lunes, 23 de abril de 2012

¿Qué tienen que ver con Polonia las clases trabajadoras? *

http://www.marxists.org/archive/marx/works/1866/03/24.htm7

Engels escribió estos artículos, a petición de Marx después de la polémica desarrollada en la conferencia de 1865 en Londres de la Internacional en relación a la inclusión de una demanda por la independencia de Polonia en el próximo Congreso de Ginebra. Con el fin de fundamentar la posición del Comité Central en la "cuestión de las nacionalidades", era necesario para hacer frente a: 1) los proudhonianos que sostenían que la política y los movimientos de liberación nacional no tienen nada que ver con la clase obrera, de hecho, la desviaba de problemas reales de la clase obrera; y 2) revelar la esencia demagógica de la llamada "principio de las nacionalidades" que ayudó a los bonapartistas hacer uso de los movimientos nacionales para sus propios fines políticos. (De las Collected Works.)


EMANCIPACIÓN PROLETARIA INTERNACIONAL

LOS NACIONALISMOS CONTRA EL PROLETARIADO
(págs. 100-110)

Carlos Marx y Federico Engels


http://www.edicionesespartaco.com/


I

Señor: Cuando las clases trabajadoras comenzaron a tomar parte en movimientos políticos, desde el principio expresaron con pocas palabras el sentido de su política exterior: restablecimiento de Polonia. Ése fue el caso del movimiento Cartista, mientras existió; ése fue el caso de los trabajadores franceses mucho antes de 1848, así como en ese año memorable, cuando avanzaron sobre la Asamblea nacional, el 15 de mayo, al grito de ¡Vive la Pologne! Así fue en Alemania, cuando en 1848 y 1849 los órganos de la clase trabajadora exigieron la guerra contra Rusia por la restauración de Polonia. Así es aún ahora; los trabajadores de Europa, con una excepción –sobre la que volveremos enseguida- declaran que la restauración de Polonia es uña y carne de su programa político, como la expresión más amplia de su política exterior. La clase media ha tenido y tiene, también, “simpatía” por los polacos; lo que no le ha impedido dejar a los polacos en la estacada en 1831, en 1846, y en 1863. Ni siquiera les ha impedido dejar que los peores enemigos de Polonia, como Lord Palmerston, actuasen de manera que ayudaban efectivamente a Rusia mientras hablaban en favor de Polonia. Pero las clases trabajadoras son diferentes. Quieren la intervención, no la no-intervención: quieren la guerra con Rusia en tanto Rusia se entrometa con Polonia; y lo han probado cada vez que los polacos se levantaron contra sus opresores. La Asociación Internacional de Trabajadores ha dado recientemente expresión más concreta a este sentimiento instintivo universal del cuerpo que dice representar, inscribiendo en su bandera: “Resistencia a la intrusión rusa en Europa. Rehabilitación de Polonia”.

Este programa de la política exterior de los trabajadores de Europa occidental y central ha tenido el beneplácito unánime de la clase a la que estaba dirigido, con una excepción, como dijimos antes. Hay entre los trabajadores de Francia una minoría pequeña que pertenece a la escuela del fallecido P. J. Proudhon. Esta escuela difiere en todo de la generalidad de los trabajadores progresistas y reflexivos: los declara tontos ignorantes, y sostiene opiniones diferentes a las suyas sobre casi todas las cosas. También respecto de su política exterior. Los proudhonistas, al juzgar a Polonia, llegan al veredicto de “se lo merece”. Consideran a Rusia como la tierra del futuro, como la nación más progresista de la tierra, con la que no puede compararse un país miserable como los Estados Unidos. Han acusado al Consejo de la Asociación Internacional de establecer el principio bonapartista de las nacionalidades, y que el declarar a la magnánima Rusia fuera del seno de la Europa civilizada, constituye un pecado atroz contra los principios de democracia universal y de fraternidad de las naciones. Estas son las acusaciones. Aun sin considerar su fraseología democrática que llega al límite, ellos coinciden, como se verá enseguida, con lo que dice de Polonia y Rusia la extrema derecha de todos los países. No vale la pena refutar estas acusaciones; pero como vienen de una parte de las clases trabajadoras, aunque tan pequeña, puede ser conveniente mostrar otra vez el pleito de Polonia y Rusia, y vindicar lo que podemos llamar en adelante la política exterior de los trabajadores unidos de Europa.

