Thomas Malthus era un economista que creía que el número de recursos existentes en el planeta era limitado, fijo y constante. De ahí que creyera que el crecimiento de la población llegaría a un nivel en que no habría recursos para alimentar y sostener tanta gente, creándose un desastre.
La evidencia histórica muestra claramente que tal supuesto era y continúa siendo erróneo. Como bien mostró Barry Commoner, el fundador del movimiento ecológico progresista (ver mi artículo “Lo que los medios españoles no dijeron sobre el fundador del movimiento ecologista mundial”. El Plural. 15.10.12), tal argumentación subestima la capacidad de la humanidad de redefinir lo que se llaman recursos. La producción de alimentos es un ejemplo claro de ello. Hoy los Estados de los países de alto nivel de desarrollo económico pagan a los agricultores para que produzcan menos, pues hay una súper abundancia de alimentos a nivel mundial. El problema no es de producción, sino de distribución de tales alimentos.
Pero la abundante evidencia científica que existe en contra de las tesis maltusianas no parece frenar su promoción, que constantemente se reproduce, incluso en el movimiento ecológico conservador, que considera que el crecimiento económico en sí es negativo, pues está consumiendo los recursos que continúan percibiéndose como limitados, ignorando, de nuevo, la capacidad de la humanidad de redefinir las categorías “recurso” y “crecimiento económico”.
Una economía puede crecer a base de inversiones militares, por ejemplo, o puede crecer a base de proveer servicios a las personas discapacitadas. Y hay una enorme necesidad de que crezcan aquellos sectores que tienen como objetivo atender a las necesidades humanas. La evidencia científica muestra claramente que el problema no es el crecimiento económico (que supuestamente absorbe gran cantidad de recursos), sino el tipo de crecimiento. El crecimiento económico puede destruir o puede crear recursos, dependiendo del contexto político y económico que configura tal crecimiento.
Pero el maltusianismo no para, y continúa machacando, pues sirve 
intereses, independientemente de la motivación de aquéllos que –con muy 
buenas intenciones- lo reproducen. La nueva versión ahora es la opuesta a
 la malthusiana que, a pesar de su oposición a la tesis original de 
centrar el problema en la falta de recursos, ahora se traslada al polo 
opuesto, es decir, centrar el problema en la escasez de población. Me 
explico. El descenso de la fertilidad, un fenómeno que se está 
generalizando –especialmente en el mundo occidental-, resultado, en 
parte, del aumento del nivel de vida (y descenso de la mortalidad 
infantil) a nivel mundial, está presentándose como un fenómeno 
alarmante, pues se nos dice ahora que el envejecimiento de la población 
lleva a un desastre, sin aclarar mucho por qué es un desastre. A lo 
máximo que se llega en esta predicción catastrófica es a que la 
Seguridad Social no podrá sostenerse. Habrá demasiados pensionistas por 
cotizante, y esto nos llevará a una situación insostenible, a no ser que
 se reduzcan dramáticamente las pensiones o se privaticen (argumento que
 es claramente promovido por los intereses financieros que quieren 
meterle mano a las pensiones públicas, el caudal de dinero más 
importante en nuestros países).
 
Como he mostrado en varios trabajos (y expandido en un libro de pronta 
publicación escrito con Juan Torres, y titulado Lo que debes saber para 
que no te roben la pensión), tal argumento ignora muchos hechos que 
niegan las tesis catastrofistas. Y una de ellas es el crecimiento de la 
productividad que explica que, en aquellos sistemas públicos de 
pensiones financiados a través de cotizaciones sociales, lo que un 
trabajador producirá irá en aumento, creándose mayor riqueza, y con ello
 mayores recursos para financiar la Seguridad Social. Dean Baker, uno de
 los economistas estadounidenses más conocedores de los sistemas de 
pensiones, indica que en caso de que la productividad creciera en EEUU 
un 1,5% por año (una estimación muy conservadora), la productividad del 
trabajador sería en 2035 un 40% superior a la actual (“The Story of 
Population Growth: Servants and Their Bosses” en The Guardian. 
21.02.13), suficiente cantidad para financiar el crecimiento del número 
de pensionistas. Es interesante ver como los catastrofistas que antes 
veían venir una catástrofe en China, resultado de su elevado crecimiento
 demográfico (que consideraban desmesurado), ahora se alarman de que, al
 revés, la tasa de fertilidad ha bajado tanto en China que tendrán un 
enorme problema con tantos pensionistas, al no haber suficientes jóvenes
 que los mantengan.
 
El problema de China (y de España) no es que hayan demasiados ancianos o
 pocos jóvenes. El problema es que no hay suficientes puestos de 
trabajo, y que los que trabajan tienen pocos ingresos, debido a los 
bajos salarios. Ahora bien, lo que les preocupa a muchos de estos 
catastrofistas no es que haya demasiados ancianos, sino que la 
disminución de gente joven crea una escasez de trabajadores que 
condicione y determine la necesidad de aumentar los salarios. Ahí está 
su preocupación. Durante todos estos años de aplicación de las políticas
 neoliberales hemos visto un descenso a nivel mundial de las rentas del 
trabajo, y ello a pesar de un continuado aumento de la productividad 
laboral, que ha ido aumentando la riqueza económica de los países, sin 
que los trabajadores, sin embargo, se beneficiaran de ello. El aumento 
de la riqueza se ha concentrado en las rentas muy superiores que derivan
 sus ingresos de la propiedad del capital. Y ahí está el problema. La 
lucha de clases ganada en bases diarias a nivel mundial por el capital 
es la que está creando el problema de la sostenibilidad de las 
pensiones. No es ni la transición demográfica ni la falta de recursos. 
Es la enorme concentración de la riqueza, derivada de una súper 
explotación del mundo del trabajo, la que está creando la enorme crisis 
de los Estados del Bienestar, incluyendo la Seguridad Social. Si los 
salarios fueran mas altos, si la carga impositiva fuera más progresiva, 
si los recursos públicos fueran más extensos y si el capital estuviera 
en manos más públicas (de tipo cooperativo) en lugar de privadas con 
afán de lucro, tales crisis social y ecológica (y económica y 
financiera) no existirían. Así de claro.
 
 
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