sábado, 4 de agosto de 2007

El feminismo como sexismo


«Si no vamos en común acuerdo los hombres y las mujeres,
nunca podremos lograr que la sociedad vaya por el camino recto de la superación.
La labor ha de ser unísona. Debemos luchar (las mujeres) para que se nos respete en todos los niveles y poder luchar en todos los factores al lado del hombre.»
IGUALDAD OCAÑA

«¿Feminismo? ¡Jamás! ¡Humanismo siempre!»
FEDERICA MONTSENY

 Por Jordi Parramon

Así que ya lo sabemos: según un estudio auspiciado por el feminismo oficial hay en los hogares españoles unas seiscientas mil mujeres maltratadas, cifra que según las mismas fuentes podría elevarse a dos millones si se incluyen las que no se dan cuenta de que lo son (!?). La cifra es verosímil, ¿por qué no? Ahora bien, si alguien, invocando el principio constitucional de no discriminación por razón de sexo, o el derecho a recibir una información veraz y objetiva, o simplemente por curiosidad, desease saber cuántos son los hombres maltratados por su pareja, se encontraría ante un vacío total y absoluto: nada de nada, no hay datos. Incluso es posible que le miren como a un bicho raro, como si pidiese algo metafísicamente imposible. ¿Hombres maltratados? Aunque no lo diga de forma explícita, la propaganda feminista, repitiendo machaconamente la cantinela de las «mujeres maltratadas», ha hecho calar en la opinión pública la idea de que los hombres maltratados no son de este mundo, que no existen.

Pero haberlos, haylos. ¿O acaso ya hemos olvidado a aquellos entrañables calzonazos mortificados por la mandona de turno? Tal vez sí, pues los medios que no se ocupan de ellos y al feminismo ya le va bien que sigan ocultos. Ciertamente, el feminismo ha tejido su discurso tomando de la realidad los datos que le convenían y eliminando los que le estorbaban (como hace todo el mundo); por eso ha montado su película a base de denunciar y vituperar la misoginia ancestral, de ocultar o tergiversar las no menos ancestrales normas de cortesía y caballerosidad y, mayormente, de aplicar el (des)calificativo de «machista» a todo lo que le lleve la contraria. Si los llamados «calzonazos» les fastidian el discurso, ¿para qué se van a molestar en contarlos? Además, ellos mismos no parecen estar muy dispuestos en darse a conocer. Los hombres maltratados, encima de ser relativamente pocos, no se atreven a denunciar a su pareja por miedo a quedar en ridículo (el «calzonazos», no por casualidad, es un personaje cómico y nadie desea que le identifiquen como tal). Añádase a eso que las normas de cortesía no permiten que un caballero delate a una dama, por mucho daño que ésta le haya causado, y que las campañas para denunciar los malos tratos nunca se dirigen a ellos. Entonces, ¿qué tiene de extraño que no se les vea? En fin, están realmente en minoría y en el fondo, ya se sabe, las minorías son despreciables.

Desde luego, nadie parece darse cuenta de que esta ocultación, que casi raya en el tabú, está creando efectos perversos en el imaginario colectivo. El discurso feminista dominante ha logrado que al hablar de la violencia doméstica la gente piense automáticamente en «mujeres maltratadas», dejando incluso en muy segundo término el drama de los menores, en el que el factor diferencial no es el sexo sino la edad. De modo que los papeles quedan desde el principio muy bien definidos: ellas las víctimas y ellos los agresores, y no hay vuelta de hoja. Aunque, por si alguien no lo hubiera observado, eso entra en lo que se llama «difusión de estereotipos de conducta basados en el sexo», que, según el propio discurso feminista, es una práctica que debería evitarse en aras de la igualdad: basta con no presentar unas mismas funciones o actitudes realizadas siempre por personas del mismo sexo. Pero, al parecer, lo que es válido a la hora de fregar suelos o presidir consejos de administración no rige cuando se trata de dar o recibir tortazos: aquí cada cual tiene su papel asignado e invariable.