¿Pero por qué citamos siempre sólo a Rusia respecto de Polonia? ¿No participaron del pillaje dos potencias alemanas, Austria y Prusia? ¿No tienen ellas también cautivas partes de Polonia, y no trabajan junto a Rusia para impedir los movimientos nacionales polacos?

Es sabido cómo ha luchado Austria para no intervenir en el asunto polaco; durante cuánto tiempo se opuso a los planes divisionistas de Rusia y Prusia. Polonia era el aliado natural de Austria contra Rusia. Cuando Rusia llegó a ser temible, nada podía interesar más a Austria que mantener a Polonia viva entre ella y el imperio naciente. Sólo cuando Austria vio que la suerte de Polonia estaba sellada, que con ella o sin ella las otras dos potencias estaban decididas a aniquilarla, sólo entonces y en defensa propia fue a por una parte de su territorio. Pero ya en 1815 estuvo por la rehabilitación de una Polonia independiente; en 1831 y en 1863 estaba dispuesta a ir a la guerra por eso, y a entregar su parte de Polonia si Inglaterra y Francia se le unían. Lo mismo durante la guerra de Crimea. Con esto no se quiere justificar la política general del gobierno austriaco. Austria ha demostrado con suficiente frecuencia que el oprimir a una nación más débil resulta agradable a sus gobernantes. Pero en el caso de Polonia el instinto de conservación era más fuerte que el deseo de más territorio o que las costumbres del gobierno. Y con esto Austria sale por ahora de la escena.

En cuanto a Prusia, su parte de Polonia es muy poca para pesar en la balanza. Su amiga y aliada, Rusia, ha actuado para descargarla de nueve décimos de lo que había conseguido en tres repartos anteriores. Pero lo poco que le queda le pesa como un íncubo. La ha atado al carro triunfal de Rusia, ha permitido a su gobierno, aún en 1863 y 1864, quebrantar la ley en la Polonia prusiana, infringir las libertades individuales, de derecho de reunión, de libertad de prensa, lo que le sucedería pronto al resto del país; ha falseado el movimiento liberal de la clase media, que por miedo de perder unos cuantos kilómetros cuadra- dos de tierra en la frontera oriental, permitió al gobierno desconocer la ley en cuanto se trataba de los polacos. Los trabajadores de toda Alemania, no solamente de Prusia, tienen más interés que los de otros países en la rehabilitación de Polonia, y en cada movimiento revolucionario han mostrado que lo saben. La rehabilitación de Polonia es para ellos la emancipación de su país del vasallaje ruso. Y creemos que esto también elimina a Prusia de la escena. Cuando las clases trabajadoras de Rusia (si existe una cosa así en ese país, como se la entiende en Europa occidental) elaboren un programa político, y en ese programa esté la liberación de Polonia, entonces, pero no antes, Rusia como nación quedará también fuera de la escena y sólo el gobierno del zar será el acusado.


II

Señor: se dice que exigir la independencia de Polonia es aceptar el “principio de las nacionalidades” y que el principio de las nacionalidades es un invento bonapartista fabricado para apuntalar el despotismo napoleónico en Francia. Ahora bien ¿qué es el principio de las nacionalidades?

