miércoles, 2 de marzo de 2011

¡QUE ARDAN TODAS LAS PATRIAS! (III)

Y con ésta, ya son tres, la tercera parte del texto antinacionalista del Grupo Anarquizante Stirner. Como bien nos dicen: todo tipo de nacionalismo tiene raíces ultrarreaccionarias.


(Otra globalización es posible)

III

Los orígenes ultramontanos de los nacionalismos patrios

Las raíces de los pequeños nacionalismos que han crecido desde el siglo XIX dentro del «Estado español» no pueden ser más reaccionarias. De hecho, constituyen claros precedentes del fascismo (¡mucho antes de que se fundara Falange Española!) puesto que se adelantaron al mismo Hitler en usar el argumento de la supremacía racial. Igual que el padre del nazismo, los ideólogos de tales nacionalismos recibieron el influjo de la historiografía romántica de mediados del siglo XIX que se inventó una serie de mitos (celtismo, arianismo [21], etc.) para justificar el dominio de la «raza blanca» en el mundo, en una época en la que el imperialismo europeo alcanzaba su culmen.

Así, el mito del celtismo fue especialmente cultivado por el nacionalismo gallego desde la época del llamado «Rexurdimento» en el siglo XIX. Para empezar habría que precisar que las evidencias históricas demuestran que, en primer lugar, los «celtas» fueron un pueblo o conjunto de pueblos de la II Edad del Hierro de los que apenas sabemos nada porque nada dejaron escrito [22] y que hoy día los historiadores sólo hablan de «celtas» en el caso de las culturas de Hallstat y La Tène (ambas ubicadas en Centroeuropa), y que, en segundo lugar, Galicia no era más celta que el resto de la Península Ibérica, si acaso algo menos, pues se cree que fue celtizada leve y tardíamente por pueblos que venían de la Meseta Norte (lugar donde tenemos uno de los pocos vestigios de una cultura con características similares a las de Hallstat o La Tène: los vetones de los Toros de Guisando en Ávila) [23]. Una prueba incontestable de que la ascendencia celta de los gallegos es un mito es que la lengua gallega forma parte del grupo de las de lenguas romances, es decir, derivadas del latín, como el castellano, y no al grupo de las lenguas célticas al que pertenece el gaélico [24]. Pero todo esto trae sin cuidado al nacionalismo que, irracional por naturaleza, sólo está interesado en aglomerar al mayor número de adeptos posibles en torno de mitos nacionales apelando al más ciego sentimentalismo. Sea como fuere, los nacionalistas del «Rexurdimento» fabricaron una imagen mítica de una Galicia, de sangre aria al descender de celtas y suevos (un pueblo germánico que se asentó en el noroeste peninsular tras el hundimiento del Imperio Romano). Por supuesto, para los nacionalistas gallegos ninguno de los otros pueblos que se asentaron en Galicia dejó huella alguna en ella. Según Manuel Murguía, padre del galleguismo y marido de Rosalía de Castro, el pueblo gallego

«por el lenguaje, por la religión, por el arte, por la raza (...) está ligado estrechamente a la grande y nobilísima familia ariana». [25]

Para éste,

«el gallego (…) es un pueblo numeroso y superior por ser por entero céltico (…) por no haberse contaminado por la sangre semita [26]»

que es la que predomina en el resto de España.

Por su parte, ya en pleno siglo XX Alfonso Castelao, otro destacado teórico galleguista, extendió el odio racista de Murguía también a los gitanos, quienes, según aquél, habían infectado con su sangre impura el centro y, sobre todo, el sur de la península (curiosamente el norte de España al completo, queda excluido de su exabrupto). Dejemos que se explique:

