miércoles, 24 de noviembre de 2021

Manifiesto por una salida razonable a la crisis de la Covid

16 noviembre 2021
https://salidarazonablecovid.es/

La sociedad española siente en estos momentos un comprensible cansancio en todo lo relativo a la crisis de la Covid. La tensión se ha relajado considerablemente y no pocas personas quisieran pasar página y hablar de otras cuestiones después de 20 meses de monotema. Sin embargo, algunas de las medidas contra la Covid que se aplican en nuestro país o en otros de nuestro entorno (pasaportes sanitarios, vacunación indiscriminada, etc.) no tienen en estos momentos ni verdadera base científica ni justificación sanitaria alguna, pero atentan contra los derechos fundamentales de las personas y han abierto algunas tendencias muy peligrosas para el desarrollo democrático y ecológico de las sociedades contemporáneas.

Por otra parte, es probable que el invierno traiga una nueva subida de casos, como las que están experimentando ya otros países, por ello queremos reivindicar algunas líneas de acción que son todavía muy necesarias y han sido relegadas por las autoridades sanitarias españolas (quienes han centrado prácticamente toda su estrategia en torno a las vacunaciones y las medidas de distanciamiento social). Por ello, las personas abajo firmantes, profesionales de la salud, investigadores en el campo de la medicina y la biología, científicos de otros campos, filósofos, activistas, comunicadores y ciudadanos en general, preocupados por la salud pública, que es nuestra salud, declaramos lo siguiente:

1– Es preciso salir de los enfoques reduccionistas centrados únicamente en la vacunación.

Durante estos meses han sido numerosos los científicos y profesionales de innegable reputación que han planteado la necesidad de abordar la Covid a todos los niveles: profilaxis, tratamiento temprano, tratamiento hospitalario y vacunación. A pesar de la intachable lógica de este planteamiento, nuestros gobernantes, siguiendo recomendaciones de la OMS, apenas han prestado atención al tratamiento temprano. No resulta fácil comprender esta falta de atención, y menos teniendo en cuenta que este virus llegó en distintos momentos a saturar UCIs y hospitales y a desbordar la capacidad del sistema de salud pública.

En estos momentos, son miles los doctores de todo el mundo que comunican resultados no desdeñables en la atención temprana, e incluso en la profilaxis, con protocolos compuestos de medicamentos como la ivermectina, la fluvoxamina, la quercetina, el zinc, la hidroxicloroquina, la melatonina o la vitamina D. En países como México, India, Zimbabue, Madagascar y algunos estados de Perú y Argentina se han usado de forma amplia kits de tratamiento temprano que, según sus defensores, han tenido impactos muy positivos. Es oportuno destacar que la ivermectina y otros fármacos que se han usado en tratamiento temprano de la Covid son bastante económicos, pues están libres de patente, y sus efectos secundarios no son considerables o pueden ser manejados adecuadamente, por ser medicamentos muy utilizados desde hace tiempo.

Sin embargo, el gobierno español y la mayor parte de gobiernos europeos no han prestado atención a estas intervenciones farmacológicas precoces, en consonancia con las directrices de entidades como la OMS y la EMA, unas directrices que nos preguntamos si han podido ser condicionadas por el hecho de que la financiación de esos organismos depende en gran medida de empresas farmacéuticas y otras entidades privadas. Después de 19 meses de intensa investigación y numerosos ensayos clínicos con todo tipo de medicamentos, el tratamiento temprano de las personas enfermas de Covid se sigue limitando al confinamiento en el domicilio y el uso de analgésicos hasta que éstas se encuentran tan enfermas que deben ir a un hospital. En esa fase hospitalaria, según doctores con amplia experiencia en el tratamiento temprano, es mucho más complicado combatir la enfermedad y las posibilidades de curación son mucho menores.

Las organizaciones internacionales relacionadas con la salud, como la OMS, la EMA y la FDA, desaconsejan todos estos tratamientos tempranos con el único argumento de que no hay datos concluyentes sobre su utilidad. Esto contrasta con el hecho de que no se ha empleado la misma cautela con las vacunas, y es, como mínimo, negligente, ya que después de tantos meses de pandemia, ha habido tiempo más que suficiente para analizarlos en profundidad y obtener conclusiones sobre su efectividad.