Lo grave es que estos estereotipos abocan directamente a la criminalización de la masculinidad: el «macho» queda siempre como el gran culpable. Se da una imagen del varón como un ser agresivo y violento, ávido de dominio, que todo lo arregla por la fuerza bruta y que se complace en abusar de los más débiles (empezando por las mujeres), y para explicar de dónde le viene esta agresividad se buscan tanto causas biológicas (se lleva en los genes) como culturales (se aprende como un código de valores dentro del propio grupo); «razones» sospechosamente parecidas a las que maneja el discurso xenófobo para «justificar» la segregación racial y étnica. Para falsearlas podríamos aducir, entre varios ejemplos, el de ciertos locales (que se anuncian en la prensa seria) donde unas señoras autoritarias de aspecto hiperfemenino se ofrecen para humillar y azotar a hombres que no ven en ello un menoscabo de su virilidad, y parece que ése es un negocio muy floreciente (se dirá, sin duda, que en esos mismos locales también se ofrecen chicas para ser azotadas: señal de que en la vida ordinaria no resulta tan fácil).

Pero las mujeres no salen mucho mejor paradas con estos estereotipos: de tanto explotar para ellas un victimismo tremebundo y lacrimógeno, el discurso feminista las hace aparecer como unas criaturas sin carácter y de cortas luces, blandengues y ñoñas, incapaces de devolver una bofetada y que necesitan del amparo perpetuo de papá Estado, de mamá Justicia y de las hermanas mayores del Movimiento Feminista para levantar cabeza. En fin, una concepción deprimente de la feminidad. ¿Habrá que considerar que el feminismo a veces también es misógino? Suponiendo que no, haría bien en no parecerlo.

Claro que el meollo del asunto es la contradicción evidente (pese a que nadie parezca haber querido percatarse) entre el discurso que estamos considerando y las ya clásicas normas para evitar el uso sexista del lenguaje, que el mismo feminismo va promulgando a bombo y platillo. Pues, ¿no habíamos quedado en que todos somos personas? ¿Y que no había que excluir a nadie por razón del sexo? Entonces, ¿por qué quienes han creado esta norma no dan ejemplo y empiezan por aplicarla a rajatabla, cualquiera que sea el asunto a tratar? ¿A qué viene usar sólo el femenino siempre que la mujer puede aparecer como víctima («maltratadas», «acosadas», «bulímicas», «anoréxicas», «prostitutas»…) y, en lógica correlación, sólo el masculino (un masculino esta vez nada genérico) para dar a entender que los hombres son, como tales, sus únicos agresores? Eso es entrar por la puerta trasera en el mismo vicio que se denuncia de cara a la galería. Pero lo peor de todo es que quienes proceden así ya no usan un simple lenguaje sexista, sino un doble lenguaje: se les puede tachar, lisa y llanamente, de hipócritas.

Si el fondo de la cuestión es éste, ¿no se podría arreglar diciendo simplemente «personas maltratadas»? En teoría claro que sí, pero eso acarrearía consecuencias imprevistas en el hilo argumental. Porque con el imaginario actual es facilísimo llegar a una conclusión: se puede echar la culpa de todo al machismo y a la sociedad patriarcal; el chivo expiatorio está servido. Pero desde el momento en que nos decidamos a hablar de «personas maltratadas» y, en consecuencia, admitamos la existencia de «calzonazos» y de «mandonas», tendremos que explicar también por qué se dan estas situaciones, y eso romperá los esquemas en los que muchos están cómodamente instalados: caeremos en la cuenta de que, efectivamente, para bien o para mal, todos somos personas, cada cual con sus virtudes y sus defectos, y de que la realidad es demasiado compleja para pintarla con trazos gruesos. El cambio de escenario nos obligará a discurrir, y eso es lo que más aterra a los dogmáticos.

El movimiento feminista dice estar por la igualdad de sexos, y ello es muy verosímil, aunque no debe creerse que tenga la exclusiva en este terreno. Sin embargo, hay una contradicción entre sus fines y sus medios: se ha construido un discurso sectario, de piñón fijo y, en el fondo, demasiado sexista, de un sexismo especialmente insidioso por cuanto viene de una dirección opuesta a la habitual y de ese modo pasa desapercibido para la opinión pública. Pero, por eso mismo, si alguien se da cuenta de dicha contradicción, tiene la obligación de avisar a tiempo a las partes interesadas para que la enmienden lo antes posible. Porque no es a base de maniqueísmos primarios propios de un parte de guerra como vamos a avanzar hacia la plena igualdad social.