«Lo que el mundo distingue como “español” ya no es “castellano”; es “andaluz”, que tampoco es andaluz sino gitano. A este respecto hay que decir que no negamos la hondura cultural de Andalucía, solamente comparable a la nuestra; pero es que allí los fondos antiguos de mayor civilización están ahogados por la presencia de una raza nómada y mal avenida con el trabajo. “Estos son unos hombres errantes y ladrones” —decía el padre Sarmiento—; y si nosotros no apoyamos tan duro juicio, nos mostramos satisfechos de no contar con este gremio en nuestra tierra. El caso es que los gitanos monopolizan la sal y la gracia de España y que los españoles se vuelven locos por parecer gitanos como antes se volvían locos por ser godos. La cosa está en consagrar como español todo cuanto sea indigno de serlo. (...) Pero... ¿Qué son la golferancia y el señoritismo sino un remedo de la gitanería? ¿Qué es el flamenquismo sino la capa bárbara en que se ahogaron los fondos tradicionales de España, la cáscara imperial y austriaca, los harapos piojosos de la delincuencia gitana? Hoy el irrintzi vasco, el renchillido montañés, el ijujú astur, el aturuxo gallego y el apupo portugués están vencidos por el afeminado Olé... Pues bien; los gallegos espantaremos de nuestro país la “plaga de Egipto” aunque se presente con recomendaciones..., porque somos la antítesis de la golferancia y del señoritismo, de la gitanería y del torerismo

Pero lo que realmente saca de quicio a un nacionalista como Castelao es el mestizaje, y para muestra de ello he aquí un botón:

«Siendo Galicia el reino más antiguo de España le fue negada la capacidad para asistir a las cortes, y ésta es una ofensa imperdonable; pero peor ofensa fue la de someternos a Zamora —una ciudad fundada por gallegos, pero separada ya de nuestro reino y diferenciada étnicamente de nosotros—. Con razón el exaltado Vicetto escribió estas palabras: “¿Y quién le negaba (a Galicia) ese derecho de igualdad y solidaridad entre los demás pueblos peninsulares? Se lo negaba la canalla mestiza de gallegos y moros que constituía los modernos pueblos de Castilla, Extremadura, etc.; Se lo negaba, en fin, esa raza de impura, adulterada sangre”.» [27]

Nótese que lo que en realidad molesta a Castelao no es que Galicia fuera excluida de las Cortes sino que los promotores de dicha exclusión fuera esa «canalla mestiza de gallegos y moros».

No obstante, quien se acercó más al nazismo fue el galleguista Vicente Risco. Beato recalcitrante, Risco combatió la II República por considerarla «atea» con la misma energía que abrazó el mito ario aplicado al pueblo gallego, de ahí que llegara a afirmar lo que sigue:

«Sea por la mejor adaptación a la tierra, sea por la superioridad de la raza, lo cierto es que ni la infiltración romana, ni la infiltración ibérica consiguieron destruir el predominio de elemento rubio centroeuropeo [28] en el pueblo gallego.» [29]

Por otra parte, en Risco vuelve a aparecer el antisemitismo visceral para el que llega a reconocer no hay justificación racional alguna pero, como hemos visto, nacionalismo y razón son conceptos que se excluyen mutuamente:

«El odio de las razas radica en un fondo del alma inatacable por el razonamiento. Es un instinto. (...) Y digo yo: ¿es posible que un sentimiento tan unánime contra los judíos no tenga una causa real? Tiene que tenerla. Todo instinto corresponde a una causa; el instinto atina siempre, adivina las causas.»

Vuelve a insistir Risco en la clave del pensamiento nacionalista de ayer y de hoy, a saber, en lo monstruoso del mestizaje que es lo que ha hecho a la impura sociedad mediterránea (la del resto de la Península) inferior a la Galicia aria:

«El mestizaje de las culturas, destructor, esterilizador de la personalidad individual y colectiva, no puede darse más que en pueblos inferiores o en pueblos decadentes, recaídos en la inferioridad.» [30]

Y, en la misma onda que Castelao, exalta la pureza de sangre de los pueblos del norte de la península, especialmente, del pueblo vasco, hermanos de raza aria que cuentan con una poderosa barrera contra el sur mestizo: una lengua que sólo ellos entienden. En sus propias palabras,

«Los vascos tienen limpieza, dinero, instrucción, educación, bellas ciudades, teléfonos, carreteras asfaltadas; pero fijémonos bien en que tienen una conciencia nacional muy fuerte, una soberbia de raza primigenia y un idioma que nadie entiende excepto ellos.»

