos. Su hijo Sancho, de quien dependía Castilla, arrebató pronto a sus hermanos los demás territorios, salvo Zamora a doña Urraca, que fortalecida por la decisión de los zamoranos, mantenía la independencia oponiéndose con todas sus armas a la unificación. Varios meses de cerco no doblegaron su decisión. Y un día, el caballero Bellido Dolfos se presentó en el campamento del rey, engañándole con la promesa de entregarle la plaza, le llevó a un lugar apartado donde, por la espalda y con el propio venablo del rey, le dio muerte. Nótese que el monarca estaba haciendo de vientre, como queriéndonos avisar, con un ejemplo práctico y contundente, que «la reducción de todas las ideologías sustentadoras del Estado a la fétida verdad de sus mentiras, es lo único que puede permitir al brazo rebelde asestarle el golpe mortal que lo haga desvanecerse». El traidor fue perseguido por el Cid, pero como decíamos por allá, Zamora le dio al Cid con la puerta en la nariz.

Como se ve, Zamora está llamada a ser revolucionaria por lo mismo que antinacional y viceversa, porque aparte de la historia grande que he antepuesto, existen otras recientes que no constan en los libros y que demuestran lo antiestatal de este pueblo.

Pero dejemos ya la historia y miremos lo que es ahora Zamora, incluida hoy en esa abstracción llamada España y reducida a la triste condición de provincia, esa institución odiosa de la administración centralizada que sigue conteniendo la alusión al vencimiento y sumisión, como en tiempos del Imperio. Porque esa reducción a la abstracción de provincia le mata la posibilidad de ser otra cosa de lo que es, asfixiando las posibilidades de vida del pueblo, alejado de sus realidades concretas por el Orden.

¿Qué debe Zamora al Estado? Nada. ¿Qué le tributa el pueblo zamorano a la nación? Todo, empezando por la muerte de las posibilidades de ser otra cosa de lo que es. Las gentes de la comarca han ido aprendiendo los aterradores vocablos de «servicio militar», «contribuciones», «Estado», y otros tantos, como únicos verdaderos nombres de la realidad, sin ver en ello ningún beneficio.

La mocedad de los pueblos ha tenido que buscar su pan en el extranjero, en los suburbios de Bilbao o Barcelona, o en tierras frías de lengua extraña, volviendo idiotizados por los conceptos de nivel de vida y de progreso que el Orden esparce por todos los ámbitos del mundo con idéntica estupidez., y habiendo sido muerta en ellos la delicadeza nativa que sólo posee un lugareño con conciencia de tal. Y hablando de lugareños, ha habido pueblos enteros «trasladados» a otras tierras por la creación de embalses hidroeléctricos, que benefician a tierras extranjeras del Norte. Los campesinos y las calles de Zamora se ven atravesados por una red de carreteras, extrañas a las gentes de las comarcas, por donde circulan los coches de los «buscajamones» (así se denomina en Zamora a los funcionarios que prostituyen sus prerrogativas, o sea, todos) o los camiones que van rápidos desde Galicia a Madrid. Miran esas gentes pasar aburridamente el tráfico, que no dice nada a los lugareños: simplemente cruza.

También en las calles de la ciudad veréis levantarse horrorosos edificios que ni son nuestros ni para nosotros: son del Estado (Bancos, Cuarteles, Cárcel, Diputación, Ayuntamiento…). Son esos edificios que el pueblo zamorano paga con su sangre (iguales en todas las ciudades), que para nada le sirven y que el Estado reparte por los ámbitos de su dominio para mejor mantener su verdadera y única tiranía. Y no hablemos de las Escuelas «estatales» o Institutos «nacionales», donde se impone la mayor lujuria nacionalista y se aparta al niño y al joven de la realidad local, llenando su cabeza de horrorosos vocablos. Fue en la escuela donde me enteré que aquella cosa que llamaban España no era tan sólo mi comarca y poco a poco me fueron haciendo tomar conciencia de español, desviando mi atención hacia ríos que no regaban mi tierra y personas que estaban lejos (Caudillo, Fraga, los rojos…). Cosas a las que había que añadir la rapidez con la que los medios de comunicación transmiten las últimas novedades estúpidas, cantables y bailables, junto a cuestiones políticas que nada interesan a nuestras gentes, pero que interrumpen su partida de cartas y los alejan de conversaciones más sustanciosas, como el aprovechamiento del agua del río, los abonos naturales…

«En virtud, pues, de tantos agravios y por el recobro de la libertad perdida, con mucha más razón que otras prósperas naciones que contra la Nación pretenden levantarse, nos levantamos nosotros contra el Estado y por lo tanto contra todos los Estados.»

Y para que conste y no haya dudas, he aquí nuestros rasgos distintivos y el ámbito (dudoso por cierto) de nuestro territorio:

La provincia que lleva el nombre de Zamora está constituida con pueblos y comarcas de diversas economías, costumbres y carácter, obligados a participar de centros administrativos comunes. No se puede establecer una etnia común viendo la gente alegre y gastadora del norte y comparándola con la adusta y cazurra del sur. Tampoco podemos establecer rasgos geológicos o paisajísticos comunes, pues esta tierra se ve pintada ya por los trigales, ya por la vid, siempre encima de suelos y rocas bien distintos. Así, los rasgos socioculturales y los límites geográficos son indefinibles, pero estamos seguros de no ser charros, ni castellanos, ni leoneses, ni gallegos ni portugueses (sépase que nada tiene de portuguesa la parte de la Nación vecina a la que asoman nuestros pueblos fronterizos). Si bien se cree que todas las comarcas que hoy componen la provincia y algunos territorios fronterizos entrarán a formar parte de la CAZ una vez constituida ésta, tal definición de la CAZ les permite verse libres de las garras y rejas de las ideas y conceptos constituidos.

En cuanto al lenguaje, si bien la larga sumisión a la abstracción de España ha permitido la implantación del español, la CAZ confía en poder resucitar y desarrollar un peculiar dialecto zamorano, algunas de cuyas formas lingüísticas guardan celosamente nuestros mayores.

Y para que el futuro no depare sorpresas (o. al menos, más de las que se puede permitir) ha preparado ya la CAZ todo lo referente a la economía y al gobierno de sus «comunidades».