Estas mismas instituciones internacionales, en cambio, aprobaron en marzo de 2020 el antiviral Remdesivir para el tratamiento del Covid (cuyo precio llegó a ascender a 2.000 euros por paciente) sobre la base de dos estudios clínicos controlados que solo encontraron signos muy modestos de su eficacia. En estas semanas varias empresas farmacéuticas están solicitando autorizaciones de emergencia para la aprobación de nuevos medicamentos sujetos a patente para el tratamiento temprano de la Covid. A pesar de que han recibido atención generosa en los medios, los ensayos que muestran su eficacia son muchos menos que los de otros tratamientos tempranos y su seguridad está muy lejos de tener las garantías de fármacos conocidos desde hace décadas. En cambio, el tratamiento temprano de ivermectina para la Covid sigue sin obtener la aprobación de estas agencias después de 30 estudios clínicos aleatorizados y controlados, de los cuales 27 arrojan resultados claramente positivos, a pesar de ser un medicamento con un perfil de seguridad excelente que fue aprobado para su uso contra la sarna con el respaldo de solo 10 estudios y en las mismas dosis propuestas ahora para la Covid.

Por otra parte, el sistema de salud pública apenas se ha reforzado desde el inicio de esta coyuntura. Más bien al contrario, se ha degradado tanto en la atención primaria como en la hospitalaria. Tampoco se han dedicado esfuerzos sustanciales a la investigación y aplicación de tratamientos tempranos, limitando la acción sanitaria a la vacunación, a la hospitalización de los casos graves, al uso de mascarillas y a las restricciones en movilidad y en el derecho de reunión.

2– Se están considerando las vacunas como una cuestión de salud colectiva sin que exista base científica para ello y se están administrando sin conocer los riesgos a medio y largo plazo ni tener en cuenta las particularidades individuales.

A pesar del alto porcentaje de personas que han sido vacunadas contra la COVID en nuestro país y en otros muchos, el descenso en los índices de contagios y hospitalizaciones no ha sido el esperado. Aunque la situación en España ha mejorado, los datos demuestran que las vacunas no han sido tan eficaces como algunos prometían y todos hubiéramos querido.

Para que las vacunas permitieran alcanzar la inmunidad de grupo deberían ser capaces de reducir significativamente la transmisión del virus. Si esta premisa no se cumple, la vacunación termina siendo una opción individual, respetable, pero sin repercusiones sociales. Esto hace que la urgencia por conseguir vacunar a toda la población o la imposición de pases Covid para acceder a espacios públicos se conviertan en medidas absurdas e, incluso, contraproducentes, porque crean una falsa sensación de seguridad.

En las últimas semanas han salido a la luz diversos datos que confirman que las vacunas contra la Covid no ofrecen, en estos momentos, prácticamente ninguna protección frente al contagio. Destacamos los siguientes:

• Inglaterra ha hecho oficial que, frente a la variante delta (mayoritaria en estos momentos en todo el mundo), no se está observando diferencia alguna en la transmisión del virus entre personas vacunadas y no vacunadas.

• Un estudio comparativo no encuentra ninguna correlación entre la ratio de vacunación en diferentes países y los casos de Covid.  

• Se ha documentado la transmisión entre personas completamente vacunadas y cargas virales similares entre vacunadas y no vacunadas.

• Un estudio realizado en Vietnam llega a la conclusión de que las personas vacunadas pueden contagiar más que las no vacunadas porque soportan más carga viral sin desarrollar síntomas. 

• Países como Singapur, Irlanda o Bélgica con más de un 70% de la población completamente vacunada, han sufrido nuevos brotes con la llegada del otoño. 

• Los datos del último Informe sobre Vigilancia de las Vacunas de la Agencia de Seguridad Sanitaria del Reino Unido muestra que la ratio de contagios entre las personas con pauta de vacunación completa no solo no es menor sino que es mayor (el doble) que entre las no vacunadas. 

• Estudios financiados por las propias empresas fabricantes reconocen que la protección de la vacuna frente a contagios se pierde en pocos meses.

Ante la gran cantidad de datos que demuestran que las vacunas no son capaces de disminuir la transmisión de la Covid, no tiene ningún sentido implantar «pasaportes de vacunación» que discriminan fuertemente a las personas que optan por no vacunarse por cualquier tipo de motivo, ya sea éste de salud, de conciencia o simples dudas acerca de la relación riesgo/beneficio.