Pero es el nacionalismo vasco con Sabino Arana a la cabeza quien más explotó la vena etnicista. Arana no habla explícitamente de «raza aria» pero está claro que bebe de las mismas fuentes que sus homólogos gallegos cuando expresa su odio por esa «raza latina» [31], claramente inferior, de la que se compone España:

«Si a esta nación latina la viésemos despedazada por una conflagración intestina o una guerra internacional, nosotros lo celebraríamos con fruición y verdadero júbilo, así como pesaría sobre nosotros como la mayor de las desdichas, como agobie y aflige al ánimo del naufrago el no divisar en el horizonte ni costa ni embarcación, el que España prosperara y se engrandeciera.»

En Arana el exabrupto racista toma dimensiones patológicas. Es machista y homófobo cuando declara:

«El bizkaíno es de andar apuesto y varonil; el español, o no sabe andar (ejemplo, los quintos) o si es apuesto es tipo femenil (ejemplo, el torero).»

Imita descaradamente la teoría del superhombre ario de los nazis (que curiosamente ha pasado al folclore popular en forma de chistes de vascos de fuerza descomunal) al afirmar:

«El bizkaíno es inteligente y hábil para toda clase de trabajos; el español es corto de inteligencia y carece de maña para los trabajos más sencillos. Preguntádselo a cualquier contratista de obras y sabréis que un bizkaíno hace en igual tiempo tanto como tres maketos juntos.»

Utiliza el euskera [32] como barrera contra el mestizaje y como arma racista; nada que ver por tanto con un noble sentimiento de amor a ninguna lengua. He aquí la prueba:

«No el hablar éste o el otro idioma, sino la diferencia del lenguaje es el gran medio de preservarnos del contagio de los españoles y evitar el cruzamiento de las dos razas. Si nuestros invasores aprendieran el Euskera, tendríamos que abandonar éste, archivando cuidadosamente su gramática y su diccionario, y dedicarnos a hablar el ruso, el noruego o cualquier otro idioma desconocido para ellos, mientras estuviésemos sujetos a su dominio.»

«Si nos dieran a elegir entre una Bizkaya poblada de maketos que sólo hablasen Euskera y una Bizkaya poblada de bizkaínos que sólo hablasen el castellano, escogeríamos sin debitar esta segunda, porque es preferible la sustancia bizkaína con accidentes exóticos que pudieran eliminarse y sustituirse por los naturales, a una sustancia exótica con propiedades bizkaínas que nunca podrán cambiarla.»

«Tanto están obligados los bizkaínos a hablar su lengua nacional, como a no enseñársela a los maketos o españoles. No el hablar éste o el otro idioma, sino la diferencia del lenguaje es el gran medio de preservarnos del contacto con los españoles y evitar así el cruzamiento de las dos razas.»

Otras veces, el odio de Arana hacia todo lo «maketo» es tan rastrero que entra en contradicción con el mensaje victimista del vasquista que se siente miembro de una «nación oprimida». Así al leer lo que sigue, uno no puede dejar de preguntarse quién es realmente el opresor y quién el oprimido…

«El bizkaíno no vale para servir, ha nacido para ser señor ("etxejaun"); el español no ha nacido más que para ser vasallo y siervo (pulsad la empleomanía dentro de España, y si vais fuera de ella le veréis ejerciendo los oficios más humildes).» [33]

En cuanto al nacionalismo catalán, sus raíces son igualmente racistas aunque sus seguidores se han dado más maña que sus correligionarios vascos y gallegos en ocultarlas. Como en los dos casos anteriormente estudiados, el catalanismo también recibe la nefasta influencia del mito ario desde su origen en los tiempos de la «Renaixença» (movimiento análogo al «Rexurdimento» gallego). Según Pompeu Gener, médico y destacado nacionalista catalán del siglo XIX, existe una raza catalana que (¡cómo no!) es aria, descendiente de los francos, y que contrasta con la chusma que vive al sur del Ebro, que tiene impura sangre semítica (de «moro» y judío):

«Creemos que nuestro pueblo es de una raza superior a la de la mayoría que forman España. Sabemos por la ciencia que somos arios. (…) También tenderemos a expulsar todo aquello que nos fue importado de los semitas del otro lado del Ebro: costumbres de moros fatalistas.»