En los tratados de 1815 se fijaron los límites de los distintos Estados europeos para satisfacer la conveniencia diplomática, y en especial la de la potencia continental más fuerte, es decir, Rusia. No se tuvieron en cuenta los deseos, los intereses o las características nacionales de las poblaciones. Así se dividió a Polonia, se dividió a Alemania, se dividió a Italia, para no hablar de las naciones más pequeñas del Sudeste de Europa, de las que poca gente sabía algo entonces. La consecuencia fue que para Polonia, Alemania e Italia, el primer paso de cada movimiento político era intentar restablecer la unidad nacional sin la que la vida nacional era sólo un fantasma. Y cuando después de la eliminación de los intentos revolucionarios de Italia y España, 1821-23**, y otra vez después de la revolución de julio de 1830, en Francia, se pusieron en contacto los políticos de la mayor parte de la Europa civilizada e intentaron preparar un programa común, la liberación y la unificación de las naciones oprimidas y divididas fue el santo y seña. Y así otra vez en 1848 aumentó en uno el número de las naciones oprimidas, esto es, Hungría. No podía haber dudas sobre el derecho de cada una de las grandes subdivisiones nacionales de Europa a obrar así, independientemente de sus vecinos, en todas las cuestiones internas, mientras no afectase la libertad de las demás. Este derecho era en realidad una de las condiciones fundamentales de la libertad interna de todos. Por ejemplo, ¿cómo podía Alemania aspirar a la libertad y a la unidad si ayudaba a Austria a mantener subyugada a Italia, directamente o mediante sus vasallos? ¡Pero si la primera condición para la unificación de Alemania es la disolución de la monarquía austriaca! Este derecho de las grandes subdivisiones de Europa a la independencia política, reconocido por la democracia europea, no podía dejar de ser reconocido especialmente por las clases trabajadoras. En realidad no era más que reconocer a otros grupos nacionales de indudable vitalidad el derecho a la existencia nacional independiente que reclamaban para sí los trabajadores de cada país. Pero este reconocimiento y esta simpatía para con estas aspiraciones nacionales estaban limitados a las grandes naciones europeas bien definidas históricamente; ellas eran Italia, Polonia, Alemania, Hungría. Francia, España, Inglaterra, Escandinavia, no estaban divididas ni bajo control extranjero, y por consiguiente no estaban demasiado interesadas en la cuestión. A Rusia podía describírsela tan sólo como la detentadora de una cantidad enorme de propiedad robada, que tendría que desembolsar cuando se ajustasen cuentas.

Después del coup d’état de 1851, Luis Napoleón, el emperador “por la gracia de Dios y la voluntad nacional”, tuvo que buscar un nombre popular y democratizado que sonase bien para su política exterior. ¿Qué mejor que poner en sus banderas el lema del “principio de las nacionalidades”? Cada nación, árbitro de su propia suerte. Cualquier pedazo suelto de cualquier nación podría unirse a su madre patria. ¿Qué podía ser más liberal? Pero, fíjense que ya no se trata de naciones sino de nacionalidades.

No hay país en Europa que no tenga distintas nacionalidades bajo su gobierno. Los montañeses gaélicos y los galeses son indudablemente de distinta nacionalidad que los ingleses, aunque nadie llamaría naciones a los restos de estos pueblos del pasado, como tampoco a los célticos de la Bretaña francesa. Además, ninguna frontera coincide con el lazo natural de la nacionalidad, el idioma. Hay mucha gente fuera de Francia cuya lengua madre es el francés, así como hay mucha de habla alemana fuera de Alemania; y con seguridad esto sucederá siempre. Es consecuencia natural de la evolución histórica confusa y lenta por la que ha pasado Europa en los últimos mil años, el hecho que casi todas las grandes naciones hayan perdido algunos pedazos de su cuerpo, separados de la vida nacional, y en la mayor parte de los casos participado de la vida nacional de otro pueblo, de manera tal que ahora no quieren reincorporarse. Los alemanes de Suiza y Alsacia no quieren reincorporarse a Alemania, como tampoco los franceses de Suiza y Bélgica no quieren unirse políticamente a Francia. Por otra parte, resulta una ventaja el hecho de que distintas naciones constituidas políticamente, cuenten con elementos extranjeros que hacen de eslabones con sus vecinos y que alteran la monotonía que supone la uniformidad del carácter nacional.

