viernes, 2 de agosto de 2013

Una oportunidad para Isabel


Una oferta laboral real que cuesta dinero: consta de una jornada de 11 horas diarias, sin transporte ni comida por 350 euros al mes

Almudena Grandes


Es una oportunidad, le dijo su padre, una oportunidad, insistió su madre, una oportunidad, concluyó ella misma.

Hace seis años, Isabel trabajaba en una tienda de ropa de una gran cadena, en un centro comercial del Puerto de Santa María. Aquel trabajo se le daba tan bien, y le gustaba tanto, que compensaba con creces los 90 kilómetros, casi dos horas en cuatro trayectos de ida y vuelta entre Rota y El Puerto, que tenía que hacer a diario. Entonces, un buen día, empezó a oír hablar de la crisis como de un animal mitológico, un país lejano, una tormenta que apenas se insinuaba en el inmaculado horizonte de un cielo azul y veraniego. ¿Qué pasó después? Todavía no es capaz de explicárselo. Todavía no ha cumplido 30 años y ya lleva cinco en el paro.

Durante cinco años, el paro ha sido para Isabel un desierto plano e infinito, sin forma y sin relieve, un paisaje absolutamente estéril donde, por no haber, ni siquiera subsiste el espinoso esqueleto de algún matorral seco. Nada por delante, nada a los lados, nada por arriba y nada por abajo, nada. Y no será porque no lo haya intentado. Todos los supermercados, todas las oficinas, todas las tiendas y hasta las farolas de su pueblo, han dispuesto muchas veces de su nombre y su teléfono. Lo demás, que está dispuesta a hacer cualquier cosa, lo que sea, se sobreentiende. Por eso, cuando la llamaron de un hotel de Costa Ballena para ofrecerle una plaza de animadora, ni siquiera se paró a pensar que nunca había hecho nada parecido, que no tenía experiencia para entretener a un montón de niños. Era una oportunidad, así que se arregló, respiró hondo, le pidió prestado el coche a su padre y se fue a hacer la entrevista. Cuando entró en aquella oficina, seguía creyendo que estaba dispuesta a todo. Aún no sabía lo que significaba exactamente esa palabra.

Isabel es joven, atractiva, tiene buena presencia, una voz agradable, así que todo fue sobre ruedas hasta que llegó el momento de pactar las condiciones económicas del trabajo. Después, durante un rato, tampoco pasó nada, porque necesitó algún tiempo para procesar lo que estaba escuchando, y sumar, y restar, y comprender al fin qué clase de oportunidad le habían puesto entre las manos.

—Pero… Si entro a las nueve y media, y salgo a las nueve y media —recapituló en voz alta—, no puedo venir en autobús porque no me encajan los horarios.

—Ya, pero me has dicho que conduces y tienes coche.

—Sí, eso sí, pero... Claro, son doce horas…

—Once —su interlocutor seguía impertérrito, una sonrisa tan firme como si se la hubieran tatuado encima de los labios—, porque tienes una para comer.

—Claro —volvió a repetir ella—, pero en una hora, entre ir y volver... No me merece la pena comer en Rota, así que tendría que tomarme aquí un bocadillo.

—Claro —el hombre sentado al otro lado de la mesa pronunció aquella palabra por tercera vez—, o lo que quieras. Podrías traértelo de casa, porque el empleo no incluye la comida.

—Claro —y nada estuvo nunca tan oscuro—. Pero entre lo que me gasto en gasolina, en comida... —antes de llegar a una conclusión definitiva pensó que todavía le quedaba un clavo al que agarrarse—. ¿Y la Seguridad Social?

—Una hora.

—Una hora... ¿Qué?

—Te aseguramos una hora por cada día trabajado.

Isabel recapituló para sí misma. La oportunidad que le estaban ofreciendo consistía en trabajar 11 horas diarias, sin transporte y sin comida, por 350 euros al mes y una cotización 10 veces inferior a la que le correspondería. No se lo podía creer, pero todavía le quedaba una pregunta.

—Perdone, pero... ¿Esto es legal?

Su interlocutor se recostó en la butaca y se echó a reír.

—Por supuesto que sí. ¿Qué te creías?

(Esta es una historia real. Isabel existe, y la oferta de empleo que no aceptó, porque trabajar 11 horas diarias casi le habría costado dinero, existe también. Costa Ballena está en la provincia de Cádiz, a un paso de Sanlúcar de Barrameda, que mira a Doñana desde la otra orilla del río Guadalquivir. Para llegar a la ermita del Rocío desde allí, sólo hay que atravesar el Coto, y por eso tengo el gusto de dedicarle este artículo a doña Fátima Báñez, devota rociera, autora de la reforma laboral en vigor y ministra de Trabajo del Gobierno de España).

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