Como han denunciado varios europarlamentarios de diversos países y distintos signos políticos el pasado 20 de octubre, este tipo de pases sanitarios socavan derechos humanos básicos y sólo se podrían justificar en circunstancias excepcionales y si estuvieran suficientemente respaldados por datos científicos inequívocos. Constituyen, de hecho, un verdadero apartheid de nuevo cuño que coacciona a la población para que acepte ser tratada con un medicamento experimental cuya eficacia, necesidad y seguridad son, por lo menos, dudosas. La libertad de circulación, empleo, salud, igualdad, libre asociación, educación y libre expresión de pensamiento están siendo gravemente violadas sin motivo y, en algunos países europeos, las protestas pacíficas contra estas medidas inauditas y sin fundamento sanitario están siendo reprimidas violentamente.

Por otra parte, es preciso tener en cuenta que las actuales vacunas han demostrado tener un número de efectos adversos mucho mayor de lo habitual. Algunas fuentes estiman que los sistemas de vigilancia de Eudra Vigilance y Open Vaers han registrado más de 40.000 muertes relacionadas con la vacunación entre EEUU y la UE, lo que está causando que algunos países estén limitando su uso en jóvenes.

Ante este elevado número de efectos adversos detectados en el corto plazo, las instituciones sanitarias competentes deberían ofrecer datos detallados, tanto de los casos y muertes por Covid por edades y estado de vacunación como de todos los efectos adversos que se están produciendo por las vacunaciones. De esa forma, se podría hacer una evaluación de las ratios riesgo/beneficio por edad y los facultativos podrían optar por desaconsejar la vacunación en personas que apenas corren riesgos ante la enfermedad como los niños y jóvenes. Estos datos no se están difundiendo ni tampoco se está pidiendo el necesario consentimiento informado a las personas que se vacunan.

La industria farmacéutica, por otra parte, está promoviendo nuevas campañas de vacunación, supuestamente para suplir la pérdida de eficacia de las dosis anteriores, pero nuestras autoridades sanitarias deberían plantearse exigir a estas compañías un producto de mayor seguridad y mejor efectividad antes de seguir invirtiendo enormes cantidades de dinero público en sucesivas campañas masivas de vacunación, sobre todo si existen evidencias más que suficientes de tratamientos eficaces que pueden ayudar a gestionar de forma mucho más económica y segura esta crisis sanitaria.

No podemos ignorar que este exclusivismo en la estrategia frente a la COVID ha permitido a las grandes industrias farmacéuticas firmar unos contratos multimillonarios por la venta de sus vacunas, disparando sus beneficios de un modo desorbitado. Dichos contratos, además, eximen a los suministradores de toda responsabilidad por sus posibles daños o efectos adversos. Hay que recordar que la Agencia Europea del Medicamento sigue dando a estos tratamientos solo una «autorización comercial condicional» y no una plena autorización, puesto que están todavía en fase experimental y, de hecho, no encajan dentro de la definición clásica de vacunas.

Por contra, tratamientos tempranos con excelentes perfiles de seguridad y aprobados para uso humano desde hace décadas, siguen esperando su aprobación. Ni siquiera se contemplan medidas de profilaxis tan sencillas como hacer un seguimiento de los niveles de vitamina D, a pesar de que varios estudios confirman la relación entre los niveles bajos de esta vitamina y los casos más graves de Covid.

En vista de todo ello reclamamos al Gobierno español y a las instituciones sanitarias de las Comunidades Autónomas:

1. La inclusión de los tratamientos tempranos en la estrategia para afrontar la Covid, especialmente todos aquellos basados en fármacos de reducido coste que han sido usados exitosamente en otros países. Reclamamos, también, atención y apoyo al desarrollo de otras posibles vacunas independientes de las grandes industrias farmacéuticas, de las que ya hay proyectos en nuestro país.

2. Solicitamos que no se contemple la vacunación infantil, dado que en menores de edad la incidencia de la infección es muy reducida y los efectos adversos de la vacunación son más habituales y graves y llegan a ser más los riesgos que los beneficios. Solicitamos también la moratoria en la vacunación de otros colectivos más susceptibles a los efectos adversos, como las mujeres embarazadas. Exigimos que se aplique el principio de consentimiento informado en todas las vacunaciones.

3. Los intentos de establecer algún tipo de «pasaporte Covid» y la discriminación de las personas no vacunadas en todo tipo de espacios y servicios públicos deben ser desestimados, tanto por el escaso éxito que las vacunas están teniendo en la prevención de la infección, como por el hecho de que violan libertades esenciales que toda democracia debería garantizar y proteger. Consideramos que no existe justificación alguna para la actual presión institucional y mediática para vacunar a toda la población y que la segregación de las personas no vacunadas es contraproducente (por crear una falsa sensación de protección) y profundamente antidemocrática.