El lector quizá se haya percatado de la interesante expresión «sabemos por la ciencia» y es que el supremacismo catalán intentó darse un barniz científico, que en realidad fue pseudocientíco pues echó mano de la craneometría, un engendro producido por el furor positivista del siglo XIX que acabó siendo denunciado por la propia Ciencia como un fraude. Así, otro grande del nacionalismo catalán, Valentí Almirall, distinguía dos grandes grupos raciales en España atendiendo a la forma de la bóveda craneal de los individuos. En sus palabras,

«España no es una nación una, compuesta por un pueblo uniforme. Más bien es todo lo contrario. Desde los más remotos tiempos de la historia, una gran variedad de razas diferentes echaron raíces en nuestra península, pero sin llegar nunca a fusionarse. En época posterior se constituyeron dos grupos: el castellano y el vasco-aragonés o pirenaico. Ahora bien, el carácter y los rasgos de ambos son diametralmente opuestos. (…)

»El grupo central-meridional, por la influencia de la sangre semita que se debe a la invasión árabe, se distingue por su espíritu soñador (….). El grupo pirenaico, procede de razas primitivas, se manifiesta como mucho más positivo. Su ingenio analítico y recio, como su territorio, va directo al fondo de las cosas, sin pararse en las formas.» [34]

Y ya en el siglo XX, sería también un médico, el Dr. Puig i Sais, el que advirtiera en su libro El problema de la natalitat a Catalunya. Un perill gravíssim per a la nostra pátria (1915), que los inmigrantes venidos de otras partes de España (especialmente de Murcia y Andalucía) presentaban un mayor índice de natalidad que los catalanes de pura cepa, con lo que peligraba esa «raza catalana» de la que hablaban Gener y Almirall [35].

Pero aparte de racistas, estos nacionalismos tenían (como no podía ser de otra manera) un marcado carácter burgués. No es causalidad que estos nacionalismos surgieran en las zonas donde se asentaba la burguesía más pujante de la Península Ibérica por aquel entonces. Y tampoco es casualidad que se empezaran a desarrollar justo a partir de 1808, cuando España empieza a perder su imperio colonial y se radicalizasen y tomaran un cariz separatista a partir del «Desastre de 1898» cuando se pierde prácticamente todo lo que quedaba del Imperio Español. No es casualidad porque las inmensas fortunas que las burguesías vasca y catalana (la gallega las sigue muy de lejos) llegaron a acumular las consiguieron a expensas del imperialismo español, ése que tanto odian nuestros nacionalistas periféricos. De hecho, un poco antes del «Desastre del 98» el capital catalán era uno de los principales inversores en Cuba, Puerto Rico y República Dominicana, de ahí que hoy día abunde tanto apellido catalán en el Caribe (Pujol, Balaguer, etc.). Por otra parte, la recurrencia de apellidos vascos entre la oligarquía latinoamericana (Uribe, Gortari, etc.) evidencia que a la burguesía vasca tampoco le fue mal haciendo negocios en el seno del Imperio Español. Por otra parte, es interesante observar que, pese a su desprecio por el sur de la península, la burguesía del norte no hacía ascos a los recursos agrícolas y pesqueros de la España meridional y que fue esta burguesía predominantemente la que acumuló el suficiente capital como para adquirir tierras procedentes de las desamortizaciones, razón por la cual, incluso hoy día, buena parte de los «señoritos andaluces» tienen apellidos vascos y catalanes. No es casual que las más conocidas marcas comerciales de productos típicos de Andalucía y Extremadura sean apellidos como Ybarra, Elosúa, Zulueta, Carbonell, etc. Y recordemos que fue precisamente la burguesía que se benefició de las desamortizaciones la que consolidó el caciquismo que mató de hambre al jornalero andaluz.