Revista Archipiélago, número 44.
NOVIEMBRE/DICIEMBRE 2000

10 comentarios:

Lilith dijo...

Me parece increible este artículo. Porque el autor sí que mezcla conceptos y pone en el mismo saco actuaciones que son completamente diferentes.

Yo nunca me he definido a mí misma como feminista, los derechos han de ser de todos, hombre y mujeres, de cualquier edad, por eso no tiene sentido reclamar algo para un sexo o una raza o un colectivo. Pero de ahí a aceptar algunas de las cosas que dice este señor.

Por ejemplo, ¿"calzonazos"? Qué significa es palabra. ¿No pretenderá el Sr. Parramon equiparar a un hombre que en su relación permite que sea la mujer la que siempre diga lo que hay que hacer -algo nada sano en una pareja desde luego, da igual quién ejerza el poder- con que una mujer sea asesinada por su marido o ex-marido?

Una persona asesinada por su pareja no tiene nada que ver con un "calzonazos" y, por supuesto que hay hombres maltratados, maltrato violento, pero desde luego, las cifras son mucho menores y eso, no es algo que el "feminismo oficial", como el autor lo denomina, tenga como orgullo, sino más bien, es un hecho que todos, hombres y mujeres deberíamos intentar que desapareciera.

Lo que sí es cierto y en eso le doy la razón, es que el lenguaje terguiversa la realidad y nos hace pensar de manera parcial. Deberiamos hablar de violencia y punto, no violencia de género o violencia en el ámbito doméstico, y por tanto, alguien que agrede a otra persona merece el mismo castigo, sin que pueda ampararse en "la maté porque era mía" o "señora, cómo va a denunciar al padre de sus hijos, aguante".

La violencia es violencia, el maltrato es maltrato y "las mandonas" y "los calzonazos" son otra cosa, Sr. Parramon.

Radowitzky dijo...

Es cierto que el autor mezcla mucho las churras con las merinas y, por otra parte, la forma en que habla del feminismo como si fuese un lobby que controla el mundo y que se encarga de perseguir a los hombres me parece bastante paranoica. Pero, por otro lado, sí que menciona cosas interesantes... es cierto que cuando se habla de malos tratos, de violencia doméstica y de muertes por violencia de género automáticamente se atribuye al hombre el papel de agresor y a la mujer el de víctima, cuando hay de todo.

Echad un vistazo a este comentario que dejó un usuario de menéame.net (Wendigo), sobre todo fijaros en el documento pdf titulado "Anuario Estadístico del Ministerio del Interior 2005". Entre las páginas 305 y 322 tenéis las cifras de mujeres y hombres "víctimas de malos tratos por su cónyuge y análogo" y de mujeres y hombres "muertos en el ámbito familiar", durante los años 2001 a 2005.

Las cifras no son tan desproporcionadas entre un sexo y otro, como podríamos deducir de las "informaciones" que dan los medios de comunicación. Por ejemplo, en 2005, tendríamos como víctimas de malos tratos por el cónyuge o análogo a 59758 mujeres (pág 310) y a 23711 hombres (pág 316), mientras que si hablamos de personas muertas en el ámbito familiar, en el mismo año 2005 tenemos a 71 mujeres muertas (pág 313) y a 56 hombres muertos (pág 322).

Resumiendo, la "violencia de género" contra los hombres existe y no es para nada anecdótica. No creo en conspiraciones feministas, pero sí creo en legisladores incompetentes y oportunistas y en medios de comunicación que se obsesionan con unos temas y se callan otros. Pero, con todo ésto, nos han colado una ley de violencia de género según la cual si un hombre pega a una mujer se considera delito y se paga con penas de prisión, y si la mujer pega al hombre se considera falta cuya pena es el pago de una multa. Adiós artículo 14 de la Constitución, ese que dice "Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social".