4. No nos parece lógico seguir destinando el grueso del gasto público en salud a nuevas compras de vacunas ni de otros tratamientos caros y poco probados mientras no se estudien otras posibilidades de tratamiento con fármacos de menor coste y de probada seguridad.

5. Reclamamos el libre acceso público a los textos íntegros de los contratos ya establecidos con las multinacionales farmacéuticas. En cuestiones tan importantes para la vida de todos, el secretismo y la opacidad no son de recibo.

6. Exigimos un mayor esfuerzo de inversión en el sistema de salud pública, tanto en medios materiales como en personal. Debe garantizarse, con las oportunas medidas de seguridad, la atención presencial del médico al paciente en todos los casos. Hay que acabar ya con los múltiples efectos negativos que esta falta de atención está provocando.

7. Reclamamos, en cuanto sea posible, la eliminación de las medidas de control restrictivas de la movilidad y de las relaciones interpersonales, por los daños sociales, económicos, psicológicos y sobre la salud que comportan.

Por otra parte, queremos dirigirnos, también, a los medios de comunicación.

Hemos observado con gran preocupación la escasa presencia en las grandes instituciones periodísticas de espacios que den voz a todos los actores relevantes, y de debates constructivos sobre esta crisis sanitaria. Existe una preocupante homogeneidad en los contenidos que se publican y una ausencia casi total de voces críticas. Toda objeción a cualquier mínimo aspecto de las vacunaciones es calificada de «negacionista», cuando no de «conspiranoica» o «ultraderechista» y se propicia un clima de segregación y culpabilización injustificado hacia quienes no son partidarios de vacunarse. Vemos que numerosas figuras relevantes de la medicina de otros países que han sido críticas con el discurso oficial han estado ausentes completamente de los medios españoles y la información que se ha ofrecido ha ignorado los resultados de numerosos estudios científicos.

Pedimos, por tanto, a los medios de comunicación, una posición más imparcial y respetuosa con su propia deontología en estos temas. Existen numerosas voces que, desde la ciencia y la experiencia clínica, están ofreciendo críticas muy valiosas que no están llegando a la sociedad. Instamos a los medios de comunicación a que acudan directamente a las fuentes de la información científica y a los profesionales que trabajan sobre el terreno y no se queden únicamente con las versiones de las instituciones oficiales o las empresas farmacéuticas. Pedimos también al conjunto de la sociedad el cese de la discriminación de los disidentes y del encasillamiento de toda opinión crítica en esos estrechos estereotipos en los que se ha visto metida durante estos meses.

Con todo esto queremos defender el derecho de toda la ciudadanía a los mejores tratamientos disponibles para hacer frente a la enfermedad de la Covid. Tenemos derecho a todos los tratamientos eficaces y a los mejores frutos de la investigación científica, independientemente de los intereses económicos que se vean involucrados. Queremos, asimismo, reivindicar las libertades de opinión, de expresión y de autonomía sobre la salud propia, y que dejen de utilizarse medidas coercitivas que no tienen justificación alguna como medidas sanitarias con la excusa de que sirven para defender la salud pública.

Por ello, animamos a todas las mentes libres, y muy especialmente a quienes están comprometidos en la promoción de la salud, en la defensa de los derechos humanos y de la democracia, a adherirse a este manifiesto.

Siguen centenares de firmas

martes, 23 de noviembre de 2021

La represión de los NO vacunados y la inutilidad de los pasaportes de vacunación

MIGUEL JARA

¿Se puede ser provacunas (o estar, en general, a favor de la vacunación) y estar totalmente en contra de medidas coercitivas contra no vacunados? Claro que sí y cualquier persona que ame la libertad y se considere democrática debería estar en contra de la represión de quienes no acepten determinado tratamiento sanitario. Y más con tantas dudas como plantean las actuales vacunas Covid-19.

El presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, se ha vuelto a mostrar partidario de que se obligue a vacunar a todo el mundo «por las buenas o por las malas, por lo civil o por lo militar».

Se una así a la catarata represiva contra quienes han elegido libre y legalmente no vacunarse contra la Covid-19.

Comparte así frente antiNoVacunados con su homólogo el presidente gallego Alberto Núñez Feijóo, quien insiste en que «no tiene ningún sentido» que el pasaporte Covid, el certificado que acredita que una persona está vacunada con la pauta completa frente al coronavirus, solo sirva «cuando un español sale de España».