Otro rasgo determinante de estos nacionalismos del norte peninsular es su furibunda religiosidad. Es interesante comprobar que precisamente fue el Norte montañoso, rural y aislado, frente al Sur y al Levante más abiertos al cosmopolitismo y a las influencias foráneas, donde la Iglesia Católica urdió ese plan de limpieza étnica que fue la llamada «Reconquista». De ahí que los nacionalistas de esas zonas piensen que la auténtica fe cristiana esté en ese norte mítico no contaminado por la sangre sarracena [36]. Así, no es raro que Arana, católico fanático, afirmara que

«el bizkaíno que vive en las montañas, que es el verdadero bizkaíno es, por natural carácter, religioso (asistid a una misa por aldea apartada y quedaréis edificados); el español que habita lejos de las poblaciones, o es fanático o es impío (ejemplos de lo primero en cualquier región española; de lo segundo entre los bandidos andaluces, que usan escapulario, y de lo tercero, aquí en Bizkaya, en Sestao donde todos los españoles, que no son pocos, son librepensadores).»

Igualmente es muy notable la conexión de estos nacionalismos norteños y el carlismo, ideología reaccionaria y clerical que tuvo especial preponderancia en el norte peninsular, ya que el principal núcleo de irradiación de ideas liberales era Cádiz, donde, como sabemos, se aprobó la primera Constitución liberal en 1812. De ahí que buena parte del odio hacia el Sur profesado por nacionalistas como Arana, que era hijo de un militar carlista, venga en parte del odio hacia las ideas liberales. Ello explica que éste llegue a afirmar lo que sigue:

«El masonismo o liberalismo no ha penetrado en nuestra Bizkaya por sí solo, ni se ha aplicado aún a nuestras instituciones. Hase introducido con el extranjerismo (…)»

«Contad y examinad a los maketos que invaden el territorio bizkaíno: el noventa por ciento son con seguridad liberales; de esos noventa, unos sesenta serán antes de un mes republicanos, los demás o monárquicos, o socialistas o anarquistas.»

Tampoco es extraña la defensa a ultranza que hace Arana de la Compañía de Jesús, principal foco de la reacción en el siglo XIX y comienzos del XX y enemiga acérrima del liberalismo y el republicanismo:

«Un grande hombre engendró la raza vasca: Ignacio de Loyola. Su obra fue aún más grande: la Compañía de Jesús. Verdaderamente, todo cristiano debe como tal, venerarlos; todo vasco debe, por ser vasco, amarlos. Pero ¿qué les deberá el vasco a quienes los aborrecen, les silban, les apedrean y los persiguen?» [37]

Por otra parte, no hay que olvidar que uno de los padres del nacionalismo catalán, Josep Torrás i Bages, era un obispo carlista.


NOTAS:

[21] El mito ario lo difundieron historiadores románticos centroeuropeos y británicos y se basaba en la supuesta existencia de un pueblo de superhombres blancos, altos y rubios en Asia Central del que descendería la raza blanca europea. Una de las ramas de la familia aria sería la céltica. Por supuesto, todo esto se demostró como falso en cuanto la historiografía se hizo más científica y menos fantasiosa y prejuiciosa.
http://losdeabajoalaizquierda.blogspot.com/2008/01/el-mito-de-la-raza-aria-teora-de-la.html

[22] De hecho, los celtas no se llamaban «celtas» a sí mismos; el término deriva de keltoi que es como los historiadores griegos llamaban a ciertos pueblos de la antigüedad.