Aquí vemos la diferencia entre el “principio de nacionalidades” y el viejo credo de la democracia y de la clase trabajadora del derecho de las grandes naciones europeas a separarse y gozar de una existencia independiente. El “principio de nacionalidades” deja de lado la gran cuestión del derecho a la existencia nacional de los pueblos históricos de Europa, y si no lo hace, lo confunde. El principio de nacionalidades origina dos clases de problemas; primero, problemas de límites entre estos grandes pueblos de la historia; segundo, problemas sobre los derechos a la existencia nacional independiente de esas reliquias de pueblos numerosas y pequeñas, que después de haber estado en el escenario histórico, fueron absorbidas por una u otra de las naciones poderosas cuya fuerza les permitía vencer obstáculos más grandes. Lo significativo de Europa, la fuerza de un pueblo no es nada para el principio de nacionalidades; ante él los rumanos de Valaquia, que nunca tuvieron historia, ni la energía para tenerla, son tan importantes como los italianos que tienen una historia de dos mil años y una fuerza nacional constante; los de Gales y la isla de Man tendrían si lo quisiesen igual derecho a la existencia política independiente, por absurdo que fuese, que los ingleses. Todo el asunto es algo absurdo presentado con aspecto popular para engañar a los pueblos y para usarlo como haga falta o para dejarlo de lado si no conviene.

Por superficial que parezca, hacía falta una cabeza mejor que la de Luis Napoleón para inventarlo. El principio de las nacionalidades, lejos de ser una invención bonapartista para favorecer la resurrección de Polonia, no es sino una invención rusa fabricada para destruir a Polonia. Rusia ha absorbido la mayor parte de la antigua Polonia con el argumento —como veremos— del principio de nacionalidades. La idea tiene más de cien años y Rusia la usa ahora a diario. ¿Qué es el paneslavismo sino la aplicación por parte de Rusia y en favor de Rusia del principio de las nacionalidades, a los serbios, croatas, rutenos, eslovacos, checos y otros restos de viejos pueblos eslavos de Turquía, Hungría y Alemania? En este mismo momento el gobierno ruso tiene agentes entre los lapones del norte de Noruega y Suecia, tratando de crear la idea entre estos salvajes nómadas, de una “gran nacionalidad finesa”, que se rehabilitará en el extremo norte de Europa, con protección rusa, claro está. El “grito de angustia” de los lapones oprimidos suena muy fuerte según los rusos —pero no según estos nómadas oprimidos— y en realidad es una opresión intolerable querer que estos pobres lapones aprendan los idiomas civilizados de los noruegos o los suecos, en vez de concretarse al suyo, bárbaro y medio esquimal. El principio de nacionalidades podía inventarse en Europa oriental sólo y, verdaderamente, por donde pasó una y otra vez la marea de las invasiones asiáticas durante mil años, y dejó en las orillas esos montones de ruinas mixtas de naciones que los etnólogos todavía no han podido distinguir bien, en las que viven mezclados en confusión interminable el turco, el magiar finés, el rumano, el judío y una docena de tribus eslavas. Este era el lugar para el principio de las nacionalidades, y enseguida veremos lo que hizo Rusia, a través del ejemplo polaco.


III

La doctrina de las nacionalidades aplicada a Polonia

Polonia, como casi todos los países europeos, está habitada por gente de diferentes nacionalidades. La masa de la población, el centro de su fuerza, son sin duda los propios polacos, que hablan el idioma polaco. Pero desde 1390 la Polonia propiamente dicha está unida al Gran Ducado de Lituania que formó, hasta la división última de 1794, parte de la República Polaca. Este Gran Ducado de Lituania estaba habitado por una gran variedad de razas. Las provincias del Norte, sobre el Báltico, eran de los lituanos propiamente dichos, un pueblo que hablaba un idioma distinto del de sus vecinos eslavos; estos últimos fueron conquistados, en su mayor parte, por inmigrantes alemanes, que a su vez encontraron difícil sostenerse frente a los Grandes Duques lituanos. Más al Sur y al Este del reino de Polonia actual, estaban los rusos blancos, que hablaban un idioma entre el polaco y el ruso, pero más parecido a este último; y, finalmente, las provincias del Sur estaban habitadas por los llamados pequeños rusos, cuyo idioma está considerado por los expertos como completamente diferente del gran ruso (el que llamamos simplemente ruso). Así vemos que los que dicen que exigir la rehabilitación de Polonia es recurrir al principio de nacionalidades no saben de qué están hablando, porque la rehabilitación de Polonia significa el restablecimiento de un estado formado por cuatro nacionalidades diferentes, por lo menos.