Galicia obliga a presentar bien este certificado u otros que acrediten haber dado negativo en las últimas horas o haber superado la enfermedad, para acceder al interior de la hostelería.

En Europa destaca por la agresividad de sus medidas Austria que aplica ya el confinamiento parcial para los no vacunados. Dichas personas sólo podrán salir de sus hogares para comprar productos esenciales, ir a trabajar o visitar a un médico.

Parto de la base de que siempre defenderé la libertad de quienes elijan vacunarse y por cualquier razón no les dejen o no puedan (los vacunados con tres dosis en los países ricos superan a la población con una en los más pobres).

Las vacunas en general y las del Covid-19 no son una excepción son una elección individual, NO son obligatorias, se ponen de manera voluntaria. Pese a que son voluntarias —así lo garantiza la Ley de autonomía del paciente, hay quienes no pierden la oportunidad para intentar hacer realidad sus sueños húmedos de una vacunación de la Covid obligatoria (lo hacen siempre que las circunstancias se lo ponen fácil).

Y esta vez la mentalidad reaccionaria está muy crecida auspiciada por el miedo que a diario generan los grandes medios de comunicación que en buena medida es lo que mueve a los políticos a tomar medidas impopulares.

En Bélgica, por ejemplo, en cada instalación y en cada bar donde entras te piden hoy el certificado de vacunación (nunca antes la Humanidad fue tratada en masa como ganado, literalmente además pues vacuna viene de vaca, ya que fueron descubiertas gracias a estos animales).

En España, como observamos, las comunidades autónomas quieren avanzar por ese camino. Según los expertos, es una medida fácil de aplicar pues bastaría con un Decreto ley del Gobierno que puede conseguirse en unas pocas semanas.

Pero ¿es totalmente efectiva la medida o directamente absurda y sólo se entiende desde el ansia del Poder por el control social?

Los vacunados pueden seguir contagiando. Y se observa que estar rodeado de personas vacunadas hace que bajes la guardia por ejemplo usando menos la mascarilla.

Las vacunas Covid son las menos útiles de la historia (no obstante se hicieron a toda prisa). Estos productos apenas previenen la infección ni detienen la transmisión viral por lo que no existe justificación médica para hacerlas obligatorias.

Sí reducen la gravedad de la enfermedad y la mortalidad, además de las hospitalizaciones. ¿Es motivo ello como para justificar la obligatoriedad? Nuestra legislación es clara, no se puede obligar a una persona sana a recibir un tratamiento médico que no desee.

Se apela entonces a la «solidaridad» de los vacunados con el resto de la población pero es falso. Las vacunas Covid no producen inmunidad de grupo. Para que las vacunas permitieran alcanzar la inmunidad de grupo deberían ser capaces de reducir significativamente la transmisión del virus.

Si esta premisa no se cumple, la vacunación termina siendo una opción individual, respetable, pero sin repercusiones sociales. Y hay que tener algo muy importante en cuenta, que en conjunto el descenso de la inmunidad postvacunal es bastante rápido en la población.

Por ello, se insiste en la tercera dosis y como en unos meses se reduce de manera muy notable la inmunidad se dan cada vez más casos de vacunados que siguen infectándose, lo que hace más discriminatorio aún que sean reprimidos sólo los no vacunados: en meses un vacunado se convierte en un no vacunado si no vuelve a vacunarse. Un bucle vacunal que parece que no va a tener fin…

Escrito de otro modo, que un vacunado enseñe su pasaporte Covid NO quiere decir que no esté en ese momento infectado ni que no vaya a infectar a quienes le rodean. De ahí su inutilidad desde el punto de vista sanitario… otra cosa será el control social ya apuntado.

La urgencia por conseguir vacunar con estos productos a toda la población o la imposición de pases Covid para acceder a espacios públicos se conviertan en medidas absurdas e, incluso, contraproducentes, porque crean una falsa sensación de seguridad (los vacunados han de guardar las mismas medidas de seguridad que los que no han elegido «protegerse»).

Aún así, la autorización para la tercera dosis de la vacuna contra la Covid-19 sigue llegando a más capas de la población. Hay un repunte de casos. Es la prueba de que estas vacunas no funcionan en una amplia capa de la población.

En torno al 30% de los ingresados hoy en las Unidades de Cuidados Intensivos, están vacunados, según comentaba ayer un médico en un espacio televisivo), Pedro Sánchez ha anunciado que los mayores de 60 años y el personal sanitario serán vacunados de nuevo.