La primera fuente de la riqueza de las comunidades zamoranas se encuentra en la tierra, altamente productiva una vez que, conseguida la independencia, no esté sometida a los caprichos del Orden, sino a sus propias necesidades. En cuanto a las industrias derivadas que florecieron antaño arruinadas por el poder central, la CAZ propone resucitarlas, sobre todo las textiles y la de derivados lácteos. Aparte de la antedicha renovación de las industrias tradicionales (iguales todas en la comunidad autosuficiente) la CAZ da por sentado la incautación de las empresas hidroeléctricas de Iberduero (que producirán altos ingresos por la venta de esa energía a las potencias extranjeras) y la demolición de la central nuclear que nos quieren meter. Puede alguien pensar que la independencia acarreará la desaparición de muchos puestos de trabajo dependientes del Estado, pero ello se verá compensado por la supresión de las cargas y tributos que ese mismo Estado nos impone. Además, la CAZ se propone la supresión de todo Trabajo en el sentido propio de la palabra.

Dado el signo comunitario de la revolución zamorana, está clara la desaparición de los elementos de explotación del individuo-consumidor sobre los que el Estado asienta su dominio y asimismo la desaparición de los teléfonos, televisores y radios particulares y por lo tanto del coche individual, cuya venta se dedicará a la mejora de los transportes públicos. Se facilitará la venta de los libros y periódicos provenientes del extranjero, sin otra restricción que el nivel de estupidez de los mismos, que les hará perder mercado entre los esclarecidos lectores de Zamora, en cuanto desaparezcan los estímulos externos, estatales y paraestatales, que suelen favorecer la difusión de lo más inepto y facilitan el mantenimiento del estado de cosas.

En cuanto al gobierno de la CAZ una vez conseguida la independencia, deberá tener las siguientes condiciones:

- Tener el menos poder posible, dificultado en todo.

- Estar compuesta por personas jóvenes e inexpertas y durar lo menos posible.

Desaparecido este primer gobierno provisional, todo se regirá por la asamblea de todos los miembros de las comunidades, evitándose los procedimientos democráticos o que se parezcan a la votación.

Simultáneamente se practicará la disolución de la familia y de la propiedad privada, pero abandonando fórmulas tan suspectas como el todo será de todos; se realizará que cualquiera cosa será para cualquiera en el sentido de que cualquiera tendrá derecho a participar en el disfrute de cualquiera de ellas, con la condición de que se trate de un disfrute y no de una posesión. Desaparecerá la obligatoriedad del trabajo, confiando que ello mismo lleve a los ciudadanos a realizar cosas que les agraden y aquéllas que sean fuente de placer. De este modo se dejarán de producir los objetos carentes de utilidad.

Se abolirá, claro está, el dinero.

Se establecerán cónsules-regateadores en los mercados extranjeros para comprar, mediante créditos, aquello que a los zamoranos les parezca necesario.

No habrá administración.
Agustín García Calvo y otros zamoranos. París, 1970.

Fraudes científicos

 

Insólitos descubrimientos: la fusión de células de tomate y toro, clonaciones, tribus perdidas, eslabones perdidos del ser humano. Pudieron cambiar la historia, pero tenían un inconveniente: todos eran mentira.

Luis Miguel Ariza

Paul Kammerer, uno de los biólogos más importantes de la primera mitad del siglo XX, aclamado en su momento como el nuevo Charles Darwin, se pegó un tiro un día de septiembre de 1926 en un camino forestal al sur de Viena, su ciudad natal. Por culpa de un sapo partero. Kammerer estaba convencido de que las habilidades que los animales adquieren pasan a sus descendientes; una teoría evolutiva expuesta un siglo antes por el gran zoólogo francés Jean Baptiste Lamarck, que explicaba por qué las jirafas tienen cuellos tan largos (al haberse esforzado durante generaciones para alcanzar las ramas y hojas más altas). Así que Kammerer se dedicó en cuerpo y alma a demostrar esta herencia de los caracteres adquiridos. Durante años habituó a los sapos parteros a que se apareasen en el agua —como hacen las ranas— en vez de en tierra. A la rana macho, cuando tiene que montar a la hembra para que expulse los huevos que debe fecundar, le salen unas diminutas espinas en sus dedos traseros que le permiten agarrarse mejor a la resbaladiza espalda de su compañera. Los descendientes de los sapos de Kammerer, obligados a procrear en el agua, desarrollaron aparentemente estas miniespinas en los dedos, causando asombro a los científicos en una reunión de Cambridge (Reino Unido) en 1923. ¡Darwin estaba equivocado!

Pero en 1926, Kingsley Noble, un herpetólogo del Museo Americano de Historia Natural, visitó a Kammerer en su laboratorio y se quedó atónito al descubrir que al famoso sapo le habían inyectado tinta china en los dedos para resaltar lo que no tenía. El fraude, publicado en Nature, destruyó la carrera —y la vida— del zoólogo vienés. Poco antes de su muerte admitía las conclusiones de Noble, aunque defendió su inocencia. En una conversación con un amigo suyo llegó a exclamar: «¿Crees que soy un zoquete o un idiota? Eso es lo que sería si hubiera permitido este fraude con tinta en mi laboratorio, abriendo las puertas a muchos enemigos o espías…». El suicidio, sin embargo, sugiere que tuvo mucho que ver. El escritor Arthur Koestler, en su obra El caso del sapo partero, sugirió en 1971 que algún simpatizante nazi podía haber llevado a cabo el sabotaje (Kammerer era un socialista y se disponía a establecerse en la Unión Soviética).

¿Por qué un científico inteligente y capaz haría algo así? La pregunta sigue vigente. En 1970, William T. Summerlin se convirtió en una celebridad en el campo del trasplante de órganos gracias a un experimento que llevó a cabo en la Universidad de Stanford un año antes: había trasplantado piel humana de una persona de raza blanca a un paciente de color sin mostrar rechazo aparente. Summerlin se trasladó al prestigioso Instituto Sloan Kettering, donde en 1974 injertó piel de la espalda de dos ratones negros en dos albinos. Su técnica para evitar el rechazo consistía en cultivar la piel en un plato de nutrientes durante semanas antes del trasplante. A la hora de mostrar los resultados, Summerlin observó con horror que la piel injertada se estaba blanqueando, signo de que las cosas no iban bien. De forma impulsiva, Summerlin ¡oscureció la piel injertada con un rotulador! Al verse descubierto, su carrera y reputación quedaron destruidas. Pasó a la historia por el caso de los ratones pintados.

