Fernando González-Sitges
Un ruido a su espalda le hizo girarse. Algo andaba por aquel bosque de Fanjin. De detrás de un tronco grueso cubierto de líquenes y musgos surgió una criatura desconcertante que se irguió sobre sus cuartos traseros y se paró mirándolo con intensidad.
Era un ser extraño y peludo, con el aspecto de un mono pero con una cara humanoide chata y de color azul. Su pelo, largo e hirsuto, le caía por la espalda en una gruesa capa de color dorado. Y su mirada inteligente analizaba al forastero con minuciosidad. Detrás de él surgieron varias caras más. Todo un grupo de aquellos seres lo miraban. Entonces, la primera de las criaturas frunció su labio superior y mostró unos desconcertantes y aguzados colmillos. Echó a correr ladera abajo. Estaba convencido de haber tenido un encuentro cara a cara con un yeti y su familia. O con unos demonios de los bosques. Lo que no podía imaginar era que había tenido la fortuna de encontrarse con un grupo de los escasos monos dorados.
A pesar de que China está en boca de todos desde hace años y de que cuenta con un patrimonio natural extraordinario, nadie, ni siquiera los chinos, parece conocerlo. Y hablamos de un país que cuenta con las mayores montañas de la Tierra, el mayor desierto de arena del mundo, el desierto más boreal de cuantos existen —y el más frío— y la zona cárstica más extensa del planeta. En su interior viven un octavo de todas las especies de mamíferos del planeta, más de 1.300 especies de aves, 2.200 de peces de agua dulce y cerca de 33.000 referencias botánicas, lo que convierte a China en el tercer país más rico en plantas del mundo tras Brasil y Malasia.
El hermetismo del Gobierno chino, temeroso de la imagen negativa que le pueden dar aspectos como la contaminación de sus aguas, el envenenamiento del aire de sus ciudades, la destrucción del paisaje en aras del desarrollo o el tráfico de especies para su medicina tradicional, ha hecho de su naturaleza una desconocida. Miles de especies pueblan sus selvas, bosques, desiertos y montañas sin que los occidentales ni los chinos las conozcan. Y no hablamos solo de animales pequeños. En China hay elefantes, tigres, leopardos, osos... y animales cuyo nombre dejaría indiferente a la mayoría, pero que suponen auténticas joyas dentro de la zoología. Este es el caso del takin, un animal que parece una mezcla de ñu, yak y carnero, cuyo pelo largo y dorado dio lugar a una leyenda oriental similar a la del vellocino de oro de Jasón y los argonautas. O de la salamandra gigante china, el anfibio más grande del mundo.
La medicina china consume todo o algunas de las partes de muchos de estos animales, las reservas y los santuarios no cuentan con recursos como para luchar contra los furtivos y las infraestructuras en muchos de estos santuarios brillan por su ausencia. El Gobierno chino está empezando a poner en práctica importantes proyectos de conservación, pero no hay investigadores de campo ni zoólogos que trabajen sobre el terreno. Y estamos hablando de un territorio salvaje de cinco millones de kilómetros cuadrados. Nadie puede asegurar qué hay en ellos pero seguro que quedan cientos de especies por descubrir.
En China hay monos de aspecto tan desconcertante que son responsables, en parte, de muchos 'avistamientos' del yeti, la criatura a la que los tibetanos del Himalaya llaman Migou. Uno de ellos es el mono dorado. Un duende de 3.500 años. En los dibujos y en las cerámicas chinas del 1500 antes de Cristo ya se representaba lo que los primeros occidentales denominaron «un duende de nariz respingona». Ese animal no era otro que el langur chato dorado o mono dorado.
Fue bautizado Rhinopithecus roxellana en honor a una amante del sultán Solimán II que tenía la nariz respingona. Aunque su rostro circula por Internet por su similitud con la nariz de Michael Jackson. El dorado es el único mono habituado a la nieve. Aunque no está claro por qué tiene el hocico plano, una explicación es que evolucionó para combatir el frío extremo: una nariz carnosa, expuesta y sin pelo podría congelarse.
Terror de las termitas, el pangolín chino beneficia al hombre: consume hasta 70 millones de termitas al año. Aun así, está en extinción: su carne se considera un plato delicioso y la medicina tradicional china 'receta' sus escamas.
Una especie única, el panda rojo (hun-ho, 'zorro de fuego') fue incluido por error primero en la familia de los mapaches y luego en la de los osos. Tras estudiar su ADN, los expertos lo enclavaron en una familia diferente y única: Ailuridae.
Si parpadea, se la pierde, la pantera nebulosa es quizá el felino más difícil de observar. Su vida en las selvas más impenetrables, su actividad arborícola y sus hábitos nocturnos la han convertido en un fantasma de las junglas chinas. Entre sus singularidades: sus colmillos, los más largos en relación a su tamaño entre todos los felinos.
Una de las rarezas más espectaculares: la salamandra china gigante, el anfibio más grande del mundo. De casi dos metros de largo, es completamente inofensiva para el hombre. Está en peligro de extinción por la contaminación de los ríos y su utilización en la medicina tradicional china.
El más vistoso, el faisán dorado fue la primera ave ornamental traída a Europa desde China, en el siglo XVIII. Es una de las decenas de especies de faisanes de los bosques de China y una de las pocas detalladamente conocidas.
En las estepas del Tíbet vive el chiru o antílope tibetano. Hace 50 años quedaban un millón de ejemplares; hoy, menos de 75.000. La causa: la lana extraordinaria que esconden bajo el pelo, mucho más suave y tan fina que solo los artesanos de Cachemira saben trabajarla y elaborar los carísimos shahtoosh, un tipo de chal para el que hay que sacrificar entre tres y cinco chirus.
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