¿Se entiende lo del bucle vacunal? Esto, como comenta Juanlu Sánchez, analista de elDiario.es:

«Es un salto cualitativo, ya que hasta ahora la tercera vacuna estaba limitada a personas especialmente vulnerables y mayores de 70 años.»

Esta escalada represiva contra no vacunados nos lleva de nuevo a otro capítulo de desigualdad insoportable.

18 noviembre 2021

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Una pandemia en la cultura de la culpa


Una vez que un gobierno decreta el cierre generalizado, o la obligatoriedad de mascarillas, si los contagios aumentan, la culpa se endosa a los ciudadanos que no cumplen las normas

JUAN MANUEL BLANCO

¡Dios mío, ya está aquí la pandemia!, exclamó Maurice Hilleman, jefe del servicio de enfermedades infecciosas del Ejército de los Estados Unidos, el 17 de abril de 1957 al leer una noticia en el New York Times. Veinte mil personas esperaban delante de los dispensarios de Hong Kong para ser atendidas por una gripe especialmente virulenta. Tras recibir muestras del virus, Hilleman confirmó sus peores temores: no había inmunidad ante esa cepa. Nada podía frenar la Pandemia de Gripe Asiática, que acabaría causando cuatro millones de muertos en una población mundial que no llegaba al 40% de la actual.

Se recomendó a los enfermos permanecer en casa y solo acudir al hospital si los síntomas se agravaban. Escuelas y empresas permanecieron abiertas, descartándose medidas extremas como confinamientos o uso obligatorio de mascarillas por considerarse ineficaces y contraproducentes. No hubo fractura social, ni pánico generalizado, presiones o bandos enfrentados, ni insultos o acusaciones, ni dogmas o herejías. Nadie vigiló o denunció a sus vecinos. Y la pandemia no condujo a pérdida de libertades ni a grandes daños psicosociales.

Aunque la pandemia de 2020 ha constituido una amenaza similar, la política, la conducta de la gente y la actitud de la opinión pública fueron diametralmente opuestas, como si contemplásemos dos civilizaciones de galaxias distintas. La estrategia de 2020 iba a apartarse inesperadamente de la senda prevista, con medidas draconianas, extremas, nunca antes experimentadas, nada respetuosas con derechos y libertades. Muy pocos países, como Suecia, siguieron la línea de siempre, con medidas básicamente voluntarias. Curiosamente, la opinión pública percibió lo contrario: que era Suecia la que se apartaba del guion. El mundo se había vuelto súbitamente del revés.

Finalmente, el virus no pareció entender de leyes o restricciones pues los contagios describieron olas similares con medidas laxas o draconianas, con mascarillas o sin ellas. Las novedosas restricciones se mostraron irrelevantes y contraproducentes, como ya advertía la sabiduría del pasado. Entonces, ¿por qué casi todos los gobiernos reaccionaron con tal exageración en 2020? En buena medida porque así evitaban ser culpados por la pandemia, transfiriendo la acusación a otros. Y aquí está la clave: en 1957 nadie hubiese culpado a los gobernantes por los fallecidos en una epidemia, hoy sí.

Una catástrofe natural, sin culpables

En Risk and Blame (1992), Mary Douglas explica que, para las sociedades tribales, premodernas, ninguna desgracia ocurría porque sí: siempre había culpables. Las muertes eran causadas por algún conjuro de brujería; los desastres por la ruptura de algún tabú. Pensaban que todas las calamidades eran evitables, fuera con un sortilegio o persiguiendo como chivos expiatorios a quienes violaron el tabú.

Al superar la magia y la brujería, la sociedad moderna comenzó a identificar ciertos fenómenos como imprevisibles e inevitables, donde no cabe ya buscar culpable. Surgen los conceptos de accidente, muerte natural o catástrofe natural, propios de la mentalidad moderna. Así, la gente identificó la pandemia de 1957 como una catástrofe natural, sin culpables.

Sin embargo, durante el último cuarto del siglo XX el pensamiento occidental sufriría una sorprendente regresión hacia concepciones premodernas, hacia una cultura de la culpa que erosionaría los conceptos de accidente o catástrofe natural. Comenzó a volver la idea de que todas las desgracias son evitables y, por tanto, culpa de quienes no hacen lo suficiente por impedirlas. Como señala Mary Douglas, «hoy consideramos cada accidente como un caso de negligencia criminal, cada enfermedad como una amenaza de enjuiciamiento. Preguntamos siempre ¿de quién es la culpa?, y después ¿cuál será la indemnización?».