Sinichi Fujimura, un arqueólogo japonés, adquirió fama mundial al descubrir en 1981 las cerámicas más antiguas en Japón, con una edad de 40.000 años. Su fulgurante carrera como arqueólogo no parecía conocer límites, ya que con cada hallazgo suyo empujaba un poco más atrás en el tiempo la prehistoria japonesa. En octubre de 2000 anunció un descubrimiento revolucionario cerca de la localidad de Tsukidate: que había desenterrado, siete años atrás, utensilios trabajados y agujeros que soportaron pilares antiguos de 600.000 años. Pero en noviembre de ese año, un fotógrafo del periódico Mainichi Shimbun cazó a Fujimura mientras colocaba los objetos y agujereaba el suelo. La conmoción del público fue tremenda —se habían reescrito incluso libros de texto en las escuelas gracias al empuje popular de la arqueología de Fujimura—, y cuando se le preguntó, ésta fue su respuesta: «El diablo me impulsó a hacerlo».

La tentación ronda a los científicos, considerados muchas veces por el público como seres neutrales y románticos en busca de una verdad absoluta. La línea que separa el fraude de la deshonestidad a veces no es tan clara. Francisco Anguita, planetólogo de la Universidad Complutense, lo explica así: «Una cosa que pasa a menudo en la ciencia es que se tiende a exagerar los resultados obtenidos. El mensaje es: qué importante soy, déme más dinero». Para Anguita, esta actitud no llega a ser fraudulenta, pero puede dar lugar a comportamientos no demasiado honestos: por algo se empieza. En sus clases pone como ejemplo el escándalo periodístico y científico originado en 2000 cuando un geólogo británico, Simon Day, divulgó un informe que presentaba al volcán Cumbre Vieja, en la isla de la Palma, como «inestable», susceptible de derrumbarse ante la siguiente erupción; el tsunami que generaría debido a una inconcebible cantidad de rocas vertidas al mar sería el más grande jamás observado: olas de 600 metros de altura arrasarían el Caribe y la costa oriental de Estados Unidos. La percepción de los medios y el mensaje que llegó al público era que la catástrofe podía suceder en un espacio de tiempo como para preocuparse. La BBC se hizo eco de ello en un reportaje sensacionalista, cuando lo cierto es que un fenómeno de estas características sucede a escalas geológicas cada centenares de miles de años. Casualmente, algunos de los profetas que opinaron en el programa de la BBC, como el vulcanólogo Bill McGuire —con respetables laureles académicos—, asesoran a compañías de seguros.

La deshonestidad en la ciencia tiene muchas caras. Los científicos deshonestos juegan con la credulidad del público, y no tenemos más remedio que creerlos hasta que la comunidad científica los caza. Sin embargo, hay afirmaciones publicitadas que van contra el sentido común. Hagamos un poco de gimnasia mental con las siguientes historias. ¿Tiene usted un buen nivel de escepticismo?

El 31 de marzo de 1983, la revista New Scientist publicó una asombrosa historia: científicos habían fusionado células de tomate con las de un toro mediante un «choque térmico» para crear «el primer híbrido entre planta y animal». ¡Noticia bomba! Barry MacDonald y William Wimpey, de la Universidad de Hamburgo, observaron cómo su Frankenstein mitad vegetal y mitad animal crecía en un medio de cultivo con nutrientes como una planta de un tomate, pero tenía «una piel dura, como de cuero, y cuyas flores eran sólo polinizadas por tábanos». El siguiente paso sería la creación de un superhíbrido entre el tomate, el toro y el trigo. Un mes después, la revista reproducía las cartas y las carcajadas de los lectores avezados, congratulándose por abrir una sección de humor (la noticia era una broma típica del primer día de abril, que en la tradición anglosajona equivale al Día de los Inocentes en España). Sin embargo, New Scientist recibió la «ansiosa» llamada de un periodista sueco que habría reproducido fielmente la historia en su columna semanal de ciencia, y que había sido retado por dos profesores para demostrar si era cierta.

La siguiente es aún más increíble. En 1957, Harald Stümpke, del intrigante Instituto Darwin de Ayayai, y Gerolf Steiner, un profesor de zoología de la Universidad de Heidelberg (Alemania), presentaron un extenso trabajo que hablaba de un nuevo orden de mamíferos, los rinogrados —también llamados narigudos—, describiéndolos como extraordinarios animales que andaban, se alimentaban y cazaban… ¡sólo con la nariz! Había dibujos en los que estas criaturas, parecidas a ratones, tenían trompas tentaculadas para simular los pétalos de una flor, atrapar insectos, propulsarse hacia atrás con ayudas de grandes orejas estilo Dumbo… y un sinfín de maravillas. Los autores describían minuciosamente casi una treintena de géneros. Los narigudos vivían en el archipiélago de Ayayai, en el Pacífico, pero una explosión nuclear llevada en secreto a 200 kilómetros destruyó la isla, hundiéndose con ella uno de los autores, Stümpke, el único que los había visto. La prestigiosa editorial francesa Masson tradujo la obra en 1962, y un biólogo de renombre, Pierre Grassè, profesor de la Sorbona de París, expresó en el prólogo su admiración por el trabajo al presentar «hechos nuevos, insospechados» que además «invitaban al hombre de ciencia a reflexionar sobre las causas de la diversificación de los seres vivos sobre nuestro planeta…». La revista Natural History publicó un extracto del trabajo en 1967 (¡el primer día de abril!) y recibió cartas que lamentaban el destino final de los narigudos y protestas por la destrucción de su hábitat. El trabajo original y Stümpke eran pura invención de Steiner, un chiste zoológico para explicar el concepto de evolución a sus alumnos. Para algunos fue tomado en serio.