Radowitzky dijo...

Se me olvidaba, lo de este hombre aludiendo a "calzonazos" y mandonas" no hay por donde cogerlo.

KRATES dijo...

No he creído nunca en la desigualdad que implica una sociedad estatalista, y semejantes; pero tampoco creo en una supuesta "guerra" entre los sexos.

No veo fuera de lugar los conceptos "mandona" y "calzonazos" del texto. Es mäs bien, una exageración, con mucho ápice de realidad, de unos hechos con verdadera consistencia.
EL porcentaje mayoritario de mujeres maltratadas y agredidas, que no debe minusvalorar todo lo contrario, no debe determinar que exista una "guerra a muerte" o parecido entre feministas y varones. La violencia de género es condenable y sin justificación masculina. Pero el hecho de no reconocer el abuso y el maltrato que padecen muchos hombres, por parte de sus mujeres (las hembras) es dejar de lado una realidad.

Anónimo dijo...

Hola a todos. Me parecio muy interesante este articulo y queria aportar mi opinion.
En concreto sobre los terminos "calzonazos" y "mandona".
El hecho es que las palabras ya de por si son comicas y por eso se toman a risa y ahi radica el problema.
En mi opinion, la persona denominada "mandona" puede ser perfectamente una maltratadora y el "calzonazos" un maltratado.
Pongamos por caso la señora que maneja a su antojo al marido y le impone su modo de vida. Hoy vamos a ver a mi madre, mañana vamos de compras, aqui no se ve futbol...son
frases por todos conocidos y que a todos nos hace pensar en unmarido obediente y cabizbajo. Estoy seguro que ante tal "escena" la gente esboza una sonrisa y piensa: Calzonazos.
Ahora señores mios, inviertan los papeles, y donde esta la mandona ponemos a un hombre y donde el calzonazos a una mujer. Estoy seguro que en muchos de nuestras cabezas pasaria lo de "maltrato psicologico", que ees algo muy utilizado en el mundo del feminismo. En este caso nadie reiria.
Lo que vengo a explicar y no se si me explique bien, es que creo que esta claro que la mujer sufre mucho mas la violencia en el hogar que el hombre, pero de ahi a acaparar toda la atencion de los medios hay mucho.La manera de llegar a la igualdad, como pone en el texto, no es el feminismo, sino el humanismo.
Ya sabemos que el "feminismo" no es la version femenina del "machismo" pero os aseguro que eso hay mucha gente que no le queda claro y en parte por ciertas mujeres que estan dentro de este movimiento y que creo quelo unico que hacen es frenar la igualdad entre generos. Y una manera practica, aunque parezca una tonteria, de solucionarlo seeria cambiar el termino "feminismo" por "humanismo".

Gracias por leer el toston!!
Saludos

Radowitzky dijo...

Saludos, bienvenido a este blog. Tú mismo (¿o misma?) lo dices, al final todo ésto es cuestión de los medios de comunicación. Creo que estoy de acuerdo con todo lo que has dicho.

Anónimo dijo...

Salu2. Este tema da mucho juego, pero a su vez es muy serio. Las cifras del maltrato a mujeres son escalofriantes, nunca creí que fueran tantas, 600.000, pero la de hombres es aún más escalofriante 0?. Es verdad que los medios dejan de lado este tema.

Humanismo es un término muy bueno la verdad, pero ahora que la gente se ha acostumbrado ha feminismo ya cambiarlo es complicado, ahora bien es cierto que crea confusión, y eso por falta de conocimiento sobre el tema, pero la palabra es lo de menos, lo importante es el concepto.

Hay leyes que a uno le hacen reír, por no llorar, lo de hombre maltrata delito, mujer maltrata falta es un ejemplo claro de discriminación. No entiendo en que se basaron los que la hicieron, que significa para ellos la igualdad. Otra cosa que me molestó es un gobierno formado por el 50% de cada sexo. Eso no fomenta la igualdad, la destruye. Un puesto debe ocuparlo el que este mejor cualificado para realizar ese trabajo sea hombre, mujer o alien. Así pues si lo lógico fuera tener un 90% de ministras, se tendrían y punto. Lo importante no es de que sexo es la persona que ocupa el puesto sino, como lo hace. De todos modos no confío mucho en la política.