¿Dónde estaba Rusia cuando se formaba el estado polaco mediante la unión con Lituania? Bajo la bota del conquistador mongol, a quien los polacos junto con los alemanes habían devuelto al Este del Dnieper 150 años antes. Fue una lucha larga hasta que los Grandes Duques de Moscú sacudieron el yugo mongol y pudieron dedicarse a reunir los distintos principados de la gran Rusia en un Estado. Pero este éxito parece haber aumentado sus ambiciones. Apenas cayó Constantinopla, el Gran Duque moscovita puso en su escudo de armas el águila de dos cabezas de los emperadores bizantinos, declarándose así sucesor y vengador futuro, y desde entonces, como es sabido, los rusos todo lo hicieron por la conquista de Zarigrad, la ciudad del zar como llaman a Constantinopla en su idioma. Las llanuras fértiles de la Pequeña Rusia provocaron después su codicia anexionista; pero los polacos eran un pueblo fuerte y como siempre valiente, y sabían pelear por lo suyo y también vengarse; a principios del siglo XVII ocuparon Moscú algunos años.

La fuerza de Polonia desapareció con la desmoralización de la aristocracia gobernante, la falta de una clase media y las guerras constantes que devastaban el país. Un país que insistía en mantener intacto el sistema feudal de la sociedad, mientras que todos sus vecinos progresaban, formaban una clase media, desarrollaban el comercio y la industria y hacían grandes ciudades, un país así estaba condenado a la ruina. No hay duda de que los aristócratas arruinaron a Polonia y la arruinaron completamente; y después de hacerlo se lo reprocharon unos a otros, y se vendieron junto con su país a los extranjeros. La historia polaca de 1700 a 1772 no es más que un registro de la usurpación rusa, hecha posible por la corrupción de los nobles. Los soldados rusos ocupaban el país casi constantemente, y los reyes de Polonia, aunque no fuesen traidores espontáneos, quedaban cada vez con más a merced del embajador ruso. La partida había tenido tanto éxito y se había jugado durante tanto tiempo, que cuando finalmente se terminó con Polonia hubo en Europa menos reacción que asombro por la generosidad de Rusia al darle a Austria y a Prusia un pedazo tan grande del territorio.

Es muy interesante la manera en que se hizo la división. Entonces había ya en Europa una “opinión pública” ilustrada. Aunque el Times no había empezado todavía a fabricar este artículo, existía una especie de opinión pública creada por la influencia inmensa de Diderot, Voltaire, Rousseau y los demás escritores franceses del siglo XVIII. Rusia supo siempre que es bueno tener la opinión pública consigo y se aseguró de que la tenía. La corte de Catalina II se convirtió en la central de los ilustrados del momento, en especial franceses; la emperatriz y su corte manifestaban los principios más ilustrados, y los engañaron tan bien que Voltaire y otros muchos cantaron las virtudes de la “Semíramis del Norte” y declararon a Rusia el país más progresista del mundo, la casa de los principios liberales, la campeona de la tolerancia religiosa.

