jueves, 7 de marzo de 2019

Asesinar la esperanza

El guatemalteco Jacobo Árbenz y el chileno Salvador Allende
ambos fueron derrocados por golpes de Estado organizados
por la CIA en 1954 y en 1973, respectivamente.

Por JEAN BRICMONT

Sin embargo, el verdadero problema es mucho más profundo. Para utilizar un eufemismo, consiste en una pérdida de oportunidades para el Tercer Mundo. Hoy día el lema «otro mundo es posible» es reivindicado por los sectores críticos a la globalización económica. Pero si eso es cierto hoy ¿por qué no lo fue ayer? Intentemos imaginar un mundo así. Un mundo en el que el Congo, Cuba, Vietnam, Brasil, Chile, Iraq, Guatemala y muchos otros países hubiesen podido desarrollarse sin la constante interferencia occidental. Un mundo en el que los movimientos laicos de los países árabes hubieran continuado modernizando el Medio Oriente, sin tener que afrontar el doble obstáculo de la agresividad del sionismo «moderno» y del oscurantismo feudal, apoyados ambos por las potencias occidentales. Un mundo en el que el 'apartheid' hubiera sido erradicado mucho antes, evitando los desastres y las guerras que provocó.

Evidentemente, semejante «otro mundo» no sería un paraíso sobre la tierra. Habría sin duda guerras civiles, masacres y hambrunas. Pero Occidente tampoco es un paraíso y lo fue aún menos durante toda su etapa de modernización, con niños trabajando en las minas, semiesclavos trabajando en las colonias y decenas de millones masacrados en las dos grandes guerras civiles europeas, a las que llamamos guerras mundiales. No obstante, resulta difícil creer que la situación no sería mejor si los países del Tercer Mundo hubiesen tenido la ocasión de buscar sus propias vías de desarrollo, en lugar de estar sometidos a líderes impuestos por Occidente. Comparemos, en términos de inteligencia, humanidad y honestidad, los líderes que «ellos» produjeron y aquellos que Occidente apoyó en su contra: Árbenz y los dictadores guatemaltecos, Sukarno y Suharto, Lumumba y Mobutu, los sandinistas y Somoza, Goulart y los generales brasileños, Allende y Pinochet, Mandela y el 'apartheid', Mossadegh y el Sha, y hoy, Chávez y los golpistas venezolanos.

Podríamos también imaginar la influencia positiva que las políticas de salud pública y reforma agraria podrían haber tenido en otros países pobres si esos experimentos, no sólo en China y Cuba sino por ejemplo en Guatemala a principios de los años cincuenta, no hubieran tenido que afrontar la permanente hostilidad de Occidente. Si reflexionamos sobre eso, por más que sea imposible hacer un cálculo preciso, llegaríamos a la conclusión de que la obstrucción occidental a esas medidas progresistas no ha costado millones, sino centenares de millones de vidas destruidas por el hambre, las enfermedades y la pobreza. Para citar un ejemplo simple, en 1989 los economistas Jean Drèze y Amartya Sen calcularon que, partiendo de condiciones básicas similares, China y la India siguieron diferentes vías de desarrollo y que la diferencia entre los sistemas sociales de los dos países (especialmente en lo concerniente a la atención sanitaria) dieron como resultado 3,9 millones de muertes anuales suplementarias en la India. Eso significa que «la India genera más cadáveres cada ocho años que los que China generó durante las grandes hambrunas de 1958-1961». Por supuesto, las hambrunas chinas son atribuidas al comunismo, pero a nadie se le ocurriría atribuirle las muertes suplementarias en la India al capitalismo o a la democracia.

En 1954, Conferencia de Bandung, donde se reunieron
varios dirigentes de países del Tercer Mundo.

Permítaseme aclarar que la crítica hecha aquí es independiente de todo lo que se pueda pensar del colonialismo clásico. Éste ha sido aun más violento que el imperialismo contemporáneo. Pero indirectamente contribuyó a difundir los conocimientos médicos y científicos, así como ciertas ideas liberales y democráticas en lugares donde no se las conocía. Eso no quiere decir que tal difusión de ideas justifique las decenas de millones de muertes provocadas por el colonialismo, ni que la difusión de esos conocimientos no hubiese sido posible de otro modo. Lo que cabe especificar aquí es que la situación actual es completamente diferente. Con demasiada frecuencia las políticas de Estados Unidos han estado dirigidas contra aquellos movimientos que eran esencialmente «modernizadores»; por ejemplo, los que surgieron a partir de la Conferencia de Bandung y que sencillamente pretendían que sus sociedades se beneficiasen de las ventajas de la ciencia y, en ciertos casos, de la democracia. Conviene también decir que las políticas de presidentes elegidos democráticamente, como Allende en Chile y Árbenz en Guatemala, no eran mucho más radicales que las adoptadas por los socialdemócratas suecos a partir de 1931 o por los laboristas británicos después de 1945. Pero las primeras debieron afrontar una oposición respaldada desde el exterior mucho mayor que las segundas.

Contra estos movimientos, Occidente con frecuencia ha apoyado las tendencias más feudales y oscurantistas de las sociedades donde aquellos habían surgido, por ejemplo en Angola, Afganistán o Indochina. Finalmente, el simple hecho de que Occidente se aboque al pillaje de los recursos naturales y a apoyar a Israel al mismo tiempo que se presenta como el campeón de la modernidad y de la Ilustración, sólo sirve para desacreditar estos conceptos, especialmente en el mundo musulmán. El egoísmo y la visión a corto plazo de las políticas occidentales no hacen más que debilitar las ideas universalistas que tan fervientemente dicen defender.

(2005)

No hay comentarios: