viernes, 1 de enero de 2016

Afectos sorprendentes

 

Hay historias que impresionan.

En Saint-Pierre de Bailleul, en el departamento francés de Eure, una gama vivió durante meses con una manada de vacas. Huía cada vez que se acercaba un hombre, pero más tarde volvía con la manada, donde fuera que ésta se encontrara. En una reserva de Kenia, una leona adoptó sucesivamente a varios jóvenes órices de El Cabo (antilopes). Lo que demuestra que en cualquier comportamiento, a priori predeterminado, siempre puede quedar algo de libertad.

Plutarco explica la siguiente anécdota:

«Un tigre, a quien se le había ofrecido una cabra joven, ayunó durante dos días sin querer tocarla; al tercer día, con un hambre devoradora, pidió su comida con tal violencia que destrozó la jaula en la que estaba encerrado, no quería atacar a la cabritilla de ningún modo.»

A finales del siglo XVIII, la casa de fieras de Schönbrunn, en Austria, se enorgullecía de poseer un tigre macho de Bengala. Unos visitantes franceses narran, en su informe del Museo de 1806, la siguiente historia:

«Habitualmente, el tigre es alimentado con carne de la carnicería, pero desde que se le declaró una enfermedad (una especie de oftalmía), se le proporcionan jóvenes animales vivos cuya sangre caliente ayuda a su curación. Hace algunas semanas, se le echó a un perro joven [...] Recuperado del primer susto, el perro se acerca y empieza a lamerle los ojos; el tigre se alivia tanto que, olvidando su pasión por la matanza, no sólo perdonó la vida al animal, sino que además le manifestó incluso su reconocimiento con caricias [...]; desde ese momento, los dos animales viven en la más perfecta intimidad, antes de tocar la comida, el tigre espera siempre que su compañero se sacie con los mejores bocados.»

Karine Lou Matignon.
Emociones animales, 2005.


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