A comienzos de los setenta se descubrió en la isla de Mindanao, en Filipinas, una tribu prehistórica que había permanecido aislada del mundo: los tasaday. No tenían ropa, ni cultivaban ni criaban animales. Ni siquiera poseían armas con las que cazar y vivían en cuevas, llevando una vida penosa en el bosque. Su existencia llegó a oídos de Manuel Elizalde, un ministro del dictador Ferdinand Marcos, en 1971, y un año después, el Gobierno filipino organizó una expedición donde una legión de científicos sociales y periodistas tuvieron la ocasión de asombrarse ante el hallazgo. Se escribieron libros, estudios lingüísticos y publicaciones en revistas técnicas, y National Geographic dedicó una portada a la gente de «la edad de piedra», con magníficas fotos en color. ¡El descubrimiento antropológico del siglo! Pero en 1974 se impuso la ley marcial en Filipinas y se prohibió el acceso a la isla, aislamiento que duró hasta el final del régimen, en 1986. Fue entonces cuando se descubrió que los tasaday llevaban camisetas y pantalones y dormían en camas de madera. Uno de ellos reveló a un periodista sueco que el propio Elizalde —que tuvo que huir del país por desfalco, una vez acabada la dictadura— les había persuadido para que posaran en las cuevas ante los fotógrafos como una tribu prehistórica. Toda una farsa.

A finales de 2005, la revista Science retiró el famoso artículo de las células humanas clonadas obtenidas de pacientes del coreano Hwang Woo-Suk, y en enero del siguiente año, los cimientos de la revista temblaron aún más cuando se supo que había falsificado todos los datos (incluidos los de la obtención de células embrionarias a partir de lo que sería el primer embrión clonado recogidos por la misma publicación en 2004). Science había anunciado la maravilla a bombo y platillo durante el verano, y seis meses después el fiasco hizo sonrojar a sus responsables, el comité de revisión encargado de velar por la credibilidad de los trabajos publicados. ¡Una mentira pura y dura! La respuesta del editor de Science fue que, simplemente, a la hora de publicar los trabajos, los responsables de la publicación daban por hecho que los científicos son honestos y dicen la verdad. Hasta entonces, la carrera del científico coreano iba como la espuma. «Si alguien miente, no importa que sea un científico o alguien que quiera hacernos creer que posee poderes paranormales», asegura James Randi a El País Semanal. «Si se trata de un científico, es como si un oficial de policía cometiera un crimen. Tiene una doble responsabilidad».

Randi tiene el sobrenombre de El Asombroso Randi. Calvo, con una poblada barba blanca y gafas de pasta, parece un profeta de la ciencia. Pero Randi no es un científico, sino un mago profesional, quizá de los mejores. El propio Carl Sagan reconocía que no conocía a nadie que había trabajado con tanto ahínco para desenmascarar a los psíquicos, los tramposos y los chiflados del mundo paranormal. Su labor fue reconocida por Isaac Asimov o el Nobel de Física Richard Feynman. Pero Randi también se ha significado por mostrar la credulidad y deshonestidad de los científicos, y se le ha requerido para investigar clamorosos hallazgos científicos, como el caso de la «memoria del agua» —por el que un inmunólogo francés publicó en Nature que el agua era capaz de retener la memoria de las partículas disueltas en ella— y probar su falsedad.

Randi no sólo se ha hecho famoso por destruir a la legión de farsantes como Uri Geller, el doblador de cucharas, y otros tantos que se pasean a menudo con la bendición de los medios de comunicación, sino que además ha apostado dinero en ello a través de la Fundación para la Educación que lleva su nombre. «En los sesenta estaba participando en un programa de Nueva York y un parapsicólogo me retó diciéndome: ¿por qué no pones tu dinero donde está tu boca? Y dije, bien, cogí 1.000 dólares para pagar a cualquier persona que pudiera demostrarme que tuviera evidencia sobre poderes paranormales. Por supuesto, nadie los reclamó». La recompensa subió hasta 10.000 dólares, hasta que un filántropo de Virginia le proporcionó un millón de dólares, con estas palabras: «Ahora tienes algo bueno que ofrecer». ¿Y qué es lo que ha ocurrido? Randi ha comentado jocosamente que nunca un millón de dólares estuvo tan a salvo.

Este mago explica que ha examinado a muchos que honestamente creen poseer poderes paranormales y que simplemente resultó que estaban equivocados o confundidos. Sin embargo, para Randi, los científicos que cometen fraudes a sabiendas y los «psíquicos» como Geller que tratan de engañar a sabiendas deben meterse en el mismo saco. Es posible que a muchos esta conclusión parezca excesivamente dura. Quizá más chocante aún es comprobar cómo los científicos pueden a veces resultar increíblemente crédulos. La lista de los que se han visto seducidos por la seudociencia es larga, empezando por Harold Puthoff, un físico en cuyo currículo figura que ha publicado artículos en electrodinámica cuántica —y que ahora dirige el «Instituto de Estudios Avanzados» en Austin, Tejas (entre cuyos temas de investigación destaca el estudio de «misteriosos triángulos voladores con luces» avistados en todo el territorio norteamericano), y Russell Targ, que ha llevado a cabo investigaciones en láser. Ambos concluyeron que Geller tenía poderes genuinos y publicaron en 1974 un artículo en Nature, cuya editorial justifica el motivo de la publicación para mostrar el sistema de experimentación usado en parapsicología, con resultados débiles y poco concluyentes. El físico británico John Taylor, del King's College de Londres, estaba convencido de los poderes del psíquico israelí hasta que recibió la visita de Randi. «Le encontré en su laboratorio y le volví loco completamente, no sabía cómo se hacían los trucos», relata este mago. «Se enfadó mucho, ya que se dio cuenta de que Geller usó con él las mismas triquiñuelas». Un ejemplo aún más llamativo lo encontramos en la Sociedad Física Americana, una organización mastodóntica compuesta de 40.000 miembros en todo el mundo y que reúne a la flor y la nata de la física mundial. Varios de sus miembros validan y aceptan la «habilidad» de los zahoríes a la hora de adivinar, usando varas o péndulos, dónde se encuentran depósitos ocultos de agua bajo tierra. La radiestesia a veces es objeto de comunicaciones y comentarios favorables dentro del seno de esta sociedad. Entre las «especialidades» de esta disciplina seudocientífica se encuentra la adivinación de la localización de objetos y personas perdidas.

