viernes, 13 de julio de 2018

Poder mirarla a la cara


«El anuncio de la ministra de Justicia sobre las exhumaciones y las sentencias del franquismo es aún un anuncio, pero es también, sin duda, un paso imprescindible para poder mirar a miles de hombres y miles de mujeres como ellos a la cara».

Por OLIVIA CARBALLAR

Adelia Hermoso lleva años sin faltar a un solo acto sobre memoria histórica. Ella busca a Baldomero Durán, el primer marido de su madre, Beatriz. Antonio Narváez lleva desde los tres años sin su madre y sin su padre, ambos asesinados en 1936. Ascensión Mendieta consiguió enterrar a su padre sola, sin ayuda del Estado, casi 80 años después.

El anuncio de la ministra de Justicia, Dolores Delgado —asumir el deber del Estado de exhumar las fosas del franquismo, ilegalizar todas aquellas organizaciones que hagan apología del franquismo y declarar nulas las sentencias del franquismo— es aún un anuncio, pero es también, sin duda, un paso imprescindible para poder mirar a miles de hombres y miles de mujeres como ellos a la cara.

«No puede ser que personas con más de 90 años se desesperen intentando recuperar los restos de sus padres ante la negativa de un juez o la arbitrariedad de un ayuntamiento», ha dicho la ministra de Justicia. «Ha sido el día más feliz de mi vida», dijo Antonio Narváez cuando declaró en la causa de la querella argentina, que investiga los crímenes del franquismo al otro lado del Atlántico. Había contado esto:
«A mi padre lo mataron luchando por la libertad. Ya habían dado el golpe de Estado, dos días después, el 20 de julio del 36. Era un hombre que sabía leer y escribir y por eso mayormente lo tenían entre ceja y ceja. Ese día, él iba andando por la calle y salió un tiro de una reja. No estaban luchando ni nada. Lo hirieron, lo llevaron al hospital y al otro día al cementerio. Como todavía no habían empezado las matanzas, lo metieron en un nicho. Luego lo sacaron y lo echaron en una fosa común. Tres o cuatro semanas después, a mi madre, después de raparla junto a su madre y otra hermana, la sacaron de la cama y le dijeron que la llevaban a dar un paseo. Mi hermano, de cinco años —ya fallecido— y yo, de tres, estábamos dormidos».
Nunca más la volvió a ver: «No me acuerdo de su cara, pero jamás la he olvidado y quiero darles a los dos un entierro digno». ¿Es esto acaso reabrir heridas? ¿Es esto acaso una venganza? No, es una obligación del Estado, una necesidad de la democracia.

12 julio 2018

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