Tolerancia religiosa: esa era la palabra que se necesitaba para derribar a Polonia. Polonia había sido siempre muy tolerante en cuestión de religión; véase cómo encontraron asilo allí los judíos a quienes perseguían en toda Europa. La mayor parte de los habitantes de las provincias del Este eran ortodoxos, mientras que los polacos propiamente dichos eran católicos. Durante el siglo XVI se había conseguido que una buena parte de los ortodoxos aceptasen la supremacía del Papa, y se los llamó ortodoxos unidos; pero muchos siguieron fieles en todo a su religión ortodoxa. Eran principalmente siervos y sus nobles amos, casi todos católicos, pertenecían por nacionalidad a la Pequeña Rusia. El gobierno ruso, que no toleraba en su país más religión que la ortodoxa, y castigaba la apostasía como un crimen; que conquistaba naciones extranjeras y anexaba provincias extranjeras a derecha e izquierda; y que en ese momento estaba ocupado en ajustar mejor las cadenas de los siervos rusos, este mismo gobierno ruso cayó pronto sobre Polonia, en nombre de la tolerancia religiosa, porque se decía que Polonia oprimía a los ortodoxos; en nombre del principio de nacionalidades, porque los habitantes de las provincias del Este pertenecían a la Pequeña Rusia, y entonces había que anexarla a la Gran Rusia; y en nombre del derecho a la revolución, armando a los siervos contra sus amos. Rusia no es muy escrupulosa respecto de los medios que usa. Se habla de una guerra de clases como de algo muy revolucionario. Rusia organizó entonces una guerra así en Polonia hace casi cien años. ¡Y qué guerra de clases que resultó, con los soldados rusos y los pequeños rusos quemando juntos los castillos de los nobles polacos, sólo para preparar la anexión rusa, y una vez lograda, con los mismos soldados rusos reponer en el yugo de los nobles a los siervos!

Todo esto se hizo por la tolerancia religiosa, porque el principio de nacionalidades no estaba de moda en Europa occidental. Pero se lo exhibió a los campesinos de la Pequeña Rusia y desde entonces ha tenido importancia en los asuntos polacos. La ambición primera y principal de Rusia es unir todas las tribus rusas bajo el zar, que se hace llamar autócrata de todas las Rusias (Samodergetz vsekh Rossyiskikh), y entre todas incluye a Rusia Blanca y la Pequeña Rusia. Para probar que no tenía otras ambiciones se cuidó de anexar, durante las tres divisiones, solamente provincias Blancas y Pequeñas; dejando a sus cómplices la parte habitada por polacos y hasta un pedazo de la Pequeña Rusia (Galitzia Oriental). ¿Y cómo están las cosas ahora? La mayor parte de las provincias anexadas por Austria y Prusia en 1793 y 1794 están ahora bajo dominio ruso, con el nombre de Reino de Polonia, y de tanto en tanto se hace decir a los polacos que si se someten a la supremacía rusa y renuncian a sus pretensiones de las antiguas provincias lituanas, pueden esperar la reunión de todas las otras provincias polacas y la rehabilitación de Polonia, con el emperador ruso por rey. Y si en la coyuntura actual Prusia y Austria llegan a las manos, es más que probable que la guerra no resultase por la anexión de Schleswig-Holstein a Prusia o de Venecia a Italia, sino más bien de la Polonia austriaca y quizá de una parte de la prusiana a Rusia.

Esto en cuanto al principio de nacionalidades en los asuntos polacos.


* Artículo que originariamente asumió la forma de tres cartas dirigidas por Engels al director de la revista británica Commonwelth, ediciones del 24 y 31 de marzo y 5 de abril de 1866. (Nota de Ediciones Líbera)

** En enero de 1820, un levantamiento militar en Madrid obligó a la monarquía española a poner nuevamente en vigor la constitución democrática de 1820. Durante el verano de 1820, inspiradas por el ejemplo español, estallaron revoluciones en Nápoles y el Piamonte. En marzo de 1821 tropas austríacas se pusieron en movimiento para aplastar las revoluciones italianas, y en abril de 1823 Francia invadió España para abolir la constitución y restaurar al rey Fernando. (Nota de Penguin Books, The First International and after, vol. 3, p. 381)

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