Esta credulidad puede explicarse por algo que Randi describe como el síndrome de la torre de marfil: el científico vive encastillado en su educación académica y sólo trata con gente académica. Muchas veces no quiere saber nada de lo que sucede fuera. Cuando se produce este primer contacto, los científicos ingenuos son engañados. «Ser listo es muy diferente de ser inteligente. La educación no le hace a uno más listo, sólo más educado».

Hay varios motivos por los que un investigador decide arruinar su carrera por una mentira. Para Benjamin Radford, director de la revista Skeptical Enquirer, el prestigio es uno de ellos. «Alguien que desea que su nombre pase a la historia como el de un gran científico o descubridor». El anuncio de la fusión fría, realizado el 23 de marzo de 1989 en la Universidad de Utah (EE UU), dio la vuelta al mundo. Ese día, un químico llamado Stanley Pons convoca una rueda de prensa —junto con su compañero Martin Fleischmann— y enseña un frasco con dos electrodos de metal sumergidos en agua pesada. Con voz tímida afirma: «Hemos establecido una reacción de fusión sostenida por medios muy sencillos» (por la que átomos de hidrógeno pesado se fusionan para formar helio) en la que «sale más energía de la que ponemos». Fleischmann dice por su parte: «Parece que podemos conseguir fusión indefinida en un instrumento relativamente barato», y recalca: «Es absolutamente esencial establecer la ciencia básica del fenómeno». Desde luego que merece la pena validar lo que sería el mayor descubrimiento energético de la humanidad. Los científicos se lanzan a ello en cuestión de horas. A finales de mayo de ese año, el Departamento de Energía de Estados Unidos concluye que la evidencia sobre la fusión fría no era convincente.

¿Otro fraude más? «Cuando Pons y Fleischmann hicieron este anuncio sobre fusión fría, creían en ello, y no hubo intento de mentir», dice Radford. Fiascos como los de Science dando crédito a las mentiras de Hwang Woo-Suk podrían explicarse debido a la alta cantidad de trabajos científicos y estudios «que se publican cada año, por lo que uno no puede contrastar dos veces cada referencia o suposición».

Sin embargo, si echamos un vistazo a la historia, encontramos aspectos en común. Joe Nickell es un investigador de lo paranormal, los fraudes científicos e históricos. Su perfil —aunque parezca una redundancia— se sale de la normalidad. Se le ha llamado «El moderno Sherlock Holmes» o el verdadero «Agente Scully» (el componente escéptico del equipo del FBI de la serie televisiva Expediente X). La gente cree fotografiar fantasmas en casas supuestamente encantadas, fantasmas que no ha visto con sus ojos. Son «simples reflejos de las partículas de polvo que rebotan la luz del flash». Aquellos que dicen haber visto al monstruo del lago Ness —Nessie— están viendo una nutria, ya que estos animales «nadan en línea» y lo hacen muy rápido, de forma que «parecen exactamente una serpiente de mar».

El escándalo de las falsas células madre clonadas de Hwang tiene muchas similitudes con el fraude favorito de Nickell, el Hombre de Piltdown: un ser humano con un cerebro grande y mandíbula simiesca encontrado en 1912 por el arqueólogo aficionado Charles Dawson. Bautizado como Eoanthropus dawsoni, y con una edad de medio millón de años, fue proclamado a los cuatro vientos como el eslabón perdido entre el hombre y el mono. Más de cuatro décadas después, se descubrió que la mandíbula era de un orangután. Para Nickell, Dawson es el autor del fraude. El cráneo fue hallado cerca del pueblo de Uckfield, en Sussex (Reino Unido), y «al igual que las falsas células clonadas, sucedió en las fronteras de la ciencia, algo que empujaba adelante el conocimiento para proporcionar el eslabón perdido de Darwin». El propio Dawson había expresado claramente que «esperaba el gran descubrimiento que parece no llegar nunca» en 1909. Y no era la primera falsificación que hacía; tenía una lista previa de al menos 38 fraudes. No importó. Flotaba en el ambiente el deseo de que Inglaterra fuera la cuna de la humanidad. Quizá en Corea se respiraba un clima similar por las hazañas previas de Hwang Woo-Suk, en las que figuraba la clonación de un perro. «Verse aclamado por el mundo es una motivación humana muy poderosa», destaca Nickell. Dawson se encontrara siempre presente cuando aparecía una nueva maravilla. Sin embargo, al morir, en 1916, dejaron de aparecer más restos. En palabras de Stephen Jay Gould, no hicieron un buen trabajo. El mejor logro fue dar el color adecuado a los huesos. El Hombre de Piltdown supuso un retroceso de décadas en el pensamiento de la paleoantropología.

La seudociencia y las mentiras científicas no son más que el exponente de que el ser humano es «un creyente instintivo», nos dice este detective de lo paranormal. Los engaños de las estatuas santas que lloran no cambian el pensamiento de los fieles ni dañan especialmente sus sentimientos religiosos: si el fraude se demuestra en un caso, siempre habrá estatuas que lagrimeen de verdad. La Sábana Santa —de la cual Nickell ha hecho réplicas casi idénticas— es en realidad una pintura hecha sobre tela cuya historia no se remonta más allá del siglo XIV, pero la gente sigue creyendo en ella, y además se insiste en los templarios: «Cualquier misterio tiene templarios hoy día».

viernes, 4 de enero de 2008

Pulpo come a tiburón

En la entrada anterior, al hablar de los grandes calamares, mencioné a una especie de pulpo: el pulpo gigante del Pacífico (Enteroctopus dofleini) . Este molusco es, como todos los de su grupo taxonómico (la Clase de los Cefalópodos), carnivoro e inteligente depredador. En un acuario se le metió con varios tiburones, y éste se comió a los otros, en contra de lo que se suponía. Es una forma sensacionalista de vender noticias, el tiburón al que se refiere es una mielga (Squalus acanthias), especie no mayor del metro de largo, algunos ejemplares alcanzan como mucho los 120 centímetros; se la distingue por las espinas pequeñas que preceden a sus aletas dorsales y la carencia de aleta anal. Es de distribucción mundial y muy explotada para el consumo humano. No es agresiva y es de movimientos lentos, fácil presa para un pulpo gigante que supera los tres metros de longitud. Nada especial, pero llamativo. Sí hubiesen puesto en el tanque a un pariente de la mielga como el tiburón soñoliento del Pacífico (Somniosus pacificus), que puede medir los seis metros de largo y se alimenta de cefalópodos y otros animales, aunque sea lento, el pulpo habría sido la presa.

jueves, 3 de enero de 2008

Calamares gigantes

Bajo los truenos de la superficie,
en las honduras del mar abismal,
el Kraken duerme su antiguo,
no invadido, sueño sin sueños.
Pálidos reflejos se agitan alrededor de su oscura forma;
vastas esponjas de milenario crecimiento y altura
se inflan sobre él, y en lo profundo de la luz enfermiza,
pulpos innumerables y enormes baten con brazos gigantescos
la verdosa inmovilidad,
desde secretas celdas y grutas maravillosas.
Yace ahí desde siglos, y yacerá,
cebándose dormido de inmensos gusanos marinos
hasta que el fuego del Juicio Final caliente el abismo.
Entonces, para ser visto una sola vez por hombres y por ángeles,
rugiendo surgirá y morirá en la superficie.