[23] Una crítica al mito de la «celticidad» de Galicia está contenido en este artículo de Celtiberia:
http://www.celtiberia.net/articulo.asp?id=809.
Otros ejemplos de presencia auténticamente celta en la Península son: el Soto de Medinilla en Valladolid; Numancia en Soria; o los pueblos célticos del sur de Portugal, Extremadura y zonas montañosas del noroeste de Andalucía.
http://es.wikipedia.org/wiki/C%C3%A9lticos

[24] Por si alguien se está preguntando por la «música celta» gallega, ha de saber que si de los celtas apenas sabemos nada, mucho menos sabemos qué música tocaban , ni con qué instrumentos (la gaita, en realidad, la introdujeron los romanos en la Península Ibérica y en las Islas Británicas, siendo originaria de Asia Menor; además los musulmanes de la península también la tocaban). Lo que hoy se llama música celta es en realidad música folclórica irlandesa y escocesa que ha sido imitada en aquellas latitudes en las que ha hecho furor la celtomanía.

[25] Murguía, Manuel. Galicia, Madrid, Sálvora, 1985.

[26] Murguía, Miguel: El regionalismo gallego. Santiago de Compostela: Follas Novas, 2000.

[27] Castelao, Alfonso: Sempre en Galiza, Madrid, Akal.

[28] Curiosamente, y para desgracia de los nacionalistas norteños, una de las regiones de España en que más gente rubia puede uno ver es Andalucía. La explicación es bien sencilla: en el siglo XVIII, ante la despoblación del campo andaluz el rey Carlos III concedió tierras a colonos alemanes y flamencos católicos. De todas formas, Andalucía también había recibido inmigrantes centroeuropeos en el siglo XVI, cuando gracias al comercio con América, el sur de España, especialmente Sevilla, llegó a ser una de las zonas más ricas de Europa mientras que el norte peninsular era relativamente pobre (al contrario de lo que pasó en el siglo XIX y casi todo el XX). Así, el poeta sevillano Gustavo Adolfo Domínguez Bastida tomó su apellido artístico, Bécquer, de un antepasado de origen flamenco que se asentó en la ciudad hispalense en el Siglo de Oro.

[29] Risco, Vicente: Leria. Vigo, Galaxia, 1961.

[30] Risco, Vicente: Teoría do nacionalismo gallego citado en Salas Díaz, Miguel, Racismo nacionalista en la literatura galleguista de los siglos XIX y XX. Buenos Aires: Edición omaxe, cincuenteario da fundación das Irmandades da Fala, 1966.

[31] Sobre la falta de romanización de los vascones habría mucho que hablar porque precisamente las hordas vasconas procedentes de los Pirineos se enrolaron en masa en el ejército romano para combatir a las tribus céticas enemigas que poblaban lo que hoy es el País Vasco. De ahí que muchos estudiosos consideren que el euskera es en realidad el antiguo idioma aquitano procedente de Francia a través del Pirineo, lo que explicaría por qué las primeras huellas del euskera en el actual País Vasco nos remiten a épocas bastante recientes (V. «La independencia de los vascones» de Armando Besga Marroquín Historia 16, nº 340)

[32] En el siglo XIX el euskera era una lengua fragmentada (muchas veces sus hablantes tenían que recurrir al castellano para entenderse), rural y al borde de la extinción que Arana y otros correligionarios se dedicaron a reinventar de la manera más chapucera metiendo con calzador vocabulario de lenguas exóticas o deformando palabras del latín o del castellano.

[33] Arana, Sabino: Qué somos, Sabindiar-Batzar, Buenos Aires, 1965.

[34] Caja, Francisco: La raza catalana, Encuentro, Madrid, 2010.


[36] Decimos mítico porque salvo una delgada franja en la cornisa cantábrica los musulmanes dominaron el norte peninsular aunque por menos tiempo que el centro y sur. Prueba de ello es que en el monasterio de Leire, en las faldas del Pirineo navarro, ya cerca de Francia, encontramos motivos decorativos geométricos típicos del arte islámico. Además en los primeros siglos de vida de Al-Ándalus, cuando el espíritu cruzado de los reinos cristianos aún no estaba consolidado, no era poco frecuente que los nobles cristianos del norte se aliaran o incluso se emparentaran con nobles musulmanes.

[37] V. nota 33.


* Para que no haya equívocos, todos los comentarios a este texto, es preferible que se efectúen en esta dirección:
http://grupostirner.blogspot.com/2011/02/que-ardan-todas-las-patrias.html

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