Esta curiosa evolución se plasmó en la llamada revolución de los litigios, que afectó especialmente a Estados Unidos. Se dispararon las demandas judiciales por unos daños que, anteriormente, los jueces declaraban accidentales, no culposos. Surgieron los abogados «cazadores de ambulancias», apostados en los servicios de urgencia para animar a los lesionados a litigar, aunque fuera contra quien fabricó el vehículo, construyó la carretera, puso las señales, colocó carteles que distraían la atención o no advirtió del peligro de circular con nieve.

Arreciaron también las demandas por negligencia médica en muchos fallecimientos que antaño se consideraban naturales e inevitables, impulsando a muchos facultativos a adoptar la medicina defensiva, una estrategia para guardarse las espaldas ante un posible litigio. Consiste en prescribir muchas más pruebas de las necesarias, recetar medicamentos en exceso, hospitalizaciones prescindibles y, sobre todo, atenerse a protocolos muy rígidos, que permiten cubrir el expediente. El criterio del profesional acaba sustituido por meras formalidades, extremadamente costosas en tiempo y presupuesto, perjudiciales para el paciente, pero muy eficaces para una defensa legal.

Un proceso de infantilización

La novedosa cultura de la culpa forma parte de un proceso general de huida de la responsabilidad personal, de creciente infantilización de una sociedad que no acepta el infortunio, la enfermedad o la muerte. Donde abunda una personalidad que se desahoga con la queja, el pataleo o la transferencia de culpa a los demás, que ansía un mundo completamente previsible, sin incertidumbres, de riesgo cero, con muchos derechos y pocas responsabilidades.

La pandemia de 2020 golpeó a una sociedad dominada ya por estas actitudes premodernas, empujando a los gobernantes a responder con una sanidad defensiva, con medidas sobrepasadas, que no resistían un análisis coste-beneficio pero servían muy bien como coartada ante cualquier acusación. Una vez que un gobierno decreta el cierre generalizado, o la obligatoriedad de mascarillas, si los contagios aumentan, la culpa se endosa a los ciudadanos que no cumplen las normas. Si descienden, el mérito es del gobierno. Por el contrario, los pocos gobernantes que basan su estrategia en medidas voluntarias son culpados directamente de los fallecimientos aunque logren una tasa de mortalidad sensiblemente inferior.

En esta tesitura, casi todos los políticos apostaron por la estrategia más conveniente… para ellos mismos. Incluido Boris Johnson, que no resistió tamaña presión más que un par de semanas. Porque mantener una política sensata, que preserve libertades y derechos requiere hoy día unos niveles de convicción, responsabilidad y valentía tales que son prácticamente inexistentes en la clase política. Las exageradas medidas cumplen a la perfección el papel de conjuro de hechicero: ineficaces para resolver el problema, pero muy apropiadas para endosar la culpa a otros.

Escapar del presente oscurantismo implica aceptar que nadie es culpable de una enfermedad; ni las autoridades, ni la gente. Y que no es lícito perseguir o señalar a quienes deciden no vacunarse porque, aunque la vacuna resulte recomendable para los adultos, la presión y la descalificación generan una ruptura de la convivencia, una violación de derechos y una regresión hacia un asfixiante régimen de intolerancia tales, que los estragos causados a la sociedad acaban siendo muy superiores al beneficio que produciría la inoculación forzada de estas personas. Es una mera decisión personal; no la rotura de un tabú.

Este pensamiento premoderno es completamente disfuncional en una sociedad tecnológica pues la culpa acaba asignándose de manera absurda y arbitraria, diluyéndose la responsabilidad por actos conscientes y deliberados. Así, no se exigirá cuentas a los gobiernos por las graves consecuencias políticas, sociales, económicas y sanitarias que sus sobrepasadas restricciones han causado y van a causar. Al fin y al cabo, se trata de una cultura de la culpa; no de la responsabilidad.

VOZPÓPULI
(10-octubre-2021)

 

domingo, 7 de noviembre de 2021

¿Libertad de prensa? Censura en ‘El Salto Diario’

 

«Si la libertad significa algo, es el derecho
a decirle a la gente lo que no quiere oír».

 GEORGE ORWELL.
Prefacio inédito a Rebelión en la granja

 

Dicen que las primeras víctimas que se cobran las guerras son la verdad y la libertad de prensa. Desde hace un año, cuando se volvió común ver a políticos y personajes públicos invocar metáforas bélicas [1] con el fin de aleccionarnos sobre la necesidad de cerrar filas en la lucha contra la pandemia, hemos visto en efecto cómo medios de comunicación de todo perfil ideológico ofrecían una visión monocolor acerca de la crisis sanitaria, ignorando y silenciando voces y opiniones que abogaban por un abordaje diferente, secuestrando así toda posibilidad de un debate público y plural. Ahora, El Salto Diario acaba de desempeñar el papel de censor.