 
A. TENNYSON, El Kraken, 1830.


Desde tiempos inmemoriables se ha hablado y creído sobre la existencia de monstruos marinos de enormes proporciones en todos los oceanos del mundo. Una de las leyendas más conocidas son las sagas escandinavas que citan al temible Kraken, cuyo homónimo poema escribió Tennyson en el primer tercio del siglo XIX; y las citas de muchas gentes del mar que aseguran haberlos visto desde el siglo XVI. Estas criaturas mitad fantasia y mitad realidad son verdaderos ejemplares de una especie de gran Cefalópodo: el calamar gigante, del que se tiene registrado unos seiscientos ejemplares desde finales del siglo XVIII, la mitad de ellos en el Atlántico, aunque se conozcan de mucho antes. Plinio «el Viejo», durante el siglo I d. C., nos cita un relato recogido por otro naturalista romano del siglo anterior, Trebio Níger, en el Libro III de su Historia Natural, donde nos cuenta sobre la existencia de un cefalópodo de gran tamaño (un «pólipo», según él) que asolaba los viveros de Carteia para la elaboración de salazones, en la provincia Bética, al sur de Hispania. Las dimensiones que utiliza son estas:

«Su cabeza tenía el tamaño de una tinaja capaz de contener quince ánforas (unos 390 litros)… Sus tentáculos difícilmente podían abarcarse con ambos brazos y eran nudosos como mazas, teniendo una longitud de treinta pies (cerca de 9 metros). Sus ventosas eran como orzas, semejantes en su forma a un lebrillo; las mandíbulas eran de la misma proporción. El resto del cuerpo, que fue guardado por curiosidad, pesaba setecientas libras (casi 200 kilogramos)

Uno de sus mayores depredadores es el cachalote (Physeter macrocephalus), especializado cazador de Cefalópodos, en cuyas inmersiones puede superar los mil metros de profundidad. En el interior de sus estomagos se han encontrado restos de grandes Cefalópodos, como picos y tentáculos. Y también se conoce la existencia de marcas o cicatrices cerca de la boca de estos Cetáceos, las cuales pueden ser de gran tamaño (más de treinta centímetros de diametro), lo que conlleva a la especulación de la posible existencia de calamares o pulpos de más de treinta metros de largo y una tonelada de peso. Sin embargo, las cicatrices en estos cachalotes adultos, se produjeron cuando éstos eran más jóvenes y de menores dimensiones, que con el paso del tiempo y el crecimiento del animal, aumentan también el tamaño de las marcas.

Architeuthis dux:

El calamar gigante o megaluria (Architeuthis dux), único representante de la familia de los Arquitéutidos (Architeuthidae). Según muchos expertos, aunque se halla nominado veinte especies de esta familia y género, se considera que todos los Architeuthis son una única especie, probablemente subdividida en tres subespecies: A. dux dux en el Atlántico, A. dux martensii en el Pacífico Norte y A. dux sanctipauli en el hemisferio Sur. Aunque otros especialistas consideran a estas tres subespecies en auténticas especies. Este molusco cefalópodo forma parte de la subclase de los Coleoideos (Coleoidea), antaño Dibranquiados, y el orden taxonómico de los Teutoideos (Teuthida). Este orden está compuesto por dos grupos o subordenes: Miopsíneos (Myopsina), los calamares verdaderos con ojos que tienen córneas transparentes; y los Egopsíneos (Oegopsina), las potas o calamares cuyos ojos carecen de membrana córnea, incluidos los calamares gigantes.

Su tamaño ha sido muchas veces exagerado, no suelen sobrepasar las hembras los trece metros, como el ejemplar capturado en el año 1999 en aguas asturianas que pesaba 147 kilos y media casi los doce metros, según los testigos, aunque la mayor parte corresponde a la longitud de sus tentáculos. El tamaño de los machos es menor, no alcanza los diez. Del mayor que se creer tener constancia (según dicen) es de una hembra varada en una playa de Nueva Zelanda en el año 1887, cuyo cadaver medía unos 16-18 metros y pesaba poco más de 200 kilos, y se habla de otro capturado accidentalmente en las mismas aguas neozelandesas, pero en 1933, que pesaba 275 kilogramos y alcanzaba la longitud total de 21 metros, aunque no haya podido ser confirmado, ya que estas dimensiones son consideradas desmesuradas y hasta falsas en el día de hoy.

El cuerpo de estos animales varía de un color rojizo fuerte hasta plateado y dorado y carece de órganos luminosos, se divide en dos partes (como en todos los Cefalópodos): la parte posterior o visceropáleo y la anterior o cefalopáleo. La posterior consiste en el manto (un saco muscular fusiforme que contiene las vísceras, la concha interna o gladio y la cavidad paleal) en cuyo extremo posee dos pequeñas aletas. Y la parte anterior del cuerpo está formada por la cabeza, la corona braquial y el sifón. Sus grandes ojos egópsidos, sin córneas transparentes, están adaptados a la vision con poca luz, propía de las profundidades marinas, y son de los más grandes en el reino animal (hasta 25 cm. de diámetro); las células más sensibles están en la parte inferior de su retina, lo que implica que ven mejor desde abajo a arriba (y tal vez cacen de esa manera). La boca compuesta de dos mandibulas que forman un pico de queratina con el que trocean la carne de sus presas y con su rasposa rádula la introduce en su tubo digestivo, no puede tragar las piezas enteras debido a que su esófago pasa entre su cerebro en forma de rosquilla.