Me hace gracia ver como muchas mujeres se alegran de ver como otra alcanza un puesto importante, como si fuera un logro suyo, (es cierto que el pasado machista invita a ello), pero el logro de esa ministra(por ejemplo) es suyo, como persona, no de las mujeres. Entiendo que en su pasado a lo mejor ellas lo veían imposible, y de ahí a que lo comenten, pero yo con 22 años he sido educado de otra forma y no me sorprende el hecho lo más mínimo.

Muchas mujeres ven la lucha contra el machismo como algo exclusivo de ellas (aunque son las principales afectadas, este es un movimiento social apoyado por ambos sexos).

Otros ejemplos, quien conduce mejor ellas, ellos, etc... así con un montón de temas que salen en la tele, cuando la cuestión es TÚ (hombre o mujer) como conduces, bien, mal, no conduces etc... eso es lo que realmente te debería importar. (Si fuera con rubios y morenos se vería lo ridículo que resulta).

En resumen para mí la igualdad reside en el hecho de la aceptación del individuo, como tal, lo importante es quien logra su meta, no que sexo o raza tiene. Porque seguro que no veis por ahí, una noticia, que diga que tal es el primer presidente rubio de tal país. No porque no interesa (y porque los rubios no fueron discriminados), por eso hay que dejar de lado las discriminaciones del pasado y empezar a valorar a las personas como lo que son, individuos.

No obstante esto es dificil al convivir varias generaciones educadas de forma distinta, pero todo se puede lograr.

Perdon por la extensión y hasta otra.

Radowitzky dijo...

No hay nada que perdonar, bienvenido a este blog...

Muy interesante tu comentario y, en mi opinión, muy acertado. Tienes razón, esa manía de enfrentar a las personas por motivos de sexo o raza es tan estúpido como enfrentarlas en función de su color de pelo... O, por el contrario, considerar los logros del colectivo que nos interesa como si fueran logros propios.

Hay que ver el juego que está dando este artículo, la verdad es que los comentarios están siendo lo más interesante.

Marina dijo...

Se considera habitualmente que la principal diferencia entre las personas es el sexo. Pero tanto hombres como mujeres tenemos ambos aspectos, viriles y femeninos, en cuanto a valores, formas de actuar, carácter, gustos, etc. Existe en hombres y en mujeres la ostentación de poder, el espíritu arremetedor, el considerar que el fin justifica a los medios, la violencia, la competencia. Y, lamentablemente, quien obra de acuerdo a estas premisas, es socialmente valorado. Se considera superior a un empresario que escala posiciones de poder, que a una madre que dedica su vida a criar niños sin esperar remuneración ni reconocimiento alguno por ello. Esto es extremadamente absurdo.
La sociedad y la Naturaleza necesitan de esa vuelta a los valores femeninos, equilibrándolos con los viriles. El espíritu guerrero es necesario en ciertas situaciones, y el espíritu compasivo es el que sostiene a la sociedad y protege a la Naturaleza. El cambio real no reside en que las mujeres hagan los mismos desastres que han estado haciendo los hombres, sino que tanto mujeres como hombres puedan actuar sensiblemente. Sólo en caso de que esto ocurriera, se acabarían todas las formas de discriminación. La sociedad sería más maternal, y, como una madre, acogería a todos sus hijos, al feo, al chueco, al tontito, al rebelde, al loquito…

Emmanuel Goldstein dijo...

El problema del feminismo extremo, del que cae en la misandria (lo opuesto a misogínia) es cuando empieza a discriminar al sexo opuesto (feminismo misándrico) haciéndole pasar las peores cuando le achaca siglos y siglos de "maltrato" y poniendo a toda la cuestión de quidad de género al servicio únicamente de las mujeres. Ya estamos viendo los primeros estragos resultado de la discriminación positiva y se afectan los derechos legales de los hombres y se benefician los de las mujeres. Ese es el verdadero problema.