En los últimos meses, el médico José R. Loayssa, la jurista Paz Francés y el historiador Ariel Petruccelli han trabajado en un análisis del primer año de pandemia, desde el punto de vista científico y médico, como el político y social. El resultado ha sido el libro Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo. Los autores habían propuesto a El Salto Diario un artículo a modo de resumen de las tesis desarrolladas en el ensayo, y había sido aceptado. Un día antes de su aparición, los responsables de El Salto Diario han decidido no publicarlo. Prueba del volantazo en el último minuto es que el artículo llegó a estar publicado durante unas horas en la web de El Salto, como puede comprobarse en este enlace [2].

El libro publicado es un estudio exhaustivo, de 440 páginas, donde se pasa revista a las cuestiones más discutidas acerca del virus y la enfermedad, examinando decenas de artículos científicos; ofreciendo, además, una lectura en clave política sobre la gestión llevada a cabo por las autoridades. El artículo que los autores propusieron a El Salto Diario, «Covid-19, año uno: balance de una pesadilla autoritaria y de una gestión fracasada», síntesis del libro, ha sido rechazado por el medio arguyendo que:

1. El contenido del artículo no es compatible con la postura de El Salto.

2. Se mezcla análisis científico y opiniones políticas, siendo un formato incompatible con el del medio (¿?).

3. Se podría herir la sensibilidad de miles de personas que han perdido a seres queridos.

4. El artículo contendría «afirmaciones falsas».

En su respuesta a El Salto Diario, los autores proponían que el medio añadiera una nota afirmando no compartir lo expuesto en el artículo; aducían que entre los autores también ha habido pérdidas personales fruto de la pandemia; e instaban a El Salto a explicar cuáles serían esas «afirmaciones falsas» y por qué. En este último punto, aún no ha habido respuesta, y El Salto ha reafirmado su voluntad de no publicar el artículo.

Para quien no lo sepa, durante las primeras semanas de confinamiento, uno de los autores, el médico José R. Loayssa, publicó varios artículos en El Salto críticos con la gestión de la pandemia; y, en octubre, junto al historiador Ariel Petruccelli, escribieron un artículo donde se hacía balance de lo ocurrido hasta entonces: «Covid-19, autoritarismo e izquierda confinada», un texto que se leyó masivamente y que, al parecer, levantó ampollas entre algunos responsables de El Salto, irritando a quienes no sólo no compartían el análisis expuesto, sino que además y sobre todo niegan la posibilidad de un debate abierto, plural y polémico sobre la pandemia.

No debería sorprender que, en general así como en lo que atañe a la crisis del coronavirus, los grandes medios de comunicación secuestren la opinión pública privándola de una discusión libre, llegando incluso a la censura estricta [3]; el viejo adagio «la libertad de prensa es la libertad de los dueños de la prensa» sigue siendo igual de cierto.

Pero que un medio como El Salto Diario, nacido de los movimientos sociales como «contrapoder» y medio de «contrainformación», que está financiado en buena medida por sus socios, lleve a cabo este acto de censura, impidiendo un debate sobre la pandemia tanto más urgente precisamente por la falta de pluralidad de voces que ofrezcan otras perspectivas, amén de resultar desolador, constituye un ataque frontal a la libertad de expresión.

Desde la casa editorial responsable de la publicación del libro se ha considerado necesario hacer públicos estos hechos, y que cada cual pueda formarse su opinión al respecto.

Ediciones El Salmón
9 de mayo de 2021



 
[1] Se llegó, incluso, al punto de ver a gobernantes y científicos rodeados de militares en las comparecencias públicas.

[2] En otros sitios de internet se ha replicado el artículo, con la paradoja de no figurar los nombres de los autores y quedando, entonces, como un artículo de opinión del propio El Salto (https://towla24.com/opinion-covid-19-ano-uno-balance-de-una-pesadilla-autoritaria-y-de-una-gestion-fracasada-el-salto/).

[3] El filósofo italiano Giorgio Agamben, una de las pocas voces críticas con las autoridades por su gestión de la pandemia, recibió el encargo de Le Monde de escribir un artículo sobre la cuestión, que luego se negaron a publicar.