Alrededor de la boca está la corona braquial compuesta de diez extremidades, ocho brazos y dos tentáculos. Los brazos se numeran por pares: par dorsal, par dorsolateral, par ventrolateral y par ventral. Entre los pares ventrolateral y ventral se hallan los tentáculos, que constan de un largo funículo y la maza tentacular al final, los cuales suelen ser poco más del doble de largos que los brazos respectivos. En los ocho brazos tienen dos filas de ventosas cuyos bordes son anillos quitinosos denticulados para lograr mejor agarre; en el funículo del tentáculo se alternan ventosas con almohadillas y en la maza hay cuatro filas de ventosas. Estas extremidades con las que cazan, los dos tentáculos, se regeneran tras una mutilación. Los brazos ventrales de los machos están modificados en sus extremos para el traspaso de los espermatóforos (paquetes de esperma que produce el macho) durante la cópula, cada una de estas porciones distales se llama hectocótilo.

Tienen una gran acumulación de cloruro de amonio en su tejido muscular, lo que le permite una cierta flotabilidad neutra entre las aguas, y una par de pequeñas aletas en el extremo del manto, cuya función es más bien de estabilización que de propulsión. Se cree que se desplazan, según estudios anatómicos, mediante la propulsión a chorro como los otros calamares, el agua penetra a la cavidad paleal, espacio hueco que hay entre la cabeza y el manto, siendo luego expulsada a través del sifón que tiene forma de embudo; pondrán su cuerpo fusiforme de tal postura que para nadar juntan las extremidades de forma extendida a lo largo del eje corporal, para reducir la resistencia del agua, y así conseguir una forma hidrodinámica.

De su comportamiento en libertad poco o nada se sabe, por el momento nunca han sido observados estos monstruos marinos en su habitat natural, sólo se conocen los cadáveres arrastrados por el mar hasta la costa de muchos lugares del planeta, los restos en el interior de los cetáceos y grandes tiburones y de los ejemplares enmallados accidentalmente en las redes de los barcos pesqueros. Aunque en estos últimos años se han hecho varias expediciones submarinas para lograrlo, como las hechas frente la costa asturiana, solamente se ha podido filmar a un Architeuthis moribundo que pescaron, de unos tres metros y medio de largo, los componentes de un equipo japonés cerca de las islas Ogasawara (anteriormente Bonin) en diciembre del 2006, en el Pacífico occidental, como véis en la foto.


Antes, en el año 2004, en aguas próximas al susodicho archipiélago japonés, se pudo fotografiar el primer calamar gigante en su habitat natural, se trataba de un espécimen atrapado en una potera cebada, cuyo tentáculo obtenido media 5,5 metros, de lo que se deduce que el animal debería medir entre siete a ocho metros.

Estas imágenes tardaron un año en darse a conocer a nivel mundial, en las cuales se ve a un ejemplar apresado por un arte de pesca, con el consiguiente comportamiento de un animal estresado intentando escaparse. Además se cuestiona que estuviese fotografiado a los 900 metros de profundidad, como aseguraron los investigadores nipones. Poco nos dice sobre su comportamiento natural, en condiciones normales.


Tras la eclosión de los huevos de los cefalópodos nacen las llamadas paralarvas, que son como adultos en miniatura, aunque con diferentes proporciones corporales. Lo de paralarvas es más acertado que decir larvas, pues carecen de estadios larvarios entre estos moluscos, no como sucede en otros invertebrados que requieren una verdadera metamorfosis. Las paralarvas de Architeuthis, algunas se conocen, viven cerca de la superficie formando parte del plancton marino, según crecen sus hábitos se hacen a más profundidad. Su tasa de crecimiento es de las más rápidas (entre 3 y 5 mm. al día), viven entre uno y casi tres años. Tienen un marcado dimorfismo sexual: las hembras son de mayor tamaño que los machos, ellas alcanzan los trece metros de largo, pudiendo ser más o no, los machos no sobrepasan los diez. Éstos maduran sexualmente más temprano que las hembras, y viven menos (1 año).

Su distribución mundial abarca las aguas frías (de 6 a 15 ºC) de todos los oceanos, incluido el mar Mediterraneo, y su habitat reside en la columna de agua sobre el talud continental y los cañones submarinos entre los 600 y 800 metros de profundidad en plena penumbra.

Mesonychoteuthis hamiltoni:

En febrero del 2007, en las aguas del Oceano Glacial Antártico, pescadores neozelandeses capturan un descomunal Cefalópodo de 495 kilogramos de peso y una longitud total inicialmente estimada por los pescadores en torno a los diez metros (aunque se han quedado en los 4,20 metros, ya que después de estar congelado 14 meses encojió), y el manto de dos metros y medio, mucho más voluminoso que la mayor de las megalurias anteriores (Architeuthis). Esta especie se dió a conocer para la ciencia, a traves de unos restos en el interior del estómago de un cachalote, en 1925; este ejemplar es el quinto que se conoce, y el más grande. La especie se denomina cranquiluria antártica o calamar colosal (Mesonychoteuthis hamiltoni).


Todas las especies de cranquilurias pertenecen a la familia taxonómica de los Cránquidos (Cranchiidae), tambien denominadas calamares o potas cristalinas, porque la piel de varias especies carece de pigmentación y por ello son transparentes; y a otras que al dejarse arrastrar por las corrientes marinas en posición vertical, cabeza abajo, se las maldenomina como medusas-cristal. Una de las caracteristicas de esta familia es que tiene el manto fusionado a la cabeza y tiene una doble cámara en su interior.

El pico quitinoso del calamar colosal Mesonychoteuthis es mayor que el del calamar gigante, igual que sus ojos. Su manto alcanza, y tal vez supere, los cuatro metros. Pero la longitud de sus brazos y tentáculos es inferior al Architeuthis, proporcionalmente al tamaño del cuerpo (en Mesonychoteuthis el largo de los tentáculos es más o menos igual al del manto y la cabeza juntos, en la otra especie son mucho más que el triple). A lo largo de sus brazos tiene dos filas de ventosas, las cuales en el tercio final se transforman en garfios. En los funículos de los tentáculos hay varias series de ventosas y almohadillas y en sus mazas se sustituyen por dos filas de ventosas ganchudas orientadas hacia fuera del eje.

Encima de sus enormes ojos tiene dos organos bioluminescentes o fotóforos (el mayor en forma de media luna, y entre la concavidad de éste, hay otro más pequeño de forma ovalada) que le sirven para cazar. Además posee al final del dorso del manto dos grandes aletas ovaladas, con los que se ayuda para propulsarse.


Habita en las aguas circumpolares del gran continente Sur, la Antártida, por debajo de los 6 ºC, cerca de la superficie a unos veinte metros hasta superar los mil de profundidad. Se cree que es muy agresivo y un depredador activo. En abril del año 2003, se capturó en el mar de Ross, un ejemplar hembra subadulto de 5,4 metros y trescientos kilos (la longitud del manto igual que el ejemplar de 2007, 2,5 m.), que todavía estaba devorando una gran merluza negra austral (Dissostichus eleginoides) de dos metros de largo. Al parecer, esta especie de gran pota o calamar, con la edad, crece a lo ancho y no a lo largo, haciéndose más pesada y rechoncha.


Taningia danae:

En la zona de investigación en aguas del archipielago japonés de Ogasawara, en el año 2005, se consiguió filmar a un gran cefalópodo vivo alrededor de un cebo. De color rojo oscuro y unas grandes aletas con la que se desplaza, presentaba unos órganos bioluminiscentes en sus brazos y otras partes del cuerpo, pero no era un calamar gigante Architeuthis. Pertenece a otra especie que habita en todos los oceanos del mundo: el calamar gato o pulpopota de las profundidades (Taningia danae).


Se le llama «calamar gato» por tener dos filas de ganchos en sus brazos. Y «pulpopota» porque los adultos tienen sólo los ocho brazos, perdieron los tentáculos entre las fases de paralarva a la juvenil, de ahí el nombre del grupo taxonómico al que pertenecen: los Octopotéutidos (Octopoteuthidae).

El ejemplar más grande fue capturado en aguas frente a Asturias (España), pesaba 125 kilos y su manto medía 170 centímetros, y una longitud total que supera los tres metros. Con grandes aletas y fotóforos por el cuerpo; es de distribucción cosmopolita y los ejemplares juveniles prefieren aguas superficiales, en contraposición de los adultos que se encuentran en profundidades de hasta los mil metros o en el fondo.

Como en todos los cefalópodos, las hembras son mayores que los machos. Desovan en el fondo marino. Los machos carecen de hectocótilos. Su crecimiento es a un ritmo inferior que en Architeuthis, pero es más longevo.

Dosidicas gigas:

La mayor de las potas oceánicas es el calamar de Humboldt o potón del Pacífico (Dosidicas gigas), tiene el aspecto de un gran calamar con grandes y musculosas aletas. Pertenece a la familia de los Omastréfidos (Ommastrephidae) igual que los calamares voladores y potas. Se distribuye por las aguas cálidas (de 15 a 28 ºC) del Pacífico oriental, desde Mexico hasta Chile, siendo su distribucción más abundante en las zonas tropicales. A veces, coincidiendo con fenómenos oceanográficos como El Niño, se producen enormes aglomeraciones en las costas americanas. Es la especie más explotada comercialmente, se le consume aquí en España como «rabas de calamar» o «rejos de calamar».

Los ejemplares más grandes podían alcanzar los cuatro metros de largo y pesar 150 kilos (longitud máxima del manto es de 1,3 m.). Aunque generalmente lleguen a los 2 m. y 35 Kg. Sus brazos tienen muchas y pequeñas ventosas en los extremos. Los ejemplares juveniles y subadultos presentan varios fotóforos en el cuerpo, pero no las paralarvas y adultos.


Especie migradora. Aunque prefieran aguas cálidas, también soportan las frías. Pueden vivir hasta los 1.200 metros de profundidad. Son de rápidos movimientos y muy agresivos (diablos rojos son como les suelen denominar los pescadores mexicanos). De crecimiento rápido durante la fase de paralarva (1-10 mm. de manto) y la juvenil (10-100 mm. de manto), se reduce en los adultos. Las paralarvas tienen las extremidades fusionadas en una especie de probóscide, que se van separando según crecen.

Forman lo que se puede llamar subpoblaciones: los juveniles se desplazan en grupos de 20 a 50 ejemplares nadando muy rápidamente y pudiendo saltar fuera del agua. Los subadultos (entre 100 y 350 mm. de manto) se agrupan en cardúmenes de 20 a 1.200 individuos, pero son menos activos. Y los adultos (más de 350 mm. de manto) se mueven en pequeños grupos de hasta unos doce ejemplares o son solitarios, y su distribucción es más norteña y sureña.

Moroteuthis robusta:

La mayor de las potas ganchudas, familia de los Onicotéutidos (Onychoteuthidae), es otra especie, cuyos mayores ejemplares, alcanzan los cuatro metros de largo: el lurión máximo (Moroteuthis robusta). Los adultos suelen presentar dos filas de afilados ganchos en sus mazas tentaculares. Viven en las aguas profundas que hay en las fosas y cañones submarinos frente al arco que forman el litoral norteamericano y siberiano en el Pacífico Norte.


Y otras especies más:

Citaré otras especies de calamares que llegan a alcanzar los dos metros de longitud total, como una cranquiluria de la especie Megalocranchia fischeri que vive en aguas tropicales y subtropicales del Pacífico y es transparente. En la familia de los Tisanotéutidos tenemos al calamar losange o diamante (Thysanoteuthis rhombus). Por los Onicotéutidos están el lurión común (Moroteuthis ingens), varias especies del género Onykia y en el Antártico tenemos al calamar verrugoso (Kondakovia longimana). Y entre los Omastréfidos tenemos a nuestra pota saltadora (Ommastrephes bartramii), cuyos mayores ejemplares pueden medir los dos metros, y el potarro o calamar volador (Todarodes sagittatus) que llega al metro y medio de tamaño.

También se ha comentado la existencia de pulpos gigantescos, todo expeculaciones, una de la más grandes de las especies es el pulpo gigante del Pacífico (Enteroctopus dofleini), que puede medir los tres metros y tener un peso en torno a los ochenta